El Consejero fulminado por su “compadrazgo” con Agirre

Viernes 10 de abril de 2020

He tenido la suerte de conocer a varios de los Consejeros que acompañaron al Lehendakari Agirre en su gobierno, personas tales como Leizaola, Monzon, Nardiz, Aznar, pero del comunista Astigarrabia solo sabía que vivía en Cuba como profesor de marxismo en la Universidad de La Habana.

En el viaje que hicimos en mayo de 1983 acompañando al Lehendakari Garaikoetxea y en la cena con la colectividad vasca apareció la esposa de Astigarrabia a quien saludamos y reconocimos, hasta que un buen día  fue noticia que el único comunista que tenía este partido en el gobierno vasco volvía y se residenciaba en Donosti y se adscribiría a Euskadiko Ezkerra.

D. Manuel de Irujo me había hablado de él como persona a los que los comunistas, buscando un chivo expiatorio, acusaban de la caída de Bilbao por su “compadrazgo” con el Lehendakari Aguirre y de cómo le había pedido la posibilidad en Barcelona de una acción para inmolarse. Irujo lejos de eso, le buscó un refugio donde estaban fundamentalmente mujeres vascas con niños pequeños en BercK Plage y allí estuvo escondido.

Era para mí una figura interesante a la que le tenía que preguntar cosas y tras contactar con él, me fui a Donosti en julio de 1982  y en su casa, un piso muy pequeño en Amara  le formulé estas preguntas. Creo tienen interés.

Comencé preguntándole por José Antonio y de cómo lo había conocido.

Astigarrabia: Tenía referencias de Agirre muchísimo an­tes de conocerlo físicamente, a través de la prensa, por sus esfuerzos, y sus trabajos, por sacar adelante el Estatuto de Autonomía y después del fracaso del Estatuto de Estella, por la creación de un nuevo estatuto que fuese más potable. Lo conocía y sentía de una manera somera. No producto de un análisis científico, ni mucho menos; pero empecé a sentir cierta simpatía por este hombre; por su esfuerzo y por el tiempo que dedicaba a lo que él creía era su deber.

Como alcalde de Getxo, su dinamismo me atraía mucho. Cuando le conocí ya personalmente se confirmó esta prime­ra opinión; por su físico con su mirada franca de águila. A medida que le iba, tratando como jefe de Gobierno fui vien­do en él nuevas cualidades. Tenía la virtud del componedor, de aunar voluntades, limar asperezas, rebajar aristas y hacer el conglomerado que fue nuestro Gobierno. Conglomerado de filosofía para llegar a hacer algo verdaderamente cohe­rente. Sobre la base de eso, la buena voluntad de cada cual, pero además de la buena voluntad de cada cual, la participa­ción del Presidente que sabía aunar voluntades. Otra cuali­dad, era que jamás se dejaba llevar por el desánimo; era algo exagerado el optimismo que a uno le refrescaba muchas ve­ces, porque en todo nuestro desafortunado período hubo momentos de crisis y sin embargo, él siempre mantenía el mismo humor. No tenía fluctuaciones de histerismo, de euforia. Era un carácter muy equilibrado.

Nuestra mutua estima se forjó a raíz de nuestra convi­vencia en el Gobierno Vasco y de nuestras responsabilida­des. Recuerdo que una vez a un batallón nuestro se le había asignado un convento desalojado voluntariamente (no sé si eran frailes o monjas), para dar lugar a los batallones. Se me ocurrió pasar a las 7 de la mañana para ver cómo se habían instalado estos batallones. Al cuarto de hora de estar hablando con Arrastia vi aparecer al Presidente. Fue tal mi sorpresa que no se me ocurrió decir: «Ríndanle los honores debidos», sino «buenos días, buenos días». Me dijo: «He venido a ver qué tal están, vengo de misa y se me ha ocurrido pasar para ver cómo se ha alojado ese batallón comunista». De pronto, me dice: «Oiga, Asti, y ¿las imágenes que había en este convento? ¿Qué han hecho de ellas?». Le pregunté a Arrastia. Me contesta: «Vengan Vds.». Nos llevó a un cuar­to espacioso que había a la derecha de la puerta de entrada. Ahí estaban las imágenes alineadas como soldados cubiertas con sábanas blancas y sogas nuevas. Habían regado ya el pi­so que era de tierra. Cuando vio esto, dio un suspiro de sa­tisfacción.

