Acaban de ser editadas las memorias de Adolph Marx (Nueva York 1888-Los Ángeles 1964), más conocido como Harpo (el mudo), el cómico que dejó de hablar en un escenario en 1915 y no usó sus cuerdas vocales más en el cine ni en la televisión, sino usaba una bocina. Pero Harpo tenía su propia voz y escribió una autobiografía “¡Harpo habla!” que acaba de ser reeditada. Durante páginas y páginas Harpo describe sus aventuras infantiles y sus primeros pasos en el entretenimiento: «A mis 13 años, descubrí que algunas tiendas del vecindario estaban pagando un penique por gato. No recuerdo por qué. Me convertí en empresario. Groucho y yo estrenamos en el sótano el popular sketch del tío Al, “Quo Vadis patas arriba”. Precio de admisión: un gato. Fue mi primera actuación pública. Ingresamos siete gatos en taquilla, pero obtuvimos unas ganancias netas de solo cuatro centavos. Tres gatos se escaparon. Bueno, así es el negocio del espectáculo».
Lo que cuenta Harpo puede ser una foto de lo que nos puede pasar a nosotros con el acuerdo estatutario firmado con Zapatero. Estos días me lo han preguntado en tres ocasiones. Aprobados los presupuestos en el Congreso llegan ahora al Senado, que presumiblemente lo rechazarán, y volverán al Congreso en diciembre. Mientras ésto ocurre Zapatero estará modosito y dirá que está eternamente agradecido al PNV, como lo dijo el jueves en el pleno, pero pasado el trance, nos puede ocurrir como a Harpo con sus gatos. Pues sí. Pero no creo Io haga. Está escaldado, empieza a abandonar el realismo mágico de su optimismo antropológico y a pesar de que sigue cometiendo errores como su postura con los hechos del Sahara, le va, a futuro, su credibilidad política si pretende volver a repetir la jugada que le hizo a Artur Mas. Este no se la ha perdonado y en virtud de los resultados del 28 en Catalunya actuará en consonancia con los mismos y le recordará al presidente del gobierno que le mintió una vez pero no le volverá a mentir nunca más. No creo pues que vivamos la suerte de Harpo, aunque siempre hay que tener la mosca detrás de la oreja. Pero en Madrid siempre hay que apostar. Y nosotros apostamos una vez más por Euzkadi.