¿Reedición del “New Deal” rooseveltiano en EEUU?

Jueves 19 de marzo de 2020

Según el Pew Research Center, la clase media (con unos ingresos anuales de 73.400 $) ya no sería el segmento poblacional dominante en la sociedad estadounidense actual al sufrir una lenta pero progresiva caída en las últimas 4 décadas. Así, según el Pew, en 1971, la clase media representaba el 61% de la población (unos 80 millones de habitantes) mientras que en la actualidad no alcanzaría el listón del 50% (49,9%) debido a la crisis de las subprime, estallido de la burbuja inmobiliaria y posterior crash bursátil del 2008. Conviene resaltar que entre los “perdedores de la crisis” además de afroamericanos y latinos aparecen por primera vez jóvenes universitarios endeudados y adultos blancos de más de 45 años sin estudios universitarios y con empleos de bajo valor añadido que tras quedar enrolados en las filas del paro, habrían terminado sumido en un círculo explosivo de depresión, alcoholismo, drogadición y suicidio tras ver esfumarse el mirlo del “sueño americano”, lo que habría tenido como efecto colateral la desafección de dichos segmentos de población blanca respecto del establishment tradicional demócrata y republicano. Así, según una encuesta de la NBC, el 54% de la población blanca estaría “enfadada con el sistema”, frente al 43 % de los latinos y el 33% de los afroamericanos que siguen confiando en el sueño americano, lo que habría llevado a los votantes blancos a apoyar las posiciones políticamente incorrectas y refractarias a los dictados del estabishment tradicional republicano de Donald Trump, simbolizado en el apoyo de los indignados blancos mayores de 45 años a Trump y de los partidos neonazis y supremacistas blancos que siguen controlado los ámbitos de poder de la “América profunda”.

Donald Trump y el COVID 19

La teoría del Cisne Negro fue desarrollada por Nicholas Taleb en su libro “El Cisne Negro (2010) en el que intenta explicar “los sesgos psicológicos que hacen a las personas individual y colectivamente ciegas a la incertidumbre e inconscientes al rol masivo del suceso extraño en los asuntos históricos”, lo que explicaría la frivolización inicial del coronavirus por parte de Trump y su dilación en la adopción de medidas quirúrgicas en los principales focos de transmisión del coronavirus de EEUU. Ello podría derivar en una auténtica pandemia con sus consiguientes efectos colaterales en forma de reguero de muertos, colapso de los servicios médicos, paralización de la actividad productiva y entrada en recesión de la economía estadounidense con un incremento estratosférico del paro ( desde el 3,5% actual hasta el 15%). lo que podría diluir los efectos benéficos de la política económica de Donald Trump y provocar la desafección del segmento poblacional de sus votantes (40% del electorado) en las próximas elecciones Presidenciales de Noviembre.

Así,el shock traumático que generará en la sociedad estadounidense la previsible pandemia del coronavirus y la posterior entrada en recesión de su economía obligará a una profunda catarsis y metanoia de la sociedad en su conjunto que hará revisar los fundamentos que lo sustentan. La metanoia sería transformar la mente para adoptar una nueva forma de pensar, con ideas nuevas, nuevos conocimientos y una actitud enteramente nueva ante la irrupción del nuevo escenario pandémico lo que implicará la doble connotación de movimiento físico (desandar el camino andado) y psicológico (cambio de mentalidad tras desechar los viejos estereotipos vigentes). Ello tendrá como efectos benéficos el redescubrimiento de valores como el respeto por el medio ambiente, la solidaridad y la igualdad de derechos en una nueva etapa que desembocarán en la implementación de nuevas energías renovables, la renta básica, prestaciones por el desempleo así como una sanidad pública universal , etapa que será pilotada por el candidato demócrata Joe Biden y que simbolizará la reedición del “New Deal” rooseveltiano.

Reedición del “New Deal” rooseveltiano

Según un artículo de la publicación canadiense Global Research, 47,8 millones de estadounidenses vivirían bajo el umbral de la pobreza y deberían utilizar los cupones de alimentación (SNAP por sus siglas en inglés), para satisfacer sus necesidades alimenticias, lo que se traduce en un aumento del 70 por ciento desde 2008 debido a la elevada tasa de desempleo y pobreza que se habría ensañado con las minorías latina y afroamericana ( desde el inicio de la recesión en 2008, 28,2 millones de personas se inscribieron en el SNAP y unos 10 millones de niños vivirían en la pobreza extrema, según dicha publicación), cifras que se elevarán a la enésima potencia tras la entrada en recesión de la economía estadounidense en el 2021. En consecuencia, Biden procederá a la Reedición del “New Deal” implementado por Franklin D. Roosevelt (1933-1938) con el objetivo inequívoco de favorecer a las capas más desprotegidas de la población, la reforma insoslayable de los mercados financieros y la implementación de medidas keynesianas para aliviar el incremento estratosférico de las tasas de paro que podrían alcanzar el 15% en el 2021.

