Según el Pew Research
Center, la clase media (con unos ingresos anuales de 73.400 $) ya no sería el
segmento poblacional dominante en la sociedad estadounidense actual al sufrir
una lenta pero progresiva caída en las últimas 4 décadas. Así, según el Pew, en
1971, la clase media representaba el 61% de la población (unos 80 millones de
habitantes) mientras que en la actualidad no alcanzaría el listón del 50%
(49,9%) debido a la crisis de las subprime, estallido de la burbuja
inmobiliaria y posterior crash bursátil del 2008. Conviene resaltar que entre
los “perdedores de la crisis” además de afroamericanos y latinos aparecen por
primera vez jóvenes universitarios endeudados y adultos blancos de más de 45
años sin estudios universitarios y con empleos de bajo valor añadido que tras
quedar enrolados en las filas del paro, habrían terminado sumido en un círculo
explosivo de depresión, alcoholismo, drogadición y suicidio tras ver esfumarse
el mirlo del “sueño americano”, lo que habría tenido como efecto colateral la
desafección de dichos segmentos de población blanca respecto del establishment
tradicional demócrata y republicano. Así, según una encuesta de la NBC, el 54%
de la población blanca estaría “enfadada con el sistema”, frente al 43 % de los
latinos y el 33% de los afroamericanos que siguen confiando en el sueño
americano, lo que habría llevado a los votantes blancos a apoyar las posiciones
políticamente incorrectas y refractarias a los dictados del estabishment
tradicional republicano de Donald Trump, simbolizado en el apoyo de los
indignados blancos mayores de 45 años a Trump y de los partidos neonazis y
supremacistas blancos que siguen controlado los ámbitos de poder de la “América
profunda”.
Donald Trump y el COVID 19
La teoría del Cisne Negro fue desarrollada por Nicholas Taleb en su libro
“El Cisne Negro (2010) en el que intenta explicar “los sesgos psicológicos que
hacen a las personas individual y colectivamente ciegas a la incertidumbre e
inconscientes al rol masivo del suceso extraño en los asuntos históricos”, lo
que explicaría la frivolización inicial del coronavirus por parte de Trump y su dilación
en la adopción de medidas quirúrgicas en los principales focos de transmisión
del coronavirus de EEUU. Ello podría derivar en una auténtica pandemia con sus
consiguientes efectos colaterales en forma de reguero de muertos, colapso de
los servicios médicos, paralización de la actividad productiva y entrada en
recesión de la economía estadounidense con un incremento estratosférico del paro (
desde el 3,5% actual hasta el 15%). lo que podría diluir los efectos benéficos
de la política económica de Donald Trump y provocar la desafección del segmento
poblacional de sus votantes (40% del electorado) en las próximas elecciones Presidenciales
de Noviembre.
Así,el shock traumático que generará en la sociedad estadounidense la
previsible pandemia del coronavirus y la posterior entrada en recesión de su
economía obligará a una profunda catarsis y metanoia de la sociedad en su
conjunto que hará revisar los fundamentos que lo sustentan. La metanoia sería
transformar la mente para adoptar una nueva forma de pensar, con ideas nuevas,
nuevos conocimientos y una actitud enteramente nueva ante la irrupción del
nuevo escenario pandémico lo que implicará la doble connotación de movimiento
físico (desandar el camino andado) y psicológico (cambio de mentalidad tras
desechar los viejos estereotipos vigentes). Ello tendrá como efectos benéficos
el redescubrimiento de valores como el respeto por el medio ambiente, la
solidaridad y la igualdad de derechos en una nueva etapa que desembocarán en la
implementación de nuevas energías renovables, la renta básica, prestaciones por
el desempleo así como una sanidad pública universal , etapa que será pilotada
por el candidato demócrata Joe Biden y que simbolizará la reedición del “New
Deal” rooseveltiano.
Reedición del “New Deal” rooseveltiano
Según un artículo de la publicación canadiense Global Research, 47,8
millones de estadounidenses vivirían bajo el umbral de la pobreza y deberían
utilizar los cupones de alimentación (SNAP por sus siglas en inglés), para
satisfacer sus necesidades alimenticias, lo que se traduce en un aumento del 70
por ciento desde 2008 debido a la elevada tasa de desempleo y pobreza que se
habría ensañado con las minorías latina y afroamericana ( desde el inicio de la
recesión en 2008, 28,2 millones de personas se inscribieron en el SNAP y unos
10 millones de niños vivirían en la pobreza extrema, según dicha publicación),
cifras que se elevarán a la enésima potencia tras la entrada en recesión de la
economía estadounidense en el 2021. En consecuencia, Biden procederá a la
Reedición del “New Deal” implementado por Franklin D. Roosevelt (1933-1938) con
el objetivo inequívoco de favorecer a las capas más desprotegidas de la
población, la reforma insoslayable de los mercados financieros y la
implementación de medidas keynesianas para aliviar el incremento estratosférico
de las tasas de paro que podrían alcanzar el 15% en el 2021.
