¿Quién organizó esta comida del Lehendakari?

Miércoles 25 de marzo de 2020

Voy a seguir en estos momentos de crisis recordando al Lehendakari Agirre en el 60 aniversario de su fallecimiento en Paris. Si el primer día escribí sobre el socialista Aznar y ayer sobre la estatua de la calle Ercilla hoy voy a tocar un punto nuevo, curioso y bastante desconocido.

El Gobierno Vasco en el exilio, tras el fin de la segunda guerra mundial en 1945  preparaba sus maletas para volver a Euzkadi y rendir cuentas de su gestión en Gernika. Se las veían muy felices.

La gran frustración fue la postura aliada que veía en la causa republicana y en la vasca una causa democrática pero a los que un dictador como Franco les aseguraba el flanco sur de Europa mejor que una democracia frente a la Unión Soviética. De Gaulle, Truman, Churchill y demás líderes mundiales, vencedores de la guerra, son los grandes culpables de aquella ignominia. Querían que su país no fuera controlado por el fascismo pero no les importó un pito que la España bajo un general socio de Hitler y Mussolini  fuera una dictadura. Por eso el Lehendakari falleció en el exilio y nunca pudo volver.

Mientras, y en esos años, el Lehendakari y su gobierno hacían todas las relaciones públicas del mundo, tocaban puertas, lograban la retirada de embajadores a Franco en 1946 en la ONU y se apoyaban en los demócratas cristianos franceses y en líderes representativos para ir creando ese clima de opinión favorable a la causa democrática.

¿Y cómo lo hacían?

Como generalmente hacen los vascos las cosas.

Para ello tenían un arma secreta que era el buen comedor que regentaban las hermanas Anglade cerca de la Av. Marceau, donde estaba la Delegación. Allí las exquisiteces de la gastronomía vasca se ponían a degustar para ir ganando, aunque sea por el estómago a aquellos líderes. La foto se refiere a una de esas comidas donde podemos ver al Lehendakari rodeado de personalidades francesas entre las que se hallaba el Premio Nobel de Literatura, Francois Mauriac.

Esa diplomacia tenía unas manos de oro que funcionaban a la perfección dirigidas por Teresa de Anglade y sus hijas.

Doña Teresa de Beascoechea de Anglade. Nacida en Gernika, aunque fue  conside­rada como bermeana y celebrada por su dominio del arte de la cocina.

Con motivo de la guerra, la familia pasó a territorio francés. En 1939, fue detenida por la Gestapo. Establecida en París, por su casa habrían de pasar mu­chas personalidades vascas y no vascas, aunque aquellas fueran en mayor núme­ro. Entre ellas, y por sólo por citar algunos daremos los nombres del Lendakari Aguirre, de los consejeros Dueñas, Aldasoro, Landaburu, Gómez Beltrán y Zarza, el exdiputado y miembro del Tribunal de Garantías Constituciona­les José de Eizaguirre, el presidente del E-B-B. del Partido Nacionalista Vasco doctor Doroteo de Ziaurritz el profesor Jesús de Galíndez, el exministro Indalecio Prieto…

Su habitación, que ocuparon posteriormente sus hijas Cristina y Begoña, estaba situada en la Avenida del Presidente Wilson, frente a la Nunciatura Apostólica. La señora Anglade, que gustaba de pasar unos ratos en el balcón, rezando, tuvo ocasión de conocer enton­ces a Monseñor Roncalli—el futuro Juan XXIII—Nuncio por aquel entonces en París, quien la bendijo. El hecho se repitió varios días. Y, según se dice, una vez, Monseñor Roncalli como se aproximaba la hora de bendecir a la «etxekoandre» vasca, acortó una visita, para no hacerla esperar.

El canónigo don Alberto de Onaindia llevó a Teresa una imagen de Juan XXIII, a la que contempló durante su agonía. Su fallecimiento fue muy sentido y se agradeció el cariño filial  que el doctor Rufino de Rezola supo rodearla en su casa de Cambó.

Aquel comedor de las Anglade fue una referencia en el mundo del exilio vasco y republicano. ¡Cuántas confidencias se debieron hacer aquellos años de esperanza!

El Escultor de la estatua del Lehendakari

Martes 24 de marzo de 2020

Esta semana no se habla más que del coronavirus. Normal. Todos estamos en casa y nos toca aprender a hacer caso a lo que nos dicen y hurgar en cualquier información sobre el maldito virus. Por eso creo que para cambiar de tema, aunque sea un poquito, busquemos otros asuntos y sobre todo en esta semana que se cumplen sesenta años del fallecimiento en su exilio de Paris del primer Lehendakari. Por eso trato de buscar información poco conocida sobre él.

