La recaída

No sé si será cuestión de días, semanas o meses, pero algo me dice que durante un tiempo vamos a tener motivos para añorar el (supuesto) inmovilismo del Gobierno español respecto a la superación de la(s) violencia(s). Tiene toda la pinta de que el perezoso Rajoy está saliendo del desesperante letargo y va a comenzar a dar pasos. Pero no en el sentido de la marcha que esperamos y llevamos demandándole desde que se aupó a Moncloa, sino exactamente en el contrario. Es probable que su voluntad fuera, según su costumbre, seguir mareando perdices y silbando a la vía hasta que el calendario solucionara el asunto, aunque fuera pudriéndolo del todo. Sin embargo, se han cruzado en su camino las asociaciones que se arrogan el monopolio de la representación de las víctimas —de las ETA, que son las únicas y verdaderas— y al cachazudo presidente no le va a quedar más remedio que saciar la sed de venganza de la bestia que él y los suyos alimentaron.

Por de pronto, después de dejarse echar una bronca de espanto por una señora que vive de prostituir el dolor genuino en rencor ególatra, el que nominalmente manda en el ejecutivo y en el PP tuvo que adherirse a la manifestación del domingo en Colón. Otra cosa es que él no vaya a tener el cuajo de presentarse en carne mortal para que, encima, le calienten las orejas por blandengue, pero el sello de la gaviota ha quedado a pie de página de la convocatoria. ¿Qué opinarán los pop vascos de la claudicación?

Y luego está ese Estatuto de la Víctima que hoy mismo aprobará el Consejo de Ministros, con pestazo a fraude de ley y a futuro nuevo varapalo desde Estrasburgo. Otra concesión para aplacar al monstruo, que seguirá pidiendo más… y obteniéndolo. ¿La venda antes de la herida? Ojalá pueda decirles dentro de equis que me precipité en el pronóstico, pero creo que es mejor disponer el ánimo para una recaída o una vuelta a las andadas. Por si acaso, más que nada.

De la equidistancia

Así de clarito se lo digo, sufridos lectores: mejor ser equidistante que julandrón de playa. Quiero decir que entre las cosas horrendas que se pueden ser en esta vida, no me parece que sea especialmente censurable intentar no pensar ni juzgar a piñón fijo. Intentar no es lograr, ojo, que el error nos acecha a la vuelta de cada esquina o, en mi caso, de cada punto y seguido. Pero puestos a meter la pata, prefiero hacerlo siguiendo mi camino antes que yendo con el rebaño por una cañada tras el cayado del pastor. Si hay que despeñarse, que nos quede el consuelo de haberlo hecho en el uso de la libertad individual y no por haberse dejado enrolar en el pelotón de cualquier flautista de Hamelín.

¿Por qué tiene tan pésima fama la equidistancia? La pregunta previa es si tal cosa existe y la respuesta es que no, que es una construcción mental hecha desde los extremos, que además de ser extremos, están adheridos al suelo con pegamento de roca. Cualquier cosa que se mueva entre ellos y sea capaz de variar su posición es automáticamente sospechosa de conducta inapropiada. Lo divertido es que quienes no quieren casarse con nadie acaban siendo tildados de promiscuos calienta-ingles. Desde el despecho, faltaría más. No deja de ser curioso que lo que une a los enemigos irreconciliables sea su aversión a los que no toman partido por inercia.

Si por decir que asesinar a Isaías Carrasco o a Santi Brouard son muestras de la misma ignominia, soy equidistante, y aunque en los labios que me lo reprochan lo sea a modo de insulto, lo acepto sin rechistar. Me parece más llevadero y, desde luego, más presentable que atornillarme las anteojeras para justificar o incluso glorificar a los autores de un crimen y deplorar a los que cometieron el otro. Otra cosa es que al mismo tiempo me sienta también imbécil teniendo que explicar a cada rato y por quintuplicado un principio tan simple y fácilmente comprensible.

Un marcador macabro

Valoro enormemente el esfuerzo y las inmejorables intenciones que saltan a la vista en la elaboración del Informe-base de vulneraciones de derechos humanos en el caso vasco 1960-2013. Desde la propia denominación, que evita las palabras resbaladizas, se aprecia un decidido empeño de no herir sensibilidades. Algo que no podía ser de otra manera, atendiendo a las trayectorias —diría yo que impecables— de las cuatro personas que lo han llevado a cabo y firmado. Juan María Uriarte, Manuela Carmena, Ramón Múgica y Jon Landa han acreditado largamente de voz y obra un compromiso sin anteojeras con las víctimas de cualquier tipo de violencia. Del mismo modo, han denunciado firme e inequívocamente a los victimarios, fueran cuales fueran, y venciendo las perversas inercias justificatorias.

