García Margallo, el gran encubridor

Sábado 8 de agosto de 2020

Conocí a José Manuel García Margallo en la legislatura de 1986. Formaba parte del PDP, se colocaba en los últimos escaños de la Cámara y era un buen parlamentario. Había estudiado en los jesuitas de Donosti, en la Universidad de Deusto y ese dato me lo repetía cada vez que nos veíamos. Tenía obsesión por Sabino Arana y por Arzallluz y se declaraba monárquico y de extremo centro. Creo era más de lo primero que de lo segundo. Y democristiano solo de cintura para arriba. Viajé con él a Guinea Ecuatorial en 1988 y establecimos una buena relación personal que se perdió cuando fue ministro de Rajoy.

Posteriormente fue elegido eurodiputado en el Grupo del PPE y en 2011, con mucho misterio nos invitó a Carles Gasoliba de Convergencia, Jordi Casas de Unió y a mí mismo a su casa de  la calle Zurbano en Madrid. Estuvo asimismo Luis de Grandes que había sido portavoz del PP en el Congreso en tiempos de Aznar. Quería saber nuestra percepción de Rajoy y si nuestros partidos le apoyarían en caso de no obtener mayoría absoluta. Lógicamente le dijimos que esa decisión no era nuestra, pero me imagino que ese sondeo le vendría bien de cara a su amistad con Rajoy al que invitaba a navegar en un barco que parece tenía.

Pero en noviembre de ese año  2011 Rajoy obtuvo mayoría absolutísima, 186 diputados y de todo aquello se quedó en nada. Aquel tipo afable, irónico y agudo se convirtió en un tipo distante, arbitrario, frívolo, despreciativo, nada que ver con la persona que había conocido de diputado de base. Si quieres conocer a fulanito, dale un carguito. Hay mucho de eso.

Ante ese cambio tan brutal, tuvimos nuestras trifulcas. Una de ellas a cuenta de su intocable monarca.

Mi obligación era controlarle como ministro de Asuntos Exteriores. Nunca tuvo la menor sensibilidad con una política exterior basada en valores, ni con el drama venezolano, ni con la construcción de Europa  en serio y solo le interesó neutralizar el Procés catalán metiendo horas con los embajadores y viajando, sin publicidad, a los países bálticos y al Vaticano para neutralizar la acción exterior catalana. Para colmo se llevaba fatal con su secretario de estado Méndez de Vigo y aquello no fue nada bien. Parece mentira que una cabeza bien amueblada fuera tan poco serio en todo, salvo en su rancio concepto de la españolidad, más propia del ministro de Franco Fernando M. Castiella.

Que no, que si… El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, no  quería aclarar cuál era su versión definitiva sobre sus posibles encuentros con Corinna zu Sayn-Wittgenstein y los posibles encargos del gobierno español para que la «amiga entrañable» del Rey mediara ante los Emiratos Árabes. Primero lo negó todo: «No tengo noticias de esas gestiones, no sé a qué periodo se refieren», dijo el ministro, que posteriormente echó balones fuera, más bien a la portería de los socialistas: «Es que no tengo ni la menor idea. Eso, como usted sabe, corresponde a un periodo anterior al Gobierno del PP». Llegó incluso a negarlo en sede parlamentaria, cuando en el Senado, a pregunta mía en el pleno, me negó enfáticamente“ que ni el Gobierno actual ni el anterior encargaron trabajos de ningún tipo” a la lobista  alemana. Mentía descaradamente.

Sin embargo, después de que El Mundo revelara los encuentros con Corinna, un portavoz autorizado de García Margallo reconoció que efectivamente se había reunido con la “amiga entrañable“ de su campechano monarca.

Dos encuentros de carácter privado

Fueron «dos encuentros de carácter privado», aunque el ministro negó  «tajantemente» haber encargado a Corinna gestiones de mediación entre el Gobierno y los Emiratos Árabes.

Sin embargo, ¡que mala pata!, El Mundo desvelaba que García Margallo recurrió a la amiga del Rey para que mediara ante Abu Dabi hacía apenas unos meses, con el fin de intentar calmar a los inversores árabes tras la rebaja de las ayudas a las energías renovables por parte del Ejecutivo. El primer encuentro habría tenido lugar en noviembre del año anterior, una comida en Madrid, en un sitio fuera de la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, que no fue un restaurante. El segundo, más breve, fue en diciembre.

«No me consta»

García Margallo dijo  que él no había encargado nada a Corinna, sin embargo, no desmintió que se hubiera hecho dicha mediación, ya que al respecto se limitó a contestar que a él no le constaba.

