Hispanofobia

Rosa Díez presenta un libro titulado A favor de España. El primer susto es al pensar que la hija escasamente predilecta de Sodupe ha reincidido como autora, después de aquel incalificable Porque tengo hijos que dio a la imprenta cuando todavía se pagaba sus carísimos vicios gracias a la euro-canonjía que le había procurado su antiguo partido para tenerla lejos. La alerta roja pasa a naranja: solo firma uno de los capítulos. Del mal sería el menos, si no fuera porque el resto de los que han perpetrado el volumen son otros vividores y/o enredadores de la banda magenta como Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán, Francisco Sosa Wagner o Mario Vargas Llosa, que lo mismo escribe páginas sublimes —a ver quién se lo niega— que vomita panfletos de a duro sobre cuestiones de las que lo desconoce todo.

Anoto, como golfería al margen, que el opúsculo lleva rulando cuatro meses con más pena que gloria, pero que la editora (la antigua de Pedrojota) y la secta política que está detrás han pretendido hacerlo pasar por primicia del copón. La ocasión promocional la pintaba calva la visita de la delegación catalana a recibir el previsto portazo en las narices de las cortes españolas.

Todo lo demás comentable se resume en el tono plañidero. ¿Se acuerdan cuando los motejados nacionalistas periféricos éramos lo lloricas, victimistas y paranoides que nos pasábamos la vida de morros porque Madrid nos jodía? Bueno, pues ahora se han invertido las tornas. Son los patriotas españoles sedicentes los que gimen desconsolados por el desafecto y claman por algo que han dado en bautizar, menudo rostro, hispanofobia.

Rosa Low Cost

Hay derrotas que saben y huelen a victoria. Sobre todo, en política, donde palmar estrepitosamente en una votación parlamentaria te puede convertir en santo y seña de la talibanada. Ahí tienen a Rosa Díez, elevada a Agustina de Aragón, cuando los números sugerían más bien que había quedado como Cagancho en Almagro: 326 señorías multicolores diciendo no a la ilegalización de Bildu y Amaiur frente a cinco irreductibles diputados magentas sosteniendo que sí, que sí y que sí. Cualquiera con un gramo de decoro habría captado la indirecta, pero igual que Gran Bretaña decretó el aislamiento del continente, la generala de UPyD ha decidido que es la mayoría aplastante la que está instalada en el error y saluda con gesto triunfal desde el centro de la plaza.

Sus razones tiene, apresurémonos a decirlo. Ha conseguido exactamente lo que quería: focos y cámaras que la mostraran ante su clientela objetiva, la fachundia más casposa, como la hostia en bicicleta de la resistencia numantina. Ese es su negocio. Igual que el presidente de Ryanair se dedica a montar pirulas para salir en los papeles por la cara, ella promociona su partido low cost a base de demagogia de quinta. Y le va de cine. El chiringuito monoplaza que se sacó de la pamela cuando vio que en el PSOE no tenía mucho más que chupar ha ido creciendo y abriendo franquicias atendidas por buscavidas políticos a su imagen y semejanza. El que dice que en Euskadi hay trescientos mil hijos de puta, por ejemplo. Ese es el perfil.

Lo divertido —sí, mejor tomárselo medio a guasa— es que se ofertan como los campeones de la decencia y el recopón de la dignidad incorrompible. Hay, de hecho, a quien le cuela, y de ahí que el invento haya prosperado lo suficiente para dar de comer y pagar los vicios (nada baratos, por cierto) de la lideresa y sus lugartenientes. Los que conocemos el paño nos limitamos a sonreír con resignación desde el fondo norte.

Los que ya no son de los suyos

Un amigo asturiano me envió un sms el día de añonuevo que, para variar, no contenía los edulcorados buenos deseos sobre los que me explayé en mi última parrapla, sino un chiste que corría por la tierra dinamitera: “El PP se ha bebido toda la sidra y ha devuelto los cascos. Toma ya 2011”. Semanas antes había hablado con el remitente de la chanza y ambos habíamos dado por sentado que todo el ruido del Sella se iba a quedar en pocas nueces y que Francisco Álvarez-Cascos sería el candidato de los populares a la presidencia del Principado. Quedan demostradas una vez más mis capacidades proféticas. En mi descargo puedo alegar que no me entraba en la cabeza que un quítame allá esos egos y esas riñas del pasado iba a hacer que Rajoy se fumigase al que todos señalaban como seguro ganador de las próximas elecciones autonómicas. Y tampoco tenía muy claro que, una vez defenestrado, el otrora pintado como doberman iba a romper el carné del partido que él mismo fundó y al que empujó a esa mayoría absoluta de tenebroso recuerdo por estos pagos.

De Vestrynge a Arregi

Que se vayan preparando en Génova 13. La historia de la política, y especialmente la de la reciente, es la demostración de que no hay peor enemigo que la astilla rebotada de la propia madera. En las mismas filas gaviotiles está el caso de Jorge Vestrynge, que cuando recibió la patada hizo en un solo salto el tránsito de la extrema derecha al posmarxismo con toques maoístas. Cierto es que no se comió un colín y tuvo que emigrar a Latinoamérica a pregonar el hombre nuevo. Otros disidentes de sí mismos han hecho mejor fortuna. Que se lo pregunten a Rosa Díez, la consejera viajera del bipartito presidido por Ardanza en los tiempos de la mesa de Ajuria Enea. Todos la teníamos como una dócil aparatera del PSE, pero un día le explotó el ego y aspiró primero a la secretaría general del socialismo vasco y luego, a la del español. Perdidos ambos envites, juró odio eterno a sus antiguos compañeros, y ahí está, haciendo sietes en los cocientes de la Ley D’Hont, amén de como política más valorada en los sondeos del CIS.

Qué decir de Emilo Guevara, que inspiró a Arzalluz aquella maldad sobre los “michelines que sobraban en el PNV”. Con el tiempo, acabó redactando la contraprogramación socialista del llamado Plan Ibarretxe. Y para nota entre los que pasan la segunda parte de su vida arrepintiéndose de la primera, Joseba Arregi, de quien no creo que sea necesario extenderse en explicaciones. Moraleja: cuidado con los que dejan de ser de ser de los suyos.