Cosas como estas, ilustrativas, como cuando fue Saseta con su batallón a Asturias, donde murió. Me sentí con el de­ber de despedirles porque habíamos tenido un forcejeo fuer­te y prolongado sobre la conveniencia de ir. Los nacionalis­tas se resistieron incluso de que los asturianos vinieran. Por el contrario, nuestra política era la de hacer intercambios. Por fin cedieron. El primero que salió fue el de Saseta. Me sentí obligado a hacer acto de presencia en la despedida de la estación, para vigilar que se les dieran los mejores vagones y darle la importancia que tenía esta concesión que hacía el Partido Nacionalista. Sentía que tenía que contribuir de al­guna manera. Agirre estaba allí. Me dijo: «Hombre Asti. Cómo me alegro que esté Ud. aquí».

Estas son cosas que van forjando una amistad. En algu­nas conversaciones privadas que tuvimos me contó los resul­tados y argumentos que se llevaron cuando fueron al Vatica­no. Y que les presionara para que se alinearan a Gil Robles, o sea, con las derechas españolas. Me dijo «Asti, nosotros reconocemos la autoridad del Papa, pero en cuestiones políticas, no».

P- El 7 de Octubre de 1936 se forma el Gobierno Vasco en Gernika con un programa de gobierno. La elaboración de este programa ¿cómo se hace? ¿Fueron las fuerzas políticas o fue asunto del Presidente?

R.- Supongo que fue cosa del Presidente en lo fundamental. Nosotros no colaboramos. Al contrario, se nos presentó ese programa que nos pareció bastante aceptable, porque ante todo se preveía no sólo la situación del momento sino la re­construcción del País. Se le concedía bastante importancia al problema social. No tuvimos inconveniente en aceptarlo. Ese Programa venía a sustituir al Programa del Frente Po­pular, en cuanto se constituyó el Gobierno Vasco, que era un Frente Nacional, y tengo alguna idea de que se preveía una serie de cosas entre ellas el salario familiar. Se puso mucha atención al problema social.

P- ¿Qué recuerda de aquel 7 de Octubre? ¿Tiene algún re­cuerdo especial de la Jura?

R.- El recuerdo especial que tengo es de cómo, sobre todo, los representantes nacionalistas querían quedarse con la plu­ma con la cual se firmaba, porque parece ser que la pluma estaba hecha con una rama del árbol de Gernika y todo el mundo esperaba a ver  quien era el último en firmar para quedarse con la pluma.

P- ¿Dónde se encontraba su Consejería?

R.- Mi Departamento estaba en una antigua compañía de se­guros «La Equitativa» en el Arenal; la que tenía una cúpula encima.

P- ¿Cómo eran las reuniones del Gobierno, sobre todo en el primer momento? ¿Se hacía más hincapié en el tema de la guerra, en la organización de las Consejerías o en la vida política del país?

R.- Sobre todo a la vida política del país. Al abastecimiento que era un problema y a prevenir; a la construcción de refu­gios y algunas cosas de la guerra. Había cosas que no se podían plantear ni siquiera en el Gobierno, pero en general, hablábamos bastante abiertamente de los problemas de la guerra y como saben se procedió a la formación del Gobierno sobre la base de derecho a veto de cada cual, es decir, que las resoluciones tenían que ser aprobadas por consenso o por abstención. Aquí es donde teníamos grandes peleas verba­les, sobre todo Leizaola y yo que representábamos dos extremos casi irreconciliables; pero venía el Lendakari, se reía y a veces me daba la razón a mí.

P- Tengo entendido que el Gobierno le pidió a Monzón que redactara un informe sobre lo que ocurrió tras el asalto a las cárceles y entonces el Partido Nacionalista Vasco le pidió a José Antonio de Agirre la dimisión de Monzón. Como José Antonio no accedió a la dimisión de Monzón, el que dimitió fue Juan Ajuriagerra. ¿Recuerda Vd. algo de eso?

R.- No, esas son interioridades del Partido Nacionalista que no las conocí. Lo que puedo decirle es que la última vez que estuve con Monzón fue en el año 1974 en San Juan de Luz; me invitó a comer y en los alrededores de San Juan de Luz hablamos. Era el día precisamente de la bomba en la calle Correo. Hablamos de muchas cosas pero no de esto. Cada partido tiene su vida propia y no se sabe hasta qué punto se tiene toda la confianza plena en el partido.