Y si ayer hablé de la carta de Santiago Aznar a Leizaola ante la muerte de su amigo, hoy lo voy a hacer sobre la estatua que está en la zona peatonal de la calle Ercilla, frente a la Plaza Elíptica (un bilbaíno que se precie nunca la llamará Moyua). Se puso allí por su cercanía con el hotel Carlton donde tuvo su despacho oficial en plena guerra.

Un día le pedí al  alcalde Azkuna que me recibiera en su despacho. Me puso día y hora y nada más entrar me dijo con su habitual trato directo. ”¿Qué quieres?”.

“Solo hacerte una pregunta, si te parece” le dije. ”Dispara”.

¿Tú sabes donde nació el Lehendakari Aguirre? “le pregunté para su mosqueo.

-Por supuesto. ¿No lo voy a saber?. En la calle La Cruz del Casco Viejo”.

“¿Por qué me preguntas esa chorrada?”

-Pues porque fue el primer Lehendakari de la historia de los vascos, nació en Bilbao y no tiene una estatua. Acabo de llegar de Paris y allí tienen estatua hasta los gatos. Y aquí, y con respeto, Tonetti en el Parque de Doña Casilda”.

-Me miró fijamente y contestó. ”Tienes razón. ¿Quién  es  hoy en día el mejor escultor  realista. Yo no quiero una piedra con un agujero y el artista me diga que esa mierda es José Antonio”.

-Coincido con la apreciación, pero no tengo ni idea.

-A ver pónganme con Javier Riaño.

Javier Riaño era el director de Bilbo Arte y le contestó que el mejor era Francisco López Hernández, de la escuela realista de Madrid.

-Pues ese, cerró Azkuna.

Efectivamente lo era. Había nacido en Madrid, profesor de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y  quien, cuando Riaño contactó con él, un hombre que nacido en 1935 le dijo que sabía quien había sido el Lehendakari. En ese momento trabajaba en los frescos murales de la catedral de los Ángeles en California.

La fotografía es de la visita que le hicimos en su taller madrileño Jon Sánchez y yo el 16 de septiembre del 2003. Sánchez era concejal del ayuntamiento y Azkuna quería saber como iba la obra de casi dos metros, casi treinta centímetros más que el Lehendakari. Nosotros habíamos querido un Aguirre de 32 años que fue cuando le eligieron presidente pero optaron por una fotografía de los años cuarenta, cuando salía de un funeral en Paris en la Iglesia de la calle de Gros Cailloux. Un abertzale me dijo que tenía un cierto aire desvalido propio del exilio. Sombrero y paraguas.

Jon y yo quedamos impactados por la sencillez del maestro López y de su esposa Isabel Quintanilla que era asimismo una artista fantástica y los dos hacían una pareja de  primera. Estamos  en la foto junto al molde y con él en esa fotografía.

Esta es pues la historia de esta estatua que sirve de escenario de muchas fotografías pues no quisimos ponerla en una base alta, precisamente para eso. Para que la gente la tocara. Y vaya si la tocan. Hasta el PP lo hizo en unas de sus celebraciones.

Eran los tiempos en los que se podían hacer estas cosas.

A Bilbao le falta una estatua del Lehendakari Leizaola, segundo lehendakari, jefe de hacienda  del ayuntamiento de Bilbao en tiempos del crack de la Unión Minera, el hombre que la salvó de su destrucción.

Francisco López falleció en enero de 2017. Nadie nos enteramos.

El Agur de un socialista

Lunes 23 de marzo de 2020

Estos días de reclusión uno tiene tiempo para todo, sobre todo, y valga la redundancia para ordenar cajas, cajones, armarios y carpetas que descansaban pacíficamente durmiendo el sueño de los justos.

Revisando papeles he encontrado esta carta de Santiago Aznar a Jesús María de Leizaola, el consejero del gobierno que fallecido quince días antes Aguirre  había tomado posesión de su representación de Lehendakari en el cementerio de Donibane bajo un paraguas. A Franco le quedaban quince años más de dictadura y este pasado domingo hemos recordado, el inmenso silencio que produjo la muerte del primer Lehendakari de Euzkadi. Desgraciadamente no hemos podido acudir a los actos organizados en San Juan de luz al haber sido suspendidos por esta maldita pandemia.