Asimismo, Joe Biden procederá a la recuperación del espíritu del «New
Frontier» kennedyano que se plasmará en políticas sociales como destinar
ingentes fondos federales para la Mejora de la Educación, a la Ampliación de la
Cobertura de la Sanidad Pública y la ampliación de la cobertura del desempleo a
los nuevos parados así como a la aprobación de un nuevo Proyecto de Ley sobre
Inmigración, proyecto que buscaría una mayor igualdad y protección de derechos
civiles y laborales tanto para los nacidos en el país como para los que
obtengan el derecho de residencia, rememorando la «Ley sobre Inmigración y
nacionalidad» promovida por Edward Kennedy (1965).
Igualmente, aplicará medidas keynesianas como bálsamo ante la crisis
económica, tales como el Incremento de las Obras Públicas para revitalizar las
obsoletas infraestructuras de EEUU, la implementación del Tren de Alta
Velocidad para pasajeros y mercancías, sustitución de las energías fósiles por
nuevas energías renovables, programas de especialización de obreros en paro, viviendas
y ayudas a zonas afectadas por la depresión económica, subida del salario
mínimo, de la prestación de desempleo aunado con una importante reducción de
impuestos a las clases medias para favorecer el consumo interno (uno de los
tradicionales motores de la economía de EEUU ya que representa más de la mitad
del PIB del país) y el llamado Impuesto Buffet para las grandes fortunas,
medidas que simbolizarán la llegada de la utopía al EEUU del post coronavirus.
No
espero nada de la intervención tardía de Felipe VI en televisión para que nos
hable de la pandemia que vivimos, casi dos meses después de que esta se hubiera
declarado. No estuvo tan reumático hace dos años cuando al día siguiente de las
votaciones en Catalunya, salió en televisión para decir que su España es Grande
y Una. Tampoco para hacer valer aquello que dijo su padre de que “la justicia
es igual para todos” .Para todos menos para ellos.
Hay
una campaña que le pide al jefe del estado español que devuelva lo robado aunque sería un gesto que, la herencia tóxica
que recibió de su padre y que es la
propia corona, la someta a referéndum. No lo hará porque detrás hay todo un sistema
que ha amparado durante cuarenta años la existencia de un rey con bula, con
pacto de silencio, con reimiento de todas sus gracias, con la patente de corso
del que puede hacer lo que le da la gana, sin dar cuenta a nadie y siendo
irresponsable. Si, irresponsable, es decir, no responder ante nadie. Más de lo
que ha sido. Y lo ha sido.
La
editorial Catarata me pidió un segundo libro sobre mis experiencias con esa
Casa y con esas gentes. Lo hice y lo
titulé UNA MONARQUIA NADA EJEMPLAR aunque el título que había elegido
era: ”Ni útil, ni ejemplar, ni arbitral, ni barata”. En esos cuatro adjetivos
resumía yo lo que me parecía la herencia de Franco.
En
ese libro escribí esta presentación. Es algo larga pero trato de hacer una
fotografía de situación, hace ya catorce años.
PRÓLOGO
A nadie en su sano juicio se le
hubiese ocurrido entronizar a un descendiente del Kaiser como jefe del Estado en Alemania tras la Segunda Guerra
Mundial. Mucho menos si Hitler en lugar de haber pensado en el almirante Karl Dönitz para sucederle tras su suicidio en el
bunker de la Cancillería, hubiera dejado «atado y bien
atado» en su testamento que, desaparecido él, el nieto de Guillermo II ocupara la
presidencia del país. Y mucho menos, los aliados hubieran permitido que los restos de
Hitler y sus lugartenientes fueran enterrados en Núremberg y en el siglo XXI su tumba fuera una oferta turística ir a visitar la tumba del Führer.
Y lo mismo hubiera ocurrido en Italia. Benito Mussolini le permitió al rey Víctor Manuel III ser el jefe del Estado de su tinglado fascista y tampoco a
nadie se le pasó por la cabeza enterrar a Mussolini en Castelgandolfo, cerca del lugar de residencia del Papa, para recibir el homenaje de sus seguidores y de las futuras generaciones.
Es más. En Italia convocaron un plebiscito en 1946 para saber si el pueblo italiano quería o no que la monarquía desapareciera del país y tras aquella consulta los Saboya tuvieron que abandonar Italia
y les costó 40 años volver a poner un pie en la tierra de sus mayores. Ni tumba ni monarca. Aquel rey de opereta murió en el exilio y hoy los Saboya solo son noticia por sus
escándalos. Hoy, el día Nacional de Italia, es la fecha de ese referéndum.
