Pablo decreta el silencio

Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir. Seguro que no sospechaba el Borbón mayor que sus balbuceos a modo de disculpa crearían escuela y serían imitados incluso por los revoltosuelos morados. Pues ahí tienen al rey Sol, Luna y Estrellas de Podemos marcándose un Juan Carlos. Ocho minutazos de vídeo para pedir perdón. Con soniquete de rap suave, carita compungida ma non troppo y un derroche de lirismo incompatible con la sinceridad del mensaje. Cuando cuidas más la forma que el fondo en algo tan primario, malo. Pero a quién va a sorprender a estas alturas el individuo, un narciso tóxico de manual de esos que expresan su amor a bofetadas.

Claro que aquí hay que aplicar otro clásico: la primera vez que me engañas es tu culpa, la segunda, la tercera, la cuarta y la vigesimonovena es mía. Allá quién se trague la enésima contrición seguida de un propósito de enmienda que nunca llega. Eso, si nos fijamos solo en los pucheritos rogando la absolución. La lectura verdaderamente política está en el resto de la plática, cuando decreta que lo que hasta ayer era sano debate en abierto es en lo sucesivo un cáncer liquidacionista. Y con un par, Kim Jong-Iglesias Turrión impone la ley del silencio a su mesnada. “Esto no va de callarse, va de contenerse”, sentencia con el morro rozando el asfalto. A la transparencia, al streaming, al rico intercambio de opiniones, a la sana confrontación de pareceres, que les vayan dando. Lo dice él, punto en boca.

Desde mi butaca de patio, aguardo entre divertido y curioso el nuevo capítulo del psicodrama. Dos plateas más arriba, Rajoy se orina encima de la risa.

Entre la delación y la omertá

Delación, qué palabra tan fea. Hay pocas con peor sonido en el diccionario. Tiene regusto a paseíllo, a cuneta, a bañera en un sótano de la DGS, a tiro en la nuca y a exilio. También a venganza, envidia, cobardía y miseria moral. Ha sido borrón obligatorio en las páginas más negras de la Historia. La padecieron los primeros cristianos y sus supuestos continuadores la perfeccionaron para ejercerla contra los que señalaron como enemigos de su fe, que eran casi todos. No ha habido época ni régimen sin caza de brujas. El poder tiene cartografiada la bajeza humana a escala 1:1 y sabe lo fácil que resulta utilizarla a su favor. Bastan treinta denarios de plata, una palmada en la espalda o un salvoconducto para comprar los ojos y tentáculos necesarios para tener vigilados los rincones más recónditos de sus dominios.

Y aún hay algo más perverso: despierta tal repugnancia, que sólo por no ser sospechosos de practicarla, nos convertimos en cómplices de las más inmundas satrapías y de las injusticias más abyectas. Solemos perder de vista esta otra cara de la moneda, igual de repulsiva, que es la dictadura del silencio. En Sicilia la llaman omertá y establece la pena de muerte sin contemplaciones y con aplauso social para quien desafía la obligación de mantener la boca cerrada. En el código aceptado por la comunidad, un crimen es un asunto privado entre quienes lo cometen y sus víctimas. Es el principio básico de funcionamiento de Cosa Nostra y de todos los emporios criminales organizados, donde incluyo, claro, a algunas multinacionales, confesiones religiosas y sin ningún género de dudas, a estados con o sin vitola democrática.

El chivato paga…

Por desgracia, la fórmula está extendida en toda la sociedad. Por algo aprendimos desde muy niños que el chivato paga el plato (o el pato, según otras versiones). Esa frase amparaba en las aulas escolares palizas y todo tipo de abusos a los escogidos como carne de cañón. Irse de la lengua era el pasaporte a engrosar el pelotón de los martirizados. No había ni hay bando intermedio. Creo que todos tenemos fresco el recuerdo de Jokin, el chaval de Hondarribia que se quitó la vida porque no pudo soportar ser vejado cada día frente al silencio colaborador de sus semejantes.

Haremos bien en no confundir el soplo interesado y ruin con la denuncia valiente y necesaria. No es casualidad que los mismos que fomentan lo primero sean los que también más se cuidan de castigar implacablemente lo segundo. Los poderosos manjean a voluntad la delación y la omertá.