En las reuniones mantenidas en noviembre y diciembre por García Margallo con Corinna aquel le habría entregado a la princesa documentos del Ministerio de Industria, entre los que se incluían manuscritos del ministro José Manuel Soria, para preparar la posición española ante la cumbre energética de Emiratos Árabes.

Sobre este asunto, Soria, en la misma línea mentirosa dijo que él no le dio «documentación a Margallo ni Margallo me la pidió a mí» y sobre los encuentros del ministro de Exteriores puntualizó que «si él se ha reunido» con Corinna «será él quien pueda aclararlo”.

No aclararon nada y nadie les exigió responsabilidades por mentir. Si al ministro Javier Solana el rey le condecoró con el Toisón de Oro, siendo socialista y si todos los ministros de Asuntos Exteriores cubrieron al rey, en el caso de Margallo este no solo lo cubrió sino mintió en sede parlamentaria,

Destaco el hecho porque es uno de los asiduos a los platós que en las televisiones nos da clases de ética política y de cómo ha de funcionar la democracia siendo un auténtico encubridor de fechorías de todo tipo.

Comparecencia de Sanz Roldán

La noticia saltó justo el día en que director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) el general Félix Sanz Roldan, compareció ante la Comisión de Gastos Reservados del Congreso para informar sobre la relación de Corinna zu Sayn-Wittgenstein con los servicios de inteligencia. Así lo había solicitado Izquierda Plural (IU, ICV y CHA) tras las declaraciones de la lobista alemana a El Mundo, cuando aseguró que había trabajado para el Gobierno español en asuntos «delicados y confidenciales». La comparecencia fue a  puerta cerrada y a ella asistieron un miembro de cada grupo: Alfonso Alonso (PP), Soraya Rodríguez (PSOE), Josep Antón i Duran i Lleida (CiU), Cayo Lara (Izquierda Plural), Rosa Díez (UP y D) y Aitor Esteban (PNV).

Me consta que pidieron explicaciones y que él, un zorro, ducho en el regate en corto, mintió tanto como Margallo en pleno.

Cuando la gente se pregunta el por qué Juan Carlos de Borbón ha podido hacer de su capa un sayo durante cuarenta años, la respuesta es sencilla: porque ha tenido chambelanes de Corte, cortesanos de reverencia, que se lo han permitido todo. Entre ellos, José Manuel García Margallo uno de esos monárquicos españoles del siglo XIX.

Los responsables del Juancarlismo

Viernes 7 de agosto de 2020

Conté ayer como nos metieron de matute la monarquía en el mismo paquete constitucional. Sabían, y Suárez lo reconoció, que en 1978 preguntar a la opinión pública española si quería una República o que siguiera Juan Carlos, éste perdía el envite. Y por eso ahora nos dicen que la monarquía es constitucional y que vivimos en una Monarquía Parlamentaria. Palabras. Un parlamento que no puede controlar al jefe del estado, no es un parlamento plenamente democrático.

Con este trámite Juan Carlos de Borbón se aseguró su puesto de trabajo y una vez más los Borbones volvieron al Palacio. Con la abstención de los socialistas, los grupos parlamentarios que integraban la comisión constitucional aprobaron en mayo de 1978 el anteproyecto de Constitución, que establecía la Monarquía Parlamentaria como forma política de estado. Cumplido el trámite, acabó la tradición de 98 años de republicanismo del partido de Pablo Iglesias por decisión de su cúpula.

Mordazmente Pablo Castellano, crítico con la decisión, escribía que ”pasado el tiempo tuvo también su morbo ver al Sr. Rubial y al Sr. Gómez Llorente, entre otros, formando parte de la representación parlamentaria que recibió en el puerto de Cartagena el cadáver de Alfonso XIII, respetuosamente inclinados ante el féretro y en reverente y piadosa actitud durante las exequias”.

Pero no fue solo ésto. Se tenían que dar paradójicamente garantías a quienes habían de ir abriéndonos, más bien entreabriéndonos, el portillo de que se podía llegar a un pacto entre caballeros, para que el Ejército no se sintiera hostigado, la figura del dictador quedara a salvo de críticas, la familia Franco estuviera  bien considerada y lo que habían  robado fuera intocable, la señora de Meirás respetada, y ella y su hija con títulos nobiliarios, la Monarquía no puesta en cuestión y olvidada toda esa “verborrea demagógica” de la   depuración de responsabilidades y revisión de fortunas.

Había que merecer el perdón de los torturadores y verdugos, generosos y comprensivos con la tentación de revancha de las víctimas.