Pero, sin embargo, en España, el nieto de aquel rey
al que le dijeron en 1931 que se fuera antes de que se pusiera el sol, aquel
rey que fue sometido a juicio político por un congreso democrático en noviembre
de aquel año y despojado de todos sus bienes, títulos y potestades, aquel rey,
sí, aquel rey perjuro fue rehabilitado por un general golpista que recibió
ayuda del nazi-fascismo para ganar aquella guerra incivil, producto de su golpe
de Estado contra una Constitución democrática. Pues bien, aquel general que
mantuvo durante casi 40 años en España un régimen de oprobio, una dictadura
cruel y sanguinaria, decidió instaurar una nueva monarquía, «la del
Movimiento», en la persona del nieto de aquel rey expulsado, y no solo
logró que se cumpliera lo que dejó en su testamento, sino que su designado,
Juan Carlos de Borbón, decidió que su patrocinador fuera enterrado a 60
kilómetros de Madrid en un panteón funerario propio de un dictador medieval y
que sirve además como reclamo turístico. El propio Aznar en sus últimas
memorias comentaba que le llamó la atención que Cristina Fernández de Kirchner
tuviera interés en ir a visitarlo.
Pues así son las cosas en esta España de tan poca
cultura y tradición democrática, una democracia con muy pocos demócratas, y
donde parte de la clase política argumenta que el mejor régimen para España es
la monarquía parlamentaria y no una presidencia de la república, ya que,
algunos piensan, puede traer una nueva guerra civil. Y quienes lo dicen,
incluyendo a los socialistas, argumentan que sin el rey la transición de la
dictadura a la democracia o no hubiera llegado o estaría muy demediada. Tienen
los que esto afirman muy poco respeto por la dignidad del pueblo soberano y un
conocimiento nulo sobre la geoestrategia de una Europa en construcción. El
amanecer hubiera llegado aunque los gallos no hubieran cantado.
Piensan, además, que no puede haber ciudadanos del Estado español bien
formados, con carisma suficiente y que sepan leer discursos que, entre otras
cosas, pudieran encabezar la jefatura de un Estado tan complejo que mandó en el
mundo y en cuyo imperio, decían, que no se ponía el sol, cuando en lugar de la
España-Nación de los Borbones existía el reino de las Españas de los Austrias.
Piensan que no pueden hacerlo tan bien como lo hacen en otros países con
un sistema republicano de base parlamentaria. Si en Italia, que tuvo una
monarquía colaboracionista con el fascismo y por eso dio con sus huesos en el
exilio, los presidentes de la república han sido profesores universitarios, expertos
económicos o líderes morales como el actual presidente Giorgio Napolitano, ¿por
qué en España no puede ocurrir otro tanto? .
Pues enfáticamente te dicen que no. Y tratan
de asustar al personal diciendo que Aznar podría ser el presidente de esa república.
¿Y qué? Si lo eligen democráticamente y si tiene un mandato tasado, ¿cuál es el
problema convivencial? Pero ¿por qué siempre ponen el ejemplo de Aznar y no de
un catedrático emérito, un distinguido médico, un artista con gracia, una
tenista con postgrado en Brujas o, incluso, el del padre Ángel? ¿No lo harían
mejor y, además, hubieran tenido una conducta personal más ejemplar que la del
rey Juan Carlos, designado por Franco, y puede que incluso supieran leer los
discursos mejor de lo que lo hizo este o con más salero que el hijo?
¿Por qué el socialismo republicano se ha definido
como «juancarlista» y, abdicado el rey, aprobó con entusiasmo la
proclamación del bisnieto de aquel expulsado Alfonso XIII pasando el Rubicón
del juancarlismo al monarquismo sucesorio? ¿Es que la llama de la transición
que ellos dijeron que acabó cuando a la UCD le sucedió el PSOE se les apagó en
las manos apostando por una familia privilegiada, y que además le arrebató, sin
dar explicaciones, a una mujer su mejor derecho a esa jefatura del Estado? ¿Por
qué estos años han sido los de la impunidad de un señor que ha hecho de su capa
un sayo protegido por la censura y al que se le ha despedido como al Cristo del
Gran Poder? ¿Por qué al rey le dolían tanto los jóvenes parados que hasta se
rompió una cadera por ellos mientras cazaba elefantes en un logde de superlujo,
acompañado de una tal Corinna que vivía en El Pardo en un pabellón propiedad de
Patrimonio Nacional y protegida por el CNI?.
¿Por qué en la despedida los efluvios
cortesanos de casi toda la prensa se pasaron 50 pueblos en sus impresentables
loas al «motor del cambio» del reino? ¿Por qué no hay ahora
intelectuales como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Fernando de los Ríos o
Manuel Azaña para denunciar estos hechos desde la autoritas? ¿Por qué tantos kilos
de baboseo hacia un señor del que casi todos conocían sus limitaciones,
encubiertas por la palabra campechanía, y que en su día tuvo el tupé de
pedirle a un presidente que se callara? ¿A qué viene que el Partido Socialista
se haya creído que existe de verdad la sangre azul y que la nieta de un
honorable taxista se crea poseedora de ella producto de una transfusión
mediática? ¿Por qué Felipe VI citó en su discurso de proclamación a don Quijote
(«No es un hombre más que otro si no hace más que otro») cuando el concepto de
la monarquía se basa en la desigualdad? ¿Por qué el marketing político es
su hoja de ruta?
Las sobredosis de matraca siempre
esconden algo. Y de ese algo trata este libro.