Asimismo, Joe Biden procederá a la recuperación del espíritu del «New Frontier» kennedyano que se plasmará en políticas sociales como destinar ingentes fondos federales para la Mejora de la Educación, a la Ampliación de la Cobertura de la Sanidad Pública y la ampliación de la cobertura del desempleo a los nuevos parados así como a la aprobación de un nuevo Proyecto de Ley sobre Inmigración, proyecto que buscaría una mayor igualdad y protección de derechos civiles y laborales tanto para los nacidos en el país como para los que obtengan el derecho de residencia, rememorando la «Ley sobre Inmigración y nacionalidad» promovida por Edward Kennedy (1965).

Igualmente, aplicará medidas keynesianas como bálsamo ante la crisis económica, tales como el Incremento de las Obras Públicas para revitalizar las obsoletas infraestructuras de EEUU, la implementación del Tren de Alta Velocidad para pasajeros y mercancías, sustitución de las energías fósiles por nuevas energías renovables, programas de especialización de obreros en paro, viviendas y ayudas a zonas afectadas por la depresión económica, subida del salario mínimo, de la prestación de desempleo aunado con una importante reducción de impuestos a las clases medias para favorecer el consumo interno (uno de los tradicionales motores de la economía de EEUU ya que representa más de la mitad del PIB del país) y el llamado Impuesto Buffet para las grandes fortunas, medidas que simbolizarán la llegada de la utopía al EEUU del post coronavirus.

GERMÁN GORRAIZ LÓPEZ Analista

Mi historia con Juan Carlos

Miércoles 18 de marzo de 2020

No espero nada de la intervención tardía de Felipe VI en televisión para que nos hable de la pandemia que vivimos, casi dos meses después de que esta se hubiera declarado. No estuvo tan reumático hace dos años cuando al día siguiente de las votaciones en Catalunya, salió en televisión para decir que su España es Grande y Una. Tampoco para hacer valer aquello que dijo su padre de que “la justicia es igual para todos” .Para todos menos para ellos.

Hay una campaña que le pide al jefe del estado español que devuelva lo robado  aunque sería un gesto que, la herencia tóxica que recibió  de su padre y que es la propia corona, la someta a referéndum. No lo hará porque detrás hay todo un sistema que ha amparado durante cuarenta años la existencia de un rey con bula, con pacto de silencio, con reimiento de todas sus gracias, con la patente de corso del que puede hacer lo que le da la gana, sin dar cuenta a nadie y siendo irresponsable. Si, irresponsable, es decir, no responder ante nadie. Más de lo que ha sido. Y lo ha sido.

La editorial Catarata me pidió un segundo libro sobre mis experiencias con esa Casa y con esas gentes. Lo hice y lo  titulé UNA MONARQUIA NADA EJEMPLAR aunque el título que había elegido era: ”Ni útil, ni ejemplar, ni arbitral, ni barata”. En esos cuatro adjetivos resumía yo lo que me parecía la herencia de Franco.

En ese libro escribí esta presentación. Es algo larga pero trato de hacer una fotografía de situación, hace ya catorce años.

PRÓLOGO

A nadie en su sano juicio se le hubiese ocurrido entronizar a un descendien­te del Kaiser como jefe del Estado en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Mucho menos si Hitler en lugar de haber pensado en el almirante Karl Dönitz   para sucederle tras su suicidio en el bunker de la Cancillería, hubiera dejado «atado y bien atado» en su testamento que, desaparecido él, el nieto de Guillermo II ocupara la presidencia del país. Y mucho menos, los aliados hubieran permitido que los restos de Hitler y sus lugartenientes fueran  enterrados en Núremberg y en el siglo XXI  su tumba fuera una oferta turís­tica ir a visitar la tumba del Führer.

Y lo mismo hubiera ocurrido en Italia. Benito Mussolini le permitió al rey Víctor Manuel III ser el jefe del Estado de su tinglado fascista y tampoco a nadie se le pasó por la cabeza enterrar a Mussolini en Castelgandolfo, cerca del lugar de residencia del Papa, para recibir el homenaje de sus seguidores y de las futuras generaciones. Es más. En Italia convocaron un plebiscito en 1946 para saber si el pueblo italiano quería o no que la monarquía desapa­reciera del país y tras aquella consulta los Saboya tuvieron que abandonar Italia y les costó 40 años volver a poner un pie en la tierra de sus mayores. Ni tumba ni monarca. Aquel rey de opereta murió en el exilio y hoy los Saboya solo son noticia por sus escándalos. Hoy, el día Nacional de Italia, es la fecha de ese referéndum.

Pero, sin embargo, en España, el nieto de aquel rey al que le dijeron en 1931 que se fuera antes de que se pusiera el sol, aquel rey que fue sometido a juicio político por un congreso democrático en noviembre de aquel año y despojado de todos sus bienes, títulos y potestades, aquel rey, sí, aquel rey perjuro fue rehabilitado por un general golpista que recibió ayuda del nazi-fascismo para ganar aquella guerra incivil, producto de su golpe de Estado contra una Constitución democrática. Pues bien, aquel general que mantuvo durante casi 40 años en España un régimen de oprobio, una dictadura cruel y sanguinaria, decidió instaurar una nueva monarquía, «la del Movimiento», en la persona del nieto de aquel rey expulsado, y no solo logró que se cum­pliera lo que dejó en su testamento, sino que su designado, Juan Carlos de Borbón, decidió que su patrocinador fuera enterrado a 60 kilómetros de Ma­drid en un panteón funerario propio de un dictador medieval y que sirve además como reclamo turístico. El propio Aznar en sus últimas memorias comentaba que le llamó la atención que Cristina Fernández de Kirchner tuviera interés en ir a visitarlo.