Ahora bien una cosa que sí justifica lo que Vd. ha dicho hasta cierto punto, puede ser el que Agirre se negara a la dimisión. Porque Agirre se negó también a mi dimisión cuando se la pedí; él tenía metido en la cabeza que teníamos que mantenernos unidos hasta el fin. El Gobierno tal cual se había constituido en Gernika y había que dar cuentas en Gernika y eso era otra de las características suyas. Hasta el día en que la cosa era evidente, ya que los alemanes entraron por San Quintín.

Nos despedimos en la Avenida Marceau precisamente en la puerta de la representación. Hasta ese momento este hombre creyó que nosotros volveríamos como decía: «Iremos todos juntos, antes de lo que Ud. cree». Le dije que quería salir ya, que no había nada que ha­cer; que quería irme a América. Me dijo, «no Asti, no se apresure». Le había pedido el permiso hacía ya un año y me había dicho: «No, no se apure». Creo yo que él creía que en cuanto la cosa se pusiese peliaguda en Europa, los franceses iban a invadir el País Vasco, Nabarra y que nosotros, detrás de la cola de los franceses íbamos a ser repuestos en nuestro país.

Creo, que alguien le había hecho pensar en eso, pero cuando nos despedimos la cosa ya estaba perdida y no creíamos volver a vernos. Sin embargo, tras su odisea en Berlin y su llegada a América, en 1943 en Panamá precisa­mente recuerdo que cuando bajó del avión había cantidad de gente, profesores, políticos, etc. Yo estaba un poco en la periferia de todo el mundo, del grueso, y él con su vista de águila me gritó: «¡Asti!». Vino entre la multitud, me dio un abrazo. Estuvo tres días en Panamá y lo pasamos muy bien. Fue a dar una serie de conferencias.

Además había sido un cónsul panameño el que le salvó la vida cuando estuvo por Berlín. Tenía mucho afecto a Pana­má, por eso, porque le había salvado la vida el cónsul Ger­mán Gil Guardia Jaén.

Pasaron tres días muy buenos. Sé por los camaradas de Bayona que en 1945 cuando fue dio varias conferencias en París y destacaba el carácter de que yo seguía siendo comu­nista. Los camaradas de Bayona decían: «Y entonces, ¿por qué no viene aquí?» Ni siquiera sabían que yo había sido ex­pulsado del partido. Así que él siempre me recordaba.

P- Uds. en tiempo de guerra hicieron un viaje a Valencia.

R.- Sí, esto fue en relación con el general Llano de la Enco­mienda. Hay aquí un problema que me hizo pensar mucho al respecto. El presidente del gobierno español Largo Caballero no sólo prometió el Estatuto que sería aprobado rápidamente. Creo que debía haber otras promesas verbales que hicieron que cuando vino este nombramiento de Llano de la Encomienda como General en Jefe de todos los ejércitos del Norte que es lo que no quería el Partido Nacionalista. No quería perder el control de sus tropas y el nombramiento de Jesús Larrañaga como Comisario político lo rechazaron los asturianos enseguida.

Resultó que yo planteé el problema y dije: «Bueno ahí está, el dilema  que es  obedecer o declararnos francamente en rebeldía, pero creo que sería desastroso en este momento». Me dicen. «No, no Asti, este nombramiento no lo ha hecho Largo Caballero». «Entonces, ¿quién lo ha hecho? Bueno y si fuera él mismo?. Yo encantado de la vida. Y así fuimos. Efectiva­mente tenía razón.

Le pregunté a Largo Caballero: «Mire camarada Caballero tenemos el problema que no sabemos si Vd. ha hecho o no este nombramiento». Me dijo en un tono cansado. «Estoy harto ya de hablar de esto y de negar que yo haya hecho estas designaciones; yo no he hecho estos nombramientos». La cosa se quedó así. Y era que en aquel momento no se aclaró nada; salvo que Largo Caballero no había hecho ese nombramiento. Después de muchos años me ente­ré qué es lo que había pasado.

Resulta que nuestros ágiles camaradas en Madrid en el momento en que Giral, sale de Jefe de Gobierno, le meten el nombramiento de Llano de la Encomienda y el camarada Larrañaga firma sin mirar si­quiera, lo llevan a «La Gaceta» y para cuando Largo Ca­ballero toma posesión de la Secretaría de Guerra el Consejo de Ministros se encontró con esas designaciones que ya esta­ban en curso de ejecución creando este equívoco. Esto me hizo pensar el por qué el Lehendakari tenía esa seguridad tan absoluta.