Sin embargo, a juzgar por algunas de las reacciones a su trabajo, parece que toda la competencia y toda la autoridad moral es poca. No deja de ser llamativo que en las descalificaciones se haya hablado simultáneamente de parcialidad y de equidistancia. Lo primero, además, desde banderías opuestas, y lo segundo, como si fuera el peor de los pecados. Se ve que aún estamos verdes, muy verdes, para empezar a asumir que el dolor ni se ha difundido ni se ha cultivado en exclusiva.

Tan o más desazonantes que lo anterior me han resultado las interpretaciones abiertamente ombliguistas de los datos que aporta el informe. En buena parte de los casos, las conclusiones se han ofrecido a modo de marcador, como si fuera una competición macabra. Tantos muertos frente a tantos otros. Con una extraña particularidad: hay quien ha obviado la cifra mayor, casi dando a entender que entraba dentro de lo razonable o de lo ya amortizado, y se ha quedado con la menor para exhibirla como agravio único. O peor, como prueba de que hubo motivos para matar según a quién. Algún día tendremos que acabar con estas lógicas tan ilógicas.

Una mentira innecesaria

Espero sentado, ya sé que en vano, una explicación de los medios que difundieron a todo trapo la especie de que la primera víctima de ETA no fue el guardia Pardines sino la niña Begoña Urroz. Como ocurrió prácticamente anteayer, tengo frescos en la memoria los bullangueros titulares y el pifostio casi con tono de celebración que envolvieron esa presunta exclusiva que ahora sabemos que estaba construida a base de bazofia. ¿Ahora? Favor que les hago a los tribuletes que contribuyeron a la bola y a la bandada de buitres sin escrúpulus que corrieron a refocilarse en la intoxicación. Lo que acabamos de conocer es, en todo caso, la prueba requetedefinitiva de algo que ya estaba sobradamente acreditado tanto en meritorios trabajos de investigación como por los abundantes testimonios de personas que echaron los dientes en lo que entonces sí cabía llamar organización. Y ojo, que no me refiero a irredentos justificadores de la violencia, sino a muchos que han hecho una lectura crítica de esos años e incluso a algunos de los considerados abanderados patanegra del rechazo al terrorismo.

Era imposible que aquella incipiente ETA que todavía no sabía lo que quería ser de mayor ni disponía de más infraestructura que la justa para hacer unas pintadas o soltar unas octavillas estuviera detrás de un atentado como el que costó la vida a Begoña Urroz. ¿A santo de qué, entonces, parir un engaño tan fácilmente desmontable? Seguramente, por exceso de confianza. Acostumbrados a colar trolas gigantescas que hoy pasan por certidumbres impepinables, estimaron que también nos tragaríamos esta cuyo objetivo estúpido e innecesario era presentar a la banda como más sanguinaria de lo que ya sabemos que fue.

Mi tremenda duda es si, a pesar de todo, no habrán conseguido su propósito. El desmentido no ha tenido ni la centésima parte de repercusión que cosechó el fraude inicial. Otro socavón para el cacareado suelo ético.

Expectativas

Garikoitz Aspiazu Rubina, más conocido en según qué círculos como Txeroki, se dirige solemnemente al Tribunal Especial de lo Criminal (le pongo mayúsculas para darle mayor empaque) de París que lo juzga, junto a otros ilustres de ETA, por un secuestro. En los prolegómenos, las aclaraciones. Primero, la de garganta para que la voz se proyecte como requiere un ceremonial así. Después, la de su papel en la función: actúa, viene a decir, no en su mismidad de ser humano con capacidad para pensar y expresarse por sí propio, sino en comisión de servicio. Es la organización toda la que hablará por su boca, anótese el matiz. En la lengua de Molière, Simone de Beauvoir, el inspector Clousseau y Sarkozy, por cierto.

Y se pone a ello. Bueno, en realidad, aún no. Antes de llegar al presunto solomillo del mensaje, o sea, al titular que aguardan —tampoco con excesiva ansiedad, no nos engañemos— Pirineos abajo un puñado de plumillas, procede otro ramillete de explicaciones. Quiénes somos, de dónde venimos, por qué hacemos lo que hacemos y estamos “humildemente orgullosos” de ello, en qué nos apoyamos para no reconocer a los togados de ahí enfrente… En fin, el ritual clásico, lo que marca el protocolo, que no por consabido ha de ser saltado. Mucho menos en esta ocasión tan señalada.