Pues así son las cosas en esta España de tan poca cultura y tradición democrática, una democracia con muy pocos demócratas, y donde parte de la clase política argumenta que el mejor régimen para España es la monar­quía parlamentaria y no una presidencia de la república, ya que, algunos piensan, puede traer una nueva guerra civil. Y quienes lo dicen, incluyendo a los socialistas, argumentan que sin el rey la transición de la dictadura a la democracia o no hubiera llegado o estaría muy demediada. Tienen los que esto afirman muy poco respeto por la dignidad del pueblo soberano y un conocimiento nulo sobre la geoestrategia de una Europa en construcción. El amanecer hubiera llegado aunque los gallos no hubieran cantado.

Piensan, además, que no puede haber ciudadanos del Estado español bien formados, con carisma suficiente y que sepan leer discursos que, entre otras cosas, pudieran encabezar la jefatura de un Estado tan complejo que mandó en el mundo y en cuyo imperio, decían, que no se ponía el sol, cuan­do en lugar de la España-Nación de los Borbones existía el reino de las Españas de los Austrias.

Piensan que no pueden hacerlo tan bien como lo hacen en otros países con un sistema republicano de base parlamentaria. Si en Italia, que tuvo una monarquía colaboracionista con el fascismo y por eso dio con sus huesos en el exilio, los presidentes de la república han sido profesores universitarios, expertos económicos o líderes morales como el actual presidente Giorgio Napolitano, ¿por qué en España no puede ocurrir otro tanto? .

Pues enfáticamente te dicen que no. Y tratan de asustar al perso­nal diciendo que Aznar podría ser el presidente de esa república. ¿Y qué? Si lo eligen democráticamente y si tiene un mandato tasado, ¿cuál es el problema convivencial? Pero ¿por qué siempre ponen el ejemplo de Aznar y no de un catedrático emérito, un distinguido médico, un artista con gracia, una tenista con postgrado en Brujas o, incluso, el del padre Ángel? ¿No lo harían mejor y, además, hubieran tenido una conducta personal más ejemplar que la del rey Juan Carlos, designado por Franco, y puede que incluso supieran leer los discursos mejor de lo que lo hizo este o con más salero que el hijo?

¿Por qué el socialismo republicano se ha definido como «juancarlista» y, abdicado el rey, aprobó con entusiasmo la proclamación del bisnieto de aquel expulsado Alfonso XIII pasando el Rubicón del juancarlismo al monarquismo sucesorio? ¿Es que la llama de la transición que ellos dijeron que acabó cuando a la UCD le sucedió el PSOE se les apagó en las manos apostando por una familia privilegiada, y que además le arrebató, sin dar explicaciones, a una mujer su mejor derecho a esa jefatura del Estado? ¿Por qué estos años han sido los de la impunidad de un señor que ha hecho de su capa un sayo protegido por la censura y al que se le ha despedido como al Cristo del Gran Poder? ¿Por qué al rey le dolían tanto los jóvenes para­dos que hasta se rompió una cadera por ellos mientras cazaba elefantes en un logde de superlujo, acompañado de una tal Corinna que vivía en El Pardo en un pabellón propiedad de Patrimonio Nacional y protegida por el CNI?.

¿Por qué en la despedida los efluvios cortesanos de casi toda la pren­sa se pasaron 50 pueblos en sus impresentables loas al «motor del cam­bio» del reino? ¿Por qué no hay ahora intelectuales como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Fernando de los Ríos o Manuel Azaña para denunciar estos hechos desde la autoritas? ¿Por qué tantos kilos de baboseo hacia un señor del que casi todos conocían sus limitaciones, encubiertas por la pala­bra campechanía, y que en su día tuvo el tupé de pedirle a un presidente que se callara? ¿A qué viene que el Partido Socialista se haya creído que existe de verdad la sangre azul y que la nieta de un honorable taxista se crea poseedo­ra de ella producto de una transfusión mediática? ¿Por qué Felipe VI citó en su discurso de proclamación a don Quijote («No es un hombre más que otro si no hace más que otro») cuando el concepto de la monarquía se basa en la desigualdad? ¿Por qué el marketing político es su hoja de ruta?

Las sobredosis de matraca siempre esconden algo. Y de ese algo trata este libro.

En mi libro Una monarquía protegida por la censura, publicado en 2007, narré el porqué de mi desafección con el rey, la Casa Real y mi beligerancia con el timo de «la institución más valorada», según decían las manipuladas encuestas hechas por el CIS bajo el gobierno socialista y bajo el gobierno del PP. Aquello fue un proceso gradual que tuvo su climax con la postura del Go