Como le digo, nos despedimos cuando los alemanes entraban en San Quintín. Nos volvimos a ver en Panamá. El recuerdo después es bastante penoso por cierto; es mi visita en el 74 a su tumba.

P- Voy a hacerle una serie de preguntas sobre la personali­dad de todos los Consejeros del Gobierno Vasco. Por ejemplo de Agirre ya ha hablado Vd. de él. Eliodoro de la Torre, Consejero de Hacienda.

R.- Para mí Eliodoro de la Torre era el perfecto burócrata bancario, muy imbuido de lo que él seguramente había visto en Inglaterra, en la Banca inglesa de presentar a los emple­ados de la banca como unos señores disciplinados y muy ser­viciales.

Leizaola, era con el que más discutía yo. Siempre sacan­do historias, cogiendo un libro, y abriéndolo por la mitad.

Con Monzón, las relaciones eran muy superficiales, aun­que con él no había enfrentamientos. Nos tuteábamos, sobre todo después de nuestra intervención en la normaliza­ción tras el asalto a las cárceles, pero me pareció un hombre un poco hueco en el aspecto intelectual. Esto se confirmó la última vez que estuve con él en San Juan de Luz, cuando me dijo: «yo soy un hombre de un sólo libro». Le contesté: ¿»y está metido en los asuntos de la Universidad Vasca? Vd. cree que la cultura de una Universidad puede resumirse en un so­lo libro? En fin.

Con Aznar tenía la relación que llevábamos con los so­cialistas, un poco de pique, un poco considerarnos herma­nos, del mismo tronco pero al mismo tiempo rivales. Sobre todo aquel mala uva de Toyos muy inquieto, muy eficaz y que era muy gritón, tan pequeño como gritón ya que porque era pequeño tenía que gritar más que nadie. Nardiz una buena persona y de Gracia no digamos. Había nacido para patriar­ca y no para recibir estos empujes del destino, y encontrarse con cuadros tales como el que le encargaron los socialistas cuando enviaron a Juan  Gracia, que era precisamente el más sensible a todas estas cosas del asalto en vez de enviar a otra persona con más empuje. Podían haber enviado por ejemplo, al mismo Aznar que era el más joven de ellos.

Ramón Aldasoro, era de Izquierda Republicana. Había sido gobernador de Gipuzkoa precisamente cuando yo capitaneaba a los pescadores de Pasajes, en la marcha sobre San Sebastián, cuando tuvimos ocho muertos y ocho heridos graves. Sin embargo, nuestras relaciones, aunque un poco tensas eran corteses; no dejo de reconocer que era un hombre muy eficiente porque organizó el abastecimiento muy bien y puedo decirlo porque estuve en París cuando se preparó el abastecimiento y durante 15 días fue un barullo que no lo entendía nadie. Sin embargo nosotros estableci­mos el abastecimiento precisamente con la eficiencia de Aldasoro de una manera muy normal y rápida que cubría por lo menos las necesidades mínimas de la guerra. Especial­mente por el heroísmo de hombres como Lezo que me decía precisamente en el año 74 cuando me vio en Bayona «te va­mos a secuestrar, tu no regresas más a América, tienes que quedarte aquí». Ese hombre rompió el bloqueo cantidad de veces.

El consejero de Sanidad Alfredo Espinosa, es con el que menos relaciones tenía; el pobre hombre fue traicionado por el aviador Yanguas que aterrizó en Zarauz. No puedo decir gran cosa más que eso. Se dedicaba a la salud pública, no sé hasta qué punto tuvo acierto, porque también el problema de salud pública no era solamente un problema de población civil sino población militarizada. Preparar camas para heridos y todas esas cosas. No puedo decir nada más. Su carta de despedida es memorable y denota su hombría de bien.

P- ¿Cada cuánto se reunían en el Gobierno?

R.- Cada semana por lo menos una vez, y a veces comíamos juntos.

P- ¿Asistían a las reuniones los secretarios?. ¿Aprobaron el himno y la ikurriña?.

R.- No, ni se levantaban actas. Cada cual se hacía cargo de los acuerdos que le afectaban a él o a su Departamento. Por eso no consta el famoso acuerdo del himno.