En mi libro Una monarquía protegida por
la censura, publicado en 2007, narré el porqué de mi desafección con el rey, la
Casa Real y mi beligerancia con el timo de «la institución más
valorada», según decían las manipuladas encuestas hechas por el CIS bajo
el gobierno socialista y bajo el gobierno del PP. Aquello fue un proceso
gradual que tuvo su climax con la postura del Gobierno de Aznar hacia la
guerra de Irak y su obsequiosidad con el Gobierno Bush «para sacar a
España del rincón de la historia».
Con una calle incendiada, con diversos estamentos de la sociedad en pie
de guerra para no ir a la guerra, Aznar, con su mayoría absoluta, se negaba a
dar explicaciones en la Cámara. Ante ello, y en vista de que el jefe de las
Fuerzas Armadas es el rey y que la Constitución le da un papel en situaciones
como esas, quise que cumpliera el artículo 63.3, que dice claramente: «Al
rey corresponde, previa autorización de las Cortes Generales, declarar la
guerra y hacer la paz». Más claro, agua. El rey tenía un papel y ni él ni
el Gobierno querían cumplirlo. Se les llenaba la boca hablando de la
Constitución, pero, a la hora de la verdad, la incumplían sistemáticamente con
una sonrisa en los labios.
Esgrimiendo este artículo quise que el monarca nos recibiera a todos los
portavoces en la Zarzuela. No lo hizo. Solo recibió a un sumiso Zapatero que
luego me dijo que el rey estaba muy preocupado con Aznar. No se lo creí. Cuando
me tocó bajar a la tribuna del Congreso denuncié toda esa absurda y
antidemocrática guerra de sombras. La parte derecha del hemiciclo me abroncó a
modo. Era la primera vez que esto se hacía oficialmente y el periodista de El País, Camilo
Valdecantos, así lo consignó. Y desde entonces decidí ser crítico y muy
desobediente con una institución que no cumplía con su deber, para sorpresa del
propio rey que le preguntaba a Bono que opinaría yo de tal cosa y el porqué de
mi desafección. Que me hubiera llamado. Todo esto está escrito en ese libro,
original que, tras ser enviado a la Zarzuela, se recomendó que no se publicara.
Lo hizo el desaparecido Javier Ortiz. Era una crítica hecha por primera vez desde dentro del sistema y con toda
la información que había ido acumulando en aquellos años de opacidad absoluta.
El PP perdió las elecciones generales en 2004. Se
había producido el terrible atentado del 11
de marzo. Y a raíz de aquellas elecciones pasé al Senado y fui elegido
secretario primero de la Mesa de esta institución. Así las cosas, llegó el año 2007, año que considero crucial. Ahí comenzó una crítica cada vez más pública
contra una monarquía que hasta entonces se había reído de sus ciudadanos. Y,
sin buscarlo ni quererlo, me convertí en una referencia antimonárquica y
republicana, algo que me fue pareciendo cada vez más interesante en aquel
desierto cortesano o políticamente demasiado correcto.
Preguntas parlamentarias, objeciones para aprobar el
presupuesto de la Casa Real, comentarios, artículos y, poco a poco, comenzar a
ver desde la acera de enfrente cierta crítica suave que rompió sus compuertas a
raíz de la cacería de Botswana y de todo lo que aquello supuso. Ya el CIS no
podía manipular las encuestas tan impunemente, como lo había hecho desde
siempre; ya la gente joven que no había votado la Constitución en 1978
comenzaba a pedir cuentas; ya los programas del corazón comenzaron a comentar
las vivencias familiares de tan desestructurada familia y ya El Mundo abrió sus ventanas
e informó pormenorizadamente sobre la amante del rey, Corinna zu
Sayn-Wittgenstein.
Y es que la abdicación del rey el 2 de junio de 2014
no puede entenderse sin lo ocurrido durante estos últimos años y que tuvo su
pico de crisis en las elecciones europeas de mayo de 2014. La irrupción de
nuevas fuerzas que cuestionan el sistema, el descenso electoral del PP y del
PSOE, la dimisión de la Secretaría General socialista de Alfredo Pérez
Rubalcaba, uno de los sostenedores de toda una arquitectura política que, tras
casi 40 años, comenzaba a hacer agua, sin olvidar la renuncia del Papa y las
abdicaciones de la reina de Holanda y del
rey de Bélgica que, con la existencia de un heredero en la parrilla de salida
suficientemente magnificado y preparado, permitían la continuidad del régimen
sin someterlo a referéndum. Y alguien, sabiendo que el binomio PP-PSOE no
aguantaría un pulso que cada vez se veía más difícil de ganar no solo en la
calle, sino también en la opinión pública y en el propio Partido Socialista,
sopló al Espíritu Santo para que el rey abdicara. Y éste lo hizo muy a su pesar y a regañadientes.
