Encuestas y caprichos

Si siempre es entretenido mirar encuestas, echar un vistazo a las que se han publicado de cara a las elecciones impuestas del 21-D en Catalunya procura una diversión superlativa. Por lo menos, para los frikis de la cosa político-demoscópica (o viceversa), como este que suscribe, que ha disfrutado con cada barómetro de parte como hacía tiempo que no recordaba.

¿De cada parte? Bueno, empecemos aclarando eso, que también tiene su miga. Una de las dos presuntas partes, la soberanista, se ha cuidado mucho de airear sondeos. Me dirán que eso es porque la potencia mediática y económica está al otro lado, pero no es cierto del todo. De hecho, es uno de los mitos falsos que, como tantos otros, nos tragamos sin pestañear. En el bando que apuesta por el adeu a España hay unos cuantos medios de comunicación con una enorme potencia de fuego. Sin ellos, y por mucha que sea la fuerza de la base social, habría sido imposible llegar a donde se ha llegado. Algún significado debe de tener que estas cabeceras no hayan dado el do de pecho en pronósticos. Quizá sea solo que el 155 ha menguado el chorro de pasta, pero eso ya es significativo.

En el flanco unionista, a cambio, sí ha habido profusión de vaticinios. Ni siquiera diría que con cocina. A la vista de los resultados y, sobre todo, de cómo se han ido suministrando las sucesivas dosis de buena ventura, parece claro que lo de menos han sido los muestreos. Los titulares han salido, como diría Butano, del forro de los caprichos de los tituladores. Y ese capricho, haciendo la media de lo que sacan unos y otros, es que Arrimadas se va a salir de la tabla. Pues vale.

Adeu, canal 9

No es verdad, por más que nos empeñemos y lo proclamemos con hueca solemnidad, que cada vez que se cierra un medio de comunicación la libertad recibe un mordisco. Básicamente, lo que ocurre es que se consuma un fracaso, por lo general —aunque no siempre— empresarial y de gestión, y que decenas o centenares de personas pierden su medio de vida. Una putada como un piano, pero no más gorda que cuando la china les cae, pongamos, a los currelas de una cadena de supermercados, de una empresa de limpieza o de una correduría de seguros. Con las torres tan altas que hemos visto venirse abajo, con las escabechinas laborales que nos toca contar a diario, lo que no se entiende es que no tengamos clarísimo que las próximas campanas pueden doblar por nosotros, soberbios miembros del gremio plumífero. Tenemos en contra la ley de probabilidades, el mercado, los caprichos del público, el grosor de los bolsillos, los zarpazos del gratis total, las bajezas políticas, la frialdad de los contables y, a veces, hasta el puñetero azar y la jodida mala suerte. Lo milagroso es seguir a flote. Pero insisto: enfrente del teclado o detrás del mostrador de una degustación.

Leo y escucho los lamentos funerarios por la liquidación fulminante de Canal 9 y compruebo que no hemos asumido nada de lo que describía. Por supuesto que siento en el alma la pérdida de empleos y los dramas personales que los acompañan. Sin embargo, ni la pena ni la empatía me impiden ver que no había otro fin posible para el medio gubernamental valenciano. Sí, gubernamental; público era, en todo caso, el dineral que engrasó la brutal maquinaria de propaganda del que gozaron sucesivos dirigentes de la Generalitat e instituciones afines. Y fue así con la aquiescencia de muchísimos de los que ahora se han quedado sin otro recurso que protestar detrás de una pancarta. ¿Será esta una lección para escarmentar en carne ajena? Mucho me temo que no.

El informe Urgell

Si me pongo a hacer cuentas, seguro que me salen en un tris más de 150 amigos, conocidos o simplemente colegas del gremio que en los últimos dos años han acabado en la puñetera calle y ahí andan muriéndose del asco y sintiéndose juguetes rotos. También ellas y ellos vivían a la sombra del txori, con la peculiaridad de que en sus nóminas y en sus finiquitos de risa el sello y la razón social que figuraban eran los de cualquiera de las productoras que en el mismo viaje se han quedado al pairo en estos veintipico meses funestos. Los cito porque en estos tiempos en que cada cual bastante tiene con preocuparse por su culo, la sangría incesante ha fluido -y sigue fluyendo- en un silencio que debería parecernos atronador si nos quedara conciencia.

En la búsqueda de culpables de este crimen casi perfecto podría conformarme con la explicación más fácil y cargar todo el mochuelo en las resbaladizas espaldas de la escuadrilla de exterminadores y/o baldragas de la comunicación que operan desde la planta noble del rancho grande. Su lista de fechorías y disparates es, efectivamente, ancha, profunda y escandalosamente evidente. El letal combinado de ignorancia y mala intención que guía sus acciones ha tenido mucho que ver en el cruel desmantelamiento del sector audiovisual vasco que, dicho sea de paso, jamás fue exactamente Hollywood. Pero, salvo que nos pongamos anteojeras, no podemos atribuir el estropicio en exclusiva a los grisparduzcos gestores actuales de EITB.

Sólo hay que alejar la vista del ombligo público y parapúblico para comprobar que esto de contar cosas o entretener al personal se está poniendo imposible. Hasta los abusones del barrio se hincan de rodillas y lanzan por la ventana toneladas de carne de plumífero. Los únicos medios libres de ERE son los que ya han cerrado.

La moraleja de este cuento de terror inspirado por el Informe Urgell se la dejo a ustedes. A ver si la encuentran.