¡Ah, bueno! Le puedo decir que cuando se planteó el te­ma del himno fue en las primeras reuniones que tuvimos. No sé si fue Leizaola el que la propuso. Y se aprobó. Yo me callé. En primer lugar bajo mi punto de vista en aquel en­tonces yo tenía mi himno, la «Internacional»; nosotros es­tábamos muy lejos de considerarnos demócratas. Ni mucho menos. Seguíamos ese impulso de Lenin que fue antide­mocrático hasta el fin de sus días y del cual heredamos esa tendencia a despreciar la democracia hasta que vino el fas­cismo y nos demostró que la democracia era necesaria, pero en aquel momento esperaba otra cosa. Personalmente dese­aba que se tomara como himno nacional el «Gernikako Ar­bola» por su contenido, porque ya estaba arraigado en el país y porque como decía el historiador portugués que el único himno digno de ser cantado en la Península era el «Gernika’ko Arbola».

 Pero bueno, nadie dijo nada y quedó aprobado por unanimidad puesto que no hubo oposición. Entonces viene Nardiz, que era con quien yo tenía más estrechas relaciones. Nacionalista, un poco socialista tra­tando de conectar lo nacional con lo social, me dice: «¿Por qué no has hablado?». Le digo: «Y por qué tenía que ser yo el que hablara». Yo tengo mi himno sagrado que es la «Internacional», eras tú quien debería haber hablado, tu o Aldasoro, o cualquier liberal burgués, era quien debería haber hablado reivindicando el «Gernika’ko Arbola» como him­no; esperaba eso». «Tú por qué esperabas que yo hablara», le pregunté. «Hombre como tú eres siempre el que marcas la pauta». Le contesto, «no, no, no, déjate de tonterías, aquí os correspondía a vosotros tomar la palabra».

Sin embargo la ikurriña fue una propuesta del socialista Santiago Aznar a cuenta del problema que tenía con los barcos. Los barcos tenían cantidad de banderas, y entonces propuso la ikurriña como una especie de enseña que estaba asumida más o menos por el pueblo.

Bueno, la ikurriña siempre la he aceptado como cosa na­tural y no recuerdo que hubiera pelea por ella porque en re­alidad, había sido aceptada ya por el pueblo.

P- ¿En el año 1956 José Antonio de Agine le invitó a Vd. al Congreso Mundial Vasco?

R.- En aquel entonces yo estaba en Panamá completamente aislado. El Delegado del Gobierno Vasco que era un alavés, Mendoza Garayalde, muy buena persona, había muerto ya. No tuve conocimiento de esta invitación.

P- A José Antonio de Agirre Vd. le vio en algún momento abatido, decaído.

R.- No. Precisamente le he dicho que nunca le vi con cambios; podía en algún momento decir «mecachis» pero de ahí no pasaba; luego igual se sonreía y decía «¿qué le parece a Vd., Asti?». Un carácter muy, muy igual. Sin altibajos.

P- Desde que Vd. sale de Bilbao va a Santander, tiene problemas con su partido, luego Vd. pasa a Valencia y de Valencia a Barcelona.

R.- Me expulsaron en Valencia y ante el temor de que me pa­sara algo me dice mi mujer: «vete a casa de tu hermana (yo tenía una hermana en Barcelona) mientras arreglo la venta de los muebles, lo poco que tenemos aquí». Efectivamente me fui a Barcelona. Y sé según me dijo mi mujer que Jesús  Larrañaga después de regresar del Norte donde había ido a infor­mar de los motivos de mi expulsión, andaba buscándome por Valencia justamente para darme una explicación. Yo a Larrañaga lo consideraba como un hermano y lo sigo consi­derando como un hermano. Lo que él hizo, lo hubiera hecho yo en su caso. En caso de que las cosas hubieran sido al revés, hubiera obrado igual que él. Así que no tiene que darme ninguna explicación.

P.- Luego Vd. de ahí va a París.

R.- No, me quedo en Barcelona. En una ocasión en que esta­ba esperando a mi mujer que había ido al servicio de abaste­cimiento para los vascos, ya que teníamos nuestro propio abastecimiento cedido a Dios gracias por la Generalitat en Cataluña, se me acercó un individuo a quién conocía, un comunista de Madrid. Me dijo: «¿Qué hace Vd. aquí?». «Y a tí qué te importa qué hago yo aquí». «Es que soy policía». «Bueno y qué». «A ver la documentación». «Tú me cono­ces muy bien a mí, como te conozco a ti, pero mira», y le en­seño mi carnet de Consejero. Se quedó desconcertado. Y de pronto alcé la vista y vi a Ramón Ormazabal en el quicio de una puerta. Era él quien lo había enviado. Se lo conté a Nardiz. «Esto está mal Asti, voy a pedir protección para ti». Al so­cialista Paulino. Había dos, Paulino el bueno y Paulino el malo.