Tampoco conviene olvidar un dato institucional que algún día será planteado.-
Europa. ¿Qué será de la monarquía el día—espero que cercano— que los europeos
elijamos un presidente/a por sufragio universal? Curiosa situación la de un
rey irresponsable sometido a la obediencia de un presidente electo. ¿Seguirá
siendo útil tal invento o se hará lo posible para que ese momento europeo no
llegue nunca?
ABDICACIÓN Y PROCLAMACIÓN
En este contexto, y de repente, un 2 de junio de
2014 el rey nos dijo que abdicaba. No era eso lo que había dicho en su
entrevista con Hermida, ni en el mensaje de Navidad, ni en ese frenético
intento viajero para tratar de demostrarnos que a pesar de la operación y del
bastón seguía siendo útil y un gran «comercial», ni tampoco lo que le
había dicho la reina a Pilar Urbano, cuando le comentó que los reyes no
abdican, sino que lo dejan cuando se mueren, y cosas así. Pero sucedió. Y se
notaron las prisas y las goteras de una decisión que no tenía red. El rey
emérito podía ser procesado y había que aforarle de prisa y corriendo. Y sobre
todo tratar de evitar que el murmullo de la calle que solicitaba un referéndum
sobre el sistema, monarquía o república, no llegara al Parlamento. Y, sin
embargo, llegó.
Y a pesar de que el nuevo rey Felipe VI apareció, 17 días después, en el
Congreso subido en uno de los Rolls que había usado el dictador y vestido de
capitán general para una ceremonia civil, el Ministerio del Interior tuvo que
emplearse a fondo para que no se exhibiera ninguna bandera republicana en los
balcones o enarbolada en lugares públicos, ni por el público en la calle.
Además de vulnerar las libertades de expresión y de manifestación, el
ministerio ponía de relieve los temores del Gobierno a que el ejercicio de los
derechos constitucionales desluciera la toma de posesión de un rey que lo es
precisamente gracias a esa Constitución.
Todo esto ha sido posible porque la UCD antes y ahora el PP han contado
con el apoyo irrestricto del PSOE, y en concreto de González y Zapatero, y
fundamentalmente con el silencio de poderosos medios de comunicación que siempre
han mirado para otro lugar y no querían fijarse en un rey que cruzaba el mundo
para cazar osos y elefantes en safaris carísimos, una reina humillada desde
hacía años por las infidelidades de su marido, un yerno que al ver cómo
funcionaba la Casa Real montó un tinglado para enriquecerse, un lujosísimo estilo
de vida, hijos ocultos y disputas familiares, una actuación extraordinariamente
frívola y ligera hacia el presidente Adolfo Suárez que desencadenó un intento
de golpe de Estado que el propio rey propició, opacidad total en sus cuentas y
una campechanía que solo ha escondido mucha vulgaridad.
Se podrá preguntar, ante este cúmulo de datos, si el rey ha hecho algo
bueno estos años. Y no lo niego. Pero me gustaría poder compararlo con una
república y con el comportamiento público y personal de presidentes/as
elegidos/as democráticamente. Pero todos sabemos que esta monarquía no resiste
tamaña comparación. Fundamentalmente porque si algún electo se hubiera
corrompido, el pueblo con su voto hubiera podido elegir a otra persona u otra
alternativa. En el sistema monárquico esto es imposible. Después del padre,
viene el hijo, que además ha de ser varón. Y ahí está la madre del cordero.
¿MONARQUÍA RENOVADA?
Felipe VI anunció en su proclamación que trabajaría
para «una monarquía renovada en un tiempo nuevo». Bonitas palabras,
sin traducción práctica. Desde luego su sola presencia ya es una renovación
desde el primer día, pero solo de fachada. Y no solo de fachada vive el hombre.
Hablamos de una institución caduca y fuera ya del tiempo. Una capa de pintura no podrá con la polilla
de los años.
Al poco de la proclamación del nuevo rey, en Francia, Nicolás Sarkozy, ex
jefe de Estado, fue detenido y trasladado a una comisaría para ser interrogado por sus presuntos intentos de obstruir la acción de la Justicia. Ya
estaba siendo investigado por varios casos de corrupción y financiación ilegal
(el affaire Bettencourt entre ellos). Lo llamativo fue que
paralelamente en España, el Gobierno de Mariano Rajoy imponía la aprobación a
toda velocidad, cual si fuera el problema público más urgente, de un estatuto de aforado para Juan Carlos de Borbón aprovechando un proyecto
de ley que pasaba por ahí y le cuelga este
sambenito. Entre las acciones judiciales que podría tener que afrontar Juan
Carlos figuran, al parecer, asuntos de paternidad poco ejemplar. Su sucesor, Felipe, acepta sin rechistar la condición de
inviolable y su consabida irresponsabilidad judicial. Mal comienzo
Poco después, Jordi
Pujol reconoce a través de un escrito haber mantenido durante 34 años una
cuenta en Andorra sin declarar y pide perdón. El debate que se origina por la
conmoción que produce es de los de no olvidar. La crítica, empezando por su
propio partido, es agudísima. El mito se cae y el símbolo de la catalanidad
moderna desaparece. Pierde la presidencia honoraria de CiU, la de Convergencia,
la de la Generalitat, el tratamiento de Molt Honorable y se queda sin sueldo, sin oficina, sin
secretarias y sin coche. Y lo peor para cualquier político: se convierte en un
apestado. Esos días el rey Felipe VI anuncia una serie de medidas para remozar
la fachada real, entre ellas la que tanto los padres como las hijas solamente
podrán desarrollar actividades de naturaleza institucional, es decir, tanto el
rey como su esposa, sus dos hijas y los antiguos monarcas no podrán tener
ningún tipo de cargo en el sector privado. Otra de las iniciativas propuestas
es que sus hermanas no desarrollarán actividades institucionales salvo
excepciones. De esta manera, será decisión suya que acudan a actos oficiales o
no, mediante un encargo expresamente decidido para ello. A su vez tampoco
recibirían una retribución económica por ello. El nuevo código podría prohibir
aceptar regalos que no entren dentro de lo considerado «cortesía» y
someter las cuentas a una auditoría externa.