El rey se convirtió en «el Motor del Cambio” y nadie se puso a preguntar si ese motor funcionaba con sangre, con miedos, con prebendas, con diesel o con gasolina democrática. Afortunadamente en aquella Sodoma socialista alguien fue un hombre justo. Se trató del senador Manuel Mora, veterano aviador republicano, que votó contra la Monarquía en el acto final de aprobación de la Constitución en el Senado, porque hasta los viejos republicanos socialistas que se habían pasado tres cuartos de su vida en el exilio, hicieron el mismo harakiri que se habían hecho los procuradores franquistas en aquel pleno en el que se aprobó la ley de la Reforma Política que fue la pista de baile en la que se movió  Suárez, con el rey sacando a bailar a González y a Carrillo. Lo malo de este neo monarquismo socialista fue que hasta la noche electoral del 28 de   octubre   de 1982 en la breve alocución que pronunció Felipe González  desde el balcón del Palace, con Alfonso Guerra a su lado, y cuando a las dos y media de la madrugada ya estaba confirmada la dimensión de su apabullante victoria no se  olvidó de mencionar al rey, cosa que no hizo Suárez en su despedida.

Y a partir de ahí vino todo lo demás, hasta el detalle de no haber creado una condecoración propia de la democracia. Sigue persistiendo la prerrogativa real de seguir concediendo títulos de nobleza y de seguir manteniendo las increíbles Órdenes de Isabel La Católica, Carlos III, y Raimundo de Peñafort además del Toisón de Oro, aceptada tan gustosamente por el socialista Javier Solana. Cuando el rey concedió los últimos marquesados a Del Bosque, Villar Mir, Aurelio Menéndez y Vargas Llosa pregunté por qué lo hacía y en base a qué y la Mesa del Senado, presidida por el socialista Javier Rojo no me admitió a trámite la pregunta. ¿Monarquía Parlamentaria?. Ya, ya. Luego uno se entera que a Villar Mir le dieron el marquesado porque le construyó a Corinna en el recinto de la zarzuela un pabellón para que viviera con su hijo.

En resumen. La monarquía para que superviva tiene que ser útil y ejemplar. Evidente que hemos tenido una Casa Real transparente, útil, ejemplar, barata y arbitral. Y quien se queje, a la carbonera!!.

Cuando el PSOE dejó de ser republicano.

Jueves 6 de agosto de 2020

La oración fúnebre de Gómez Llorente.

Me sigue indignando la mentirosa respuesta de Sánchez a un periodista nada menos que en La Moncloa en relación con el paradero del rey emérito. Podía haber contestado que esa pregunta la debe responder la Casa Real, pero prefirió mentir y decir que nada sabía, para posteriormente entonar un canto monárquico desmesurado que curiosamente no ha sido valorado por el PP y los medios de la Brunete Mediática que solo quieren loas y loas a Juan Carlos, ese gran sinvergüenza consentido.

El PSOE teóricamente es un partido republicano aunque no se note en nada, pero no fue siempre así aunque hubo un momento que centró en la ponencia constitucional donde tuvo que hacer un papelón impropio de una historia con muchos muertos gritando ¡Viva la República!.

La llamada transición fue un pacto de debilidades acompañado por la trampa retórica de que había que mirar al futuro y no al pasado. Así se produjo la aprobación de una ley de amnistía en octubre 1977 que vació las cárceles pero aquello no fue más que una injusta ley de punto final que no se produjo ni en Argentina, ni en Chile, ni en Uruguay, ni después de la II Guerra Mundial con los jerarcas nazis que acabaron siendo juzgados y ahorcados en Nuremberg.

De ahí que esa especie de que la transición española de la dictadura a la democracia fue ejemplar no resiste la mínima prueba del algodón democrático. Uno   de   los   momentos   claves   de   1978   fue   meter   en   un   solo   paquete   la aprobación de la Constitución, que tenía notables avances en el reconocimiento de derechos y libertades, pero que no sometió a referéndum el sistema político del país. Había que optar o por la República, que era lo que se había conculcado tras el golpe de estado del 18 de julio de 1936, o por la monarquía legada por el dictador. Y se acordó lo segundo y se le puso al celofán un candado para no hablar de lo antidemocrático que había sido tal proceso porque en definitiva había logrado que el “atado y bien atado” del general se hiciera realidad. No se restauró la monarquía borbónica, sino que se instauró la monarquía del Movimiento en la persona del nieto del rey expulsado que era el hijo de Don Juan, tercero en la línea de sucesión. Casi nada. Ni Pinito del Oro.

A quien le tocó el feo papel de defender las esencias republicanas socialistas a sabiendas que no prosperaría fue al diputado Luís Gómez Llorente. El presidente de la Comisión Emilio Attard les pidió a los diputados que integraban la Comisión Constitucional del Congreso “la delicadeza obligada, sin merma de la libertad de discusión”. Es decir, que no armaran follón con asunto tan delicado.