Santiago Aznar había sido el Consejero de Industria y Marina del primer gobierno vasco formado en Gernika el 7 de octubre de 1936. Era un socialista vasco que, ante la controversia que tuvo en el exilio mexicano con sus compañeros de partido, renunció en 1946. Le habían acusado de “aguirrista” y efectivamente lo fue. Le había cautivado la personalidad y el liderazgo del Lehendakari y, tras su salida del gobierno, se residenció en Venezuela que es de donde escribió  esta carta que he encontrado estos días.

Las letras hablan por sí mismas y no hace falta ni comentarlas, tan solo, solo conocerlas.

La carta, al nuevo Lehendakari, Leizaola, compañero de aquel gobierno de 1936, decía así:

Sr.D.Jesús  María de Leizaola

Gobierno  de Euzkadi

30, rue Singer

PARIS

Caracas, 5 de abril de 1960

Amigo Leizaola:

No me ha sido posible escribir a ustedes antes. Envié un cable. Aún no he recuperado mi serenidad. Desde la infausta noche del 22, en que me telefonearon la trágica noticia de la muerte de nuestro querido José Antonio Aguirre, no he hecho otra cosa que llorar tan terrible desgracia.  Usted es uno de los que conocen muy bien no solamente de mi respeto y admiración hacia él sino cuanto lo quería, sincera, entrañablemente.

Es de esos afectos pocos comunes que nacen y se conservan al calor de la amistad sincera, leal, honradamente y que se acrecienta cada día y de manera honda en los momentos de inquietudes, vicisitudes y peligros en que juntos hemos vivido.  No puedo escribir nada; no sé decir nada; los recuerdos se me agolpan en la mente y no logro poner orden en la memoria. El profundo sentimiento de su muerte invade todo mi ser. 

Siempre he reconocido que soy un sentimental y que los dolores profundos me descontrolan por completo.  Pero es que en esta triste ocasión he visto cómo el dolor me ha rebasado todos los límites. No puedo consolarme con ninguna reflexión; no puedo comprender por qué teníamos que perder tan gran hombre, tan entrañable amigo.  Sobre todo de manera tan súbita, tan inesperada.  Pasarán los días, pasarán los años y nunca podré olvidarlo.

Los que hemos tenido la fortuna de convivir con él sabemos la pérdida que su prematura muerte representa para Euzkadi y los grandes ideales de la Humanidad.  Lo sabrán los discrepantes al correr de los tiempos, pues el nombre de José Antonio Aguirre se ha incorporado a la historia de nuestro pueblo.

Yo soy un recuerdo del pasado, de ese pasado del que me siento tan satisfecho de haber cumplido con un deber insoslayable: servir a mis ideas sirviendo a la patria.  Quiero vivir el resto de mis días en el anonimato, haciendo votos porque mi ideal triunfe plenamente.  Es de razón, es de justicia.  Viviré siempre acariciando esta noble idea y el recuerdo perenne de nuestro inolvidable José Antonio me reconfortará en la esperanza de ver cumplido este anhelo antes de morir.

Asistí al funeral que se celebró aquí (por cierto que me gustaría que leyeran las hermosas palabras que pronunció en el acto el sacerdote que ofició).  Me parecieron magníficas y dignas de ser conocidas por todos.  Felicité a tan emocionado patriota.  Quise volar a París, pero no me fue posible.  Estoy haciendo cuanto puedo para que no pasen muchos días en que pueda postrarme con hinojos ante la tumba de nuestro primer Presidente ofrendándole unas flores y una cristiana plegaria de buen amigo.

Mi buen amigo Leizaola, cuente con mi adhesión con todo respeto y ante usted renuevo mis condolencias al Gobierno.

Un abrazo

Santiago Aznar

Es una carta magnífica de aquel socialismo combativo de la II República, ya que Aznar no era un cualquiera. Secretario General de la UGT, hombre de Indalecio Prieto, editor del periódico “La Lucha de Clases”, fomentador del esperanto, ante el dilema de un socialismo con obediencia vasca y no española, optó por lo primero y pagó su postura con una campaña muy dura contra él en la que encontró el apoyo del Lehendakari.

Se ve pues que, curado de todas las heridas de esas guerra al hombre no le importaba hablar en patriota y en cristiano, y seguramente, también por eso se la tenían jurada. Pero no es el caso hablar de Aznar sino de esta carta que refleja bien el sentimiento de orfandad que sintió la mayoría de nuestro pueblo hace esta semana, sesenta años.