Advierto de que la que sigue viene a ser la misma columna de ayer despojada de su carga sarcástica. O de la mayor parte, vamos, que las querencias naturales no son fáciles de torear. Y uno, qué les voy a contar que no sepan a estas alturas, derrota por lo ácido. Creo que ni siquiera es un recurso estilístico, sino una especie de mecanismo de defensa frente a las agresiones que mezclan la mala fe con unos litros de esa ignorancia, la peor, impermeable a cualquier pedagogía. Es decir, exactamente el tipo de metralla dialéctica que se está disparando contra Concierto (o Convenio) y Cupo (O Aportación).
¿Por qué es así? He ahí, a mi entender, la pregunta pertinente, con una respuesta sencilla al primer bote: simplemente, es norma de la casa despachar cualquier debate a salivazos y regüeldos. Pero esta vez no se trata solamente de eso. Aunque el que sostiene el banderín de enganche es el petimetre naranja, la ofensiva contra el modelo de financiación de los cuatro territorios forales la están llevando a cabo los legionarios mediáticos más bregados y faltos de escrúpulos. Junto a las mandangas de los privilegios o la insolidaridad —el “Euskadi nos roba”, tócate las narices—, se agita sin rubor el manido espantajo de ETA como origen del pérfido sistema fiscal. He vuelto a escuchar, se lo juro, la letanía del árbol y las nueces.
Noten que hasta anteayer, había quien pretendía vender el nacionalismo vasco como el bueno y razonable, el que no se metía en aventuras, mantenía la paz social y caminaba con paso firme hacia la prosperidad. Un panorama, en definitiva, nada rentable para los que viven del conflicto.