Gómez Llorente, gran tribuno de la izquierda socialista fue el encargado de defender algo en lo que no creía y de lo que se arrepintió toda su vida. Sin embargo en aquel momento hubo de jugar aquel papel diciendo entre otras cosas lo siguiente:

“Ni creemos en el origen divino del Poder, ni compartimos la aceptación de carisma alguno que privilegie a este o a aquel ciudadano simplemente por razones de linaje. El principio dinástico por sí solo no hace acreedor para nosotros de poder a nadie sobre los demás ciudadanos. Menos aún podemos dar asentimiento y validez a los actos del dictador extinto que, secuestrando por la fuerza la voluntad del pueblo y suplantando ilegítimamente su soberanía, pretendieron   perpetuar   sus   decisiones   más   allá   de   su   poderío   personal despótico, frente al cual los socialistas hemos luchado constantemente.

“Entendemos que la forma republicana del Estado es más racional y acorde bajo el prisma de los principios democráticos.

“Del principio de la soberanía popular en sus más lógicas consecuencias, en su más pura aplicación, se infiere que toda magistratura deriva del mandato popular; que las magistraturas representativas sean fruto de la elección libre, expresa, y por tiempo definido y limitado.

“Las magistraturas vitalicias, y más aún las hereditarias, dificultan el fácil acomodo de las personas que ejercen cargos de esa naturaleza a la voluntad del pueblo en cada momento histórico. No se diga para contrarrestar este argumento que pueden existir mecanismos en la propia Constitución que permitan alterar esas estructuras, pues resulta obvio que tales cambios llevan consigo un nivel de conflictividad inconmensurablemente mayor que la mera elección o reelección.

“Renovar a los gobernantes, incluso aquellos que ejerzan las más altas magistraturas, es necesario, y aun a veces imprescindible, y no porque la voluntad del pueblo sea mudadiza caprichosamente, sino porque la materia objetiva cambia; o la persona misma, dejando de ser lo que era, o las circunstancias que la hicieron la más idónea en un momento dado, o simplemente ambas cosas de consuno, surgiendo otras posibilidades óptimas.

“Por otra parte, es un axioma que ningún demócrata puede negar la afirmación de que ninguna generación puede comprometer la voluntad de las generaciones sucesivas. Nosotros agregaríamos; se debe incluso facilitar la libre determinación de las generaciones venideras.

“No merece nuestra aquiescencia el posible contraargumento que nos compense afirmando la neutralidad de los magistrados vitalicios y por virtud de la herencia, al situarse más allá de las contiendas de intereses y grupos, pues todo hombre   tiene sus intereses, al menos con la institución misma que representa y encarna, y por mucho que desee identificarse con los intereses supremos de la Patria, no es sino un hombre, y su juicio es tan humano y relativo como el de los demás ciudadanos a la hora de juzgar en cada caso el interés común”.

Y terminó aceptando comulgar con aquella rueda de molino:

“Antes de concluir nos parece imprescindible recordar que los socialistas no somos republicanos sólo por razones de índole teórica. Menos aún los socialistas españoles. Pertenecemos, ciertamente, a un partido, el PSOE, que se identifica casi con la República, y no en vano, porque fue el pilar fundamental en el cambio de régimen del 14 de abril de 1931.”

“La Monarquía perdió una ocasión excepcional de europeizarse políticamente. Pocos años después, agotado en sus propios defectos y miserias, el régimen acudía sin ambages a violar la Constitución: a la dictadura.”

“Ved que en España la libertad y la democracia llegaron a tener un solo nombre: ¡República!”

“Finalmente, una afirmación que es un serio compromiso. Nosotros aceptaremos   como válido lo que resulte en este punto del Parlamento constituyente. No vamos a cuestionar el conjunto de la Constitución por esto. Acatamos democráticamente la ley de la mayoría. Si democráticamente se establece la   Monarquía, en tanto sea constitucional, nos consideraremos compatibles con ella”.

“El proceso de la reforma política hace inevitable que en su día se pronuncie el pueblo sobre el conjunto de la Constitución, y puesto que ello es previsible y racionalmente inevitable, no haremos obstrucción, sino que facilitaremos el máximo consenso a una Constitución que ha de cerrar cuanto antes este período de la transición y abrir el camino a nuevas etapas del progreso y transformaciones económicas y sociales, a las que en nada renunciamos, y para las que sólo pretendemos ser un instrumento de nuestro pueblo”.

Hasta aquí Gómez Llorente.

De esta intervención el tribuno socialista se arrepintió toda su vida.