Muy comprensible, nos hacemos cargo, pero, ¿y la frase para destacar entre comillas? Un momento, que hay que vestirla un poco citando a Durao Barroso (Oh, la la!), Van Rompuy (Mon Dieu!) y, por intermedio de estos, a Jean Monet (C’est ne pas possible!). Luego, unas líneas más de contexto hasta que, por fin, en el penúltimo párrafo del documento de 826 palabras se proclama que “la organización lamenta el daño que les ha podido causar a todos los ciudadanos que, sin ninguna responsabilidad en este conflicto, han sufrido un daño a causa de la actividad de ETA”. Eso es todo. ¿Alguien esperaba más, acaso? Por lo visto, sí.

Trayectorias

Qué enorme pereza, cuando se está con el bullarengue para pocos ruidos, volver a echarse al coleto titulares del pleistoceno. “Urkullu pone a un ex edil de HB en un cargo para tratar con las víctimas”. “Un batasuno dirigirá el área de Paz y Convivencia del Gobierno vasco”. “La AVT corta con Ajuria Enea por fichar a un ex batasuno para la Paz”. Eso, allá al fondo del búnker, pero en la zona del kiosco donde supuestamente canta menos a rancio, esto otro: “Un ‘abertzale’ para gestionar la memoria de las víctimas del terrorismo”. Y a modo de ilustración sandunguera, sendas caricaturas de Urkullu y Erkoreka caracterizados como dantzaris y marcándose un aurresku sobre la tumba de una víctima de ETA, cuánta chispa.

Lo bueno, que es con lo que debemos quedarnos, es que tal conjunto de regüeldos ya no vende una escoba. Pasan con más pena que gloria entre las páginas plagadas de chanchullos y manganzas y, si es el caso, dan el alpiste justo para que cuatro bocabuzones llenen diez minutos de las cada vez más desangeladas tertulias del córner diestro. Creo, de hecho, que ahí está la noticia: por aqueste lado y por aquelotro los de los extremos se han quedado en raquítica y patética minoría. Ladren, pues, y sigamos cabalgando, que bastante jariguay tenemos entre los que avanzamos por la zona de teórico encuentro de diferentes.

Si hay un reto, es que no la jorobemos los que compartimos los cuatro principios de cajón sobre cómo pasar a la siguiente pantalla del videojuego. Lo demás es tan complicado y simple a la vez como ir haciendo camino sin prisa y sin pausa. En esa tarea le doy mucho valor a estos nombramientos que tanto han escocido a los pintureros dinosaurios. No solo al de Jonan Fernández, que es mucho más que el daguerrotipo chusco y simplista al que han querido reducirlo, sino también a los de Txema Urkijo y Mónica Hernando. Sus trayectorias les avalan y no dejan ningún lugar a la duda.

Derechos demediados

Es difícil escoger entre el abundante y variado surtido de “días de” el que provoca más grima, más impotencia o más ganas de pedir asilo en Saturno. Todos —si no es así, que me apunte alguien las excepciones— están tallados a base de hipocresía, cinismo y tres o cuatro gotas de magníficas intenciones a modo de excipiente y cebo. Queda uno fatal si no se suma con el lazo o la pegatina correspondiente a la noble causa del enunciado. ¿Quién no está contra el racismo, contra la violencia de género, contra el hambre, contra la pobreza, contra…? Y yendo al más reciente, que es el que los compila a todos y por eso mismo, el que pongo a la cabeza de la lista de efemérides estomagantes. ¿quién no está a favor de los Derechos Humanos, con D y H mayúsculas?

Como hemos visto en las últimas horas, nadie. Asesinos probados, instigadores o cómplices de grandes, medianos y pequeños crímenes nos han discurseado sobre la materia sin que se asomara el rubor a sus rostros de mármol. A ninguno se le ha visto ni oído decir nada de las conculcaciones. vulneraciones o pisoteos que han llevado o llevan su firma. Naturalmente, siempre son los otros —ya sean concretos o difusos— los verdugos.

Conclusión: esta es una de tantas conmemoraciones hemipléjicas, lo que es tanto como decir absolutamente inútiles. Mientras sigamos demediando los derechos humanos y clasificándolos por conveniencia o por proximidad de las víctimas, no solo no estaremos poniendo coto a las injusticias, sino que las estaremos haciendo más profundas y duraderas. El compromiso debe ser completo y sin lugar a matices ni a descartes interesados. Allá donde se encuentre una persona que haya padecido la arbitrariedad, debe estar nuestra denuncia y nuestra repulsa. Y si, por acción, omisión o las carambolas de la vida, hemos tenido algo que ver con esa circunstancia, no debe faltar el reconocimiento ni la petición de perdón. Es lo mínimo.