Las loas a la iniciativa fueron
sonrojantes. En el fondo y en la forma eran una enmienda a la totalidad a lo
hecho por su padre durante 40 años. Pero ¿y qué va a pasar con el viejo y
culpable rey? Pues nada. A diferencia del caso Pujol, Juan Carlos se niega a
hacer público su patrimonio personal e impedirá cualquier auditoría sobre su
considerable fortuna. Si en el caso de Jordi Pujol, uno de los iconos de la
transición, su mundo se vino abajo porque así se funciona en una democracia con
criterios republicanos, esto nada tiene que ver con la blindada impunidad del
rey en esta falsa monarquía parlamentaria que permite que un señor que se ha
enriquecido corruptamente estos años, sea, en cuanto su hijo le designe, el
representante de España en las tomas de posesión de los presidentes americanos.
Para Pujol todo el estiércol del desprecio por su doble vida y doble moral.
Para Juan Carlos, impunidad, loas, reconocimientos, una justicia silente y
amañada y alfombra roja. ¿Una monarquía renovada para un tiempo nuevo?
Y un tercer ejemplo ocurrido solo en el primer mes
de reinado. El juez Castro comentó lo desagradable que para él ha sido el
desigual trato hiriente con la esposa de Diego Torres, socio de Urdangarin y
su esposa, en comparación con el trato recibido por la hermana del rey,
Cristina. Todo un escándalo, empezando por la reunión en la Zarzuela en la que
Rajoy, Gallardón y el fiscal general Torres Dulce acuerdan con el rey Juan
Carlos, y la aquiescencia de Felipe, la Operación Cortafuegos, es decir, que el
fuego achicharre solo a Urdangarin, pero que el extintor judicial amañado salve
a la hija y hermana; siguiendo con la subsiguiente oposición de la Fiscalía a
la primera imputación de la infanta por algo tan patente e indiciario como el
Tráfico de influencias; siguiendo con la Audiencia de Palma y la prestidigitación
de los magistrados Gómez Reino y De La Serna al levantar —caso inaudito— esa
primera imputación y abrir el camino salomónico del delito fiscal v el
blanqueo; continuando con la manipulación de la Agencia Tributaria hasta
desembocar en un informe exculpatorio, basado en considerar deducibles unas
facturas acreditadas como falsas, y terminando con las asquerosas campañas
desatadas desde las cloacas del Estado contra el juez Castro. Y casi exhaustos
por las intolerables manifestaciones de Rajoy no solo declarándose
«convencido de la inocencia de la infanta», sino convirtiendo a España entera en cómplice de su profecía autoincumplida al augurar que «le
irá bien» con un ponente constitucional como Miquel Roca de abogado
defensor y terminando por el nuevo recurso de la Fiscalía, plagado de descalificaciones
contra el juez instructor, que permitirá de nuevo a Gómez Reino y De la Serna
desimputar a «la Intocable».
¿De qué monarquía renovada habla Felipe VI? ¿De la
nueva imagen de cercanía a su llegada al Congreso para su proclamación en un
Rolls-Royce de la época del dictador Franco y encima vestido de capitán general
del Ejercito para asistir a una ceremonia civil?
QUIEREN DEJARSE ENGAÑAR
Y, para
finalizar, una reflexión.
Hay gentes a las que les gusta que las engañen. Y de un gramo de anís hacen una montaña. Tienen las manos despellejadas de
aplaudir ante los primeros gestos hechos por Felipe VI y su esposa. ¡Qué majos!
Y no quieren ver lo que hay detrás del humo que nos han arrojado. Se lo creen
todo.