Paulino Gómez Beltrán y Paulino Gómez Sáez.

Le recordé que al principio, antes de nombrarse el Go­bierno Vasco, había pertenecido a la Junta de Defensa con Paulino que estaba allí ahora como Ministro de la Guerra y era uno de los Paulinos (no sé si era el bueno o el malo).

 En fin le hice algunas críticas y por eso habíamos peleado bas­tante. Me daba la impresión de ser un hombre vengativo. Por eso le dije a Nardiz que me parecía que era mejor no to­car el problema con Paulino: «Sí, pero se lo voy a decir, porque tú estás mal así». La cosa es que el hombre se negó en redondo a darme protección alguna y a mí me consta por­que parece ser que también el Partido Nacionalista también tuvo algún problema con él.

Querían abrirle un expediente. Yo en alguna declaración que hice casi apoyaba la necesidad de un expediente, pero sin meterse mucho a fondo. Total que el hombre me tenía rencor y se negó a facilitarme ninguna clase de vigilancia. Entonces el Gobierno Vasco deci­dió que fuera a Caldetas, a 30 Kms. de Barcelona, donde se habían refugiado todas las embajadas y representaciones extranjeras y que además tenía la ventaja de recibir periódi­camente la harina necesaria para hacer el pan.

En fin que ahí estuve hasta que Irujo me avisó un día. Primero se fue mi mujer a Berck Plage. Al día siguiente vino el coche y llega­mos a la frontera de Portbou en Francia y con él pasé la frontera. Me llevó hasta Bayona. Después de Bayona fui a París donde se encontraba el Gobierno Vasco esperándome en pleno. Comimos juntos todos. Le había dicho a Agirre que quería presentar mi dimisión allí: «Olvídese de eso, no tenga Vd. tanta prisa. Si vamos a regresar a Euzkadi antes de lo que cree Vd., y además todos juntos, todos en bloque».

P.- La última vez que le vio ¿fue en Panamá?.

R.- Sí, allí fue. Luego me fui a vivir a La Habana.

P- ¿No le volvió a ver más?

R.- No, porque estuve en Panamá 21 años y cuando salí de Panamá fue para ir a Cuba donde he estado 20 años. Pasé 41 años en los trópicos.

P- Se ha habituado Vd. a la vida de aquí en la actual Euzka­di.

R.- Sí. Me voy habituando; sobre todo a estos inventos de la tecnología moderna, al portero automático éste. Nosotros en Cuba nos hemos quedado estancados, aislados completa­mente, y de los países socialistas no vienen esas cosas. Estoy hecho un poco salvaje. Le digo a la patrona y a los camaradas que muchas veces no me atrevo a salir a la calle pues no sé si sabré volver ya que me encuentro que hay que tocar una serie de botones y cosas para entrar en la casa.

P- ¿Tiene a su familia en Cuba?

R.- Tengo la mitad de la familia en Panamá. Los dos tercios y un hijo casado en Cuba. Tengo tres nietos panameños y tres nietos cubanos. Los panameños, el uno ya se ha casado con una mormona en la Ciudad del Lago Salado. El mayor se va a casar pronto, es licenciado en físico-química y ahora está estudiando ingeniería industrial. La otra se licencia este en odontología.

P- ¿Qué fue Agirre para usted?

R.- El que concretó en su persona, no sólo la obtención de la autonomía y otras cosas, sino la unidad del pueblo. Porque el primer Gobierno autónomo fue en realidad un Gobierno de unidad nacional.

Hasta  aquí la entrevista a Juan Astigarrabia, un gipuzkoano luchador, enjuto y amigo de José Antonio. Le volví a ver en el edificio del Gobierno en Lakua cuando presentamos el libro en homenaje a Eliodoro de la Torre, Consejero de Hacienda. Él y Leizaola nos hablaron del primer gobierno, de su unidad y del carisma del Lehendakari. Toda una historia.

Un comentario en «El Consejero fulminado por su “compadrazgo” con Agirre»

  1. Buen día el de mañana para recordar la labor de aquel gobierno masacrado.
    Ahora que tan de moda están las distopías de marras
    ¿qué hubiera pasado si a aquel gobierno neófito y perseguido le hubiera sustituido otro gobierno vasco esta vez ya en condiciones de paz?
    Es decir si no hubieran vencido los nazis, fascistas y franquistas.
    Nunca lo sabremos, pero mañana lo imaginaremos porque la imaginación de momento es libre.

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