Por eso no nos deslumbremos con la transparencia y el rigor ofrecidos por
la Casa Real. Va con regalo dentro, como los roscones de reyes (y también como
llegó la Constitución, con rey incorporado). Un amigo de Bermeo, Julián,
llamaba acertadamente la atención en mi blog sobre algo evidente. Con la excusa
de la transparencia van a dar carta legal a sus actuaciones en el exterior
(actividad ampliamente desarrollada por su padre con gran éxito para él), con
la firma de un convenio con la Secretaría de Estado de Comercio del Ministerio
de Economía para disponer de una asesoría permanente en los asuntos en los que
el rey figure como representante de los intereses económicos de España en el
exterior. Y yo me pregunto: las decisiones que tome (por ejemplo, favorecer a
la McDonell-Douglas para contratar con el Ministerio de Defensa frente a otros
competidores, vender lo producido por CASA u obtener contratos de empresas
privadas con los «amigos» árabes, con todos los compromisos que puede
acarrear para el Estado ¿serán objeto de algún control? ¿Quién valora lo que es
bueno para el Estado o lo que solo es bueno para el bolsillo de su Majestad,
eso sí, con el asesoramiento pagado por todos?
¿No está el Gobierno precisamente para hacerse cargo de estas cosas? ¿No
excede esta labor la misión que le asigna el artículo 56.1 de la Constitución?
Con este convenio se alegará siempre que el Gobierno conoce y que el rey actúa
de acuerdo con las instrucciones del Ejecutivo.
Y también, de paso, firmará un convenio de colaboración con la Abogacía
General del Estado que permitirá a la institución contar con un asesoramiento
jurídico «ordinario y permanente». ¿Por qué tiene que disponer de
abogado pagado por todos? ¿No tiene su propia Casa civil?
Y, ya que presenta tanta ansiedad por la transparencia, ¿por qué no
presenta una declaración patrimonial actual con el origen de sus bienes y los
de sus padres, debidamente auditada por el Tribunal de Cuentas del Estado?
Pasar página y empezar de cero engañará a los que se dejen engañar. Pero los
puntos finales ya sabemos para qué sirven. Desde luego no para una
«monarquía renovada”.
Si a Jordi Pujol le ha caído todo el peso de la
opinión pública, de la ley y del Parlamento, ¿por qué a Juan Carlos no? ¿Por
qué el hijo tiene que seguir la senda del padre solo con una pátina de aparente
transparencia?
QUE SE PRESENTE A LAS
ELECCIONES
El analista Javier Vizcaíno ponía el dedo en la llaga con una aguda
reflexión que es fundamental en este debate. Terminaba su columna en Deia
diciendo: «No albergo ninguna inquina especial por el ciudadano Felipe de
Borbón y Grecia. Pasando por alto que, como dice Luis María Anson, lo más
parecido a un Borbón es otro Borbón, no dudo de que este en concreto tenga la
preparación del copón y medio que le cantan los juglares. Y seguro que es un
tipo sensato, moderno, cabal, menos dado a la jarana y a los caprichos bragueteros
que su antecesor, con un círculo de amistades que no desprende tanta caspa, amén de esposo ejemplar y cariñosísimo padre, como hemos podido
ver. Y todo eso estaría muy bien si se tratara de tomarse unas cervezas o unos cafés con él o, por qué no, de votarle en unas elecciones en las
que se enfrentara de igual a igual a otros candidatos. Pero ya sabemos que ese
no es el caso».
Esa es la clave. Este Felipe VI quizás podría ser el
mejor de los presidentes de la Tercera República española, y podrá ser todo lo
buena persona que parece ser y todo lo buen chico que dicen que es, y además ser el mejor intencionado
de los mortales, pero la cuestión no es esa. La cuestión en una democracia es
que todas esas virtudes tienen que pasar por las urnas, y efectivamente este
no es el caso. Su reinado se basa en una imposición que encina lleva en la mochila una
pesada carga que trato de recordar en este libro. Sin más.
Como ya he comentado, cuando escribí en 2007 Una Monarquía protegida por
la censura, que fue una obra de
encargo, no dejaron que la editorial que me lo había pedido lo publicara. Lo
hizo otra. Eran otros tiempos de silencio y genuflexión. En 2014, Los Libros de
la Catarata me ha pedido este libro. Será publicado porque en siete años han
pasado muchas cosas. Y lo peor es
que, abdicado el viejo rey, el pueblo no ha sido consultado sobre lo que quiere como sistema. Y nos siguen
argumentando que no hay mejor organización institucional que la monarquía
parlamentaria. Y la explicación de oro que nos esgrimen es que es útil y va a
ser ejemplar. Con este libro solo quiero poner mi granito de arena para
aproximarnos a quitar la máscara a una institución que no es útil, no ha sido
ejemplar, no es democrática, no es la más barata y encima ni ha arbitrado ni ha
moderado nada, ni va a poder arbitrar ni moderar nada.
Y solo esperar que la ciudadanía termine de abrir los ojos y, sobre todo,
que le dejen abrirlos. Porque el rey, más que nunca, está desnudo.
Cierro este relato de la visita a la Casona El Bohío (Santander) teniendo como cicerone al
presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla y de fotógrafo a mi hermano
Koldo, con la visita en Cabo Mayor en honor de las víctimas de aquella barbarie
de la guerra.
El año pasado coincidí en Radio Euzkadi con la Consejera de Sanidad
Nekane Murga. Esta me relató como su ama había sido cuidada por mi tía Libe
cuando, tras caer Bilbao un grupo de familias se refugiaron en Guriezo. Luego
las familias en barco llegaron al puerto de La Pallice.
Mi tía Libe, hermana de mi aita y con tan bonito nombre sabiniano, era
novia del periodista Andima Orueta, jefe de política del diario Euzkadi y
superviviente del bombardeo de Durango. Estando con ellas en Guriezo, y ante el
avance de los sublevados, les dejó para ir a Santander a buscar alojamiento
pues Guriezo no reunía condiciones. No le volvieron a ver nunca más. Fue
asesinado.
Todas estas historias me vinieron a la cabeza cuando visitamos el
monumento que allí está en forma de cruz y con una figura tratando de agarrarse
a la roca. Revilla nos dijo que por allí despeñaron a monjes trapenses y a muchos más entre ellos a muchos vascos y
republicanos y personas de derecha de Santander por gantes asesinas comandadas
por un socialista de nombre Manuel Neila que, curiosamente se fue al exilio en
el avión El Negus y murió sin pagar sus más de cien crímenes en México.
Los principales motivos de queja del Lehendakari Aguirre desde la Casa
de Cabo Mayor obedecieron a la detención y hasta el asesinato de varios
ciudadanos vascos a manos de agentes de policía santanderinos. El propio
Aguirre lo expresó de esta manera en un informe que remitiría al presidente de
la República meses después para explicar las razones por las que había sido
derrotado el Frente Norte durante la Guerra Civil:
«Al mismo tiempo comenzaron a llegar noticias bien desagradables.
Habían sido asesinados varios vascos. Yo mismo soy testigo del espectáculo
macabro que ofrecían cerca de las peñas cinco cadáveres desnudos recientemente
asesinados. Esto cerca de la casa donde el Gobierno Vasco vivía en Santander,
en el Cabo Mayor. Llamé al General Gamir. Le hice presenciar el espectáculo. El
General se indignó con este motivo. Aquello no podía tolerarse.
La americana de uno de los asesinados estaba en el jardín de nuestra
casa con el agujero de la bala que lo había cruzado. Era el médico de San
Sebastián, señor Zabalo. Así desapareció el redactor del periódico «Euzkadi»,
señor Andima Orueta, y los empleados del Departamento de Comercio y
Abastecimiento, señores Gorostiaga y Lasa. Fue también asesinado el Jefe de
Impuestos de la Diputación de Bizkaya, don Juan Luis de Biziola. Todos ellos
hombres lealísimos al servicio del Gobierno Vasco y huidos del terror fascista.
Así también fueron asesinados dos jóvenes socialistas vascos, en Torrelavega, y
el afiliado a Izquierda Republicana, señor Quilez, en Santander. Todos ellos lo
fueron por los llamados policías, talmente asesinos a sueldo. Más tarde un
grupo de jóvenes socialistas mataban a su vez en Torrelavega a dos policías. No
recuerdo en este momento si eran los mismos o eran otros de los que habían
asesinado a sus compañeros. No hablamos de detenciones porque sería hacernos
interminables. Consignemos sólo la arbitraria detención de don José de Rezola,
Secretario General del Departamento de Defensa de Euzkadi, conducido a los
calabozos a pesar de haber mostrado los documentos acreditativos de su personalidad.
Le dijeron que aquello de nada servía”.
Es más, esta oleada de actos violentos iba a afectar, según el Lehendakari,
incluso a la sede del Gobierno Vasco en Santander:
«[…] era voz pública la fama de quienes cometían estos crímenes
y eran señalados como autores de múltiples de ellos. Había algunos de éstos que
merodeaban en las cercanías de nuestra casa, a la cual se atrevieron un día a
lanzar tres disparos, algunos de cuyos impactos estaban a la vista de
todos».
Como se ve la Casa que visitamos con Revilla tiene esta y otras muchas
historias.
Revilla, tras visitar
el Bohío, nos llevó al Faro, construído
en un acantilado a cuarenta metros de altura del mar abajo y que además de Cabo
Mayor es conocido como el Faro de Buena Vista, construido en 1833. En 1941se
construyó el monumento que como consecuencia de la ley de Memoria Histórica se
han borrado sus inscripciones. Es verdaderamente impresionante.
Y tras estas visitas cargadas de vivencias y de historias comimos en el
restaurant La Prensa. Allí vimos como desde una cuadrilla de chavales hasta la
gente de la calle paraba al presidente de Cantabria para sacarse una foto con
él. En la comida hablar de todo pero eso será para otras entregas. El hombre
estaba tan enfrascado en contarnos sus vivencias de todo tipo que en vez de
llegar a las cinco a una reunión llegó a las seis. ”Tengo buenos colaboradores
y delego lo más posible” nos dijo.
Solo agradecer a Revilla que nos posibilitara encontrarnos con esta
parte trágica de la historia de Euzkadi y de nuestra propia familia. Ojalá la casona
El Bohío pueda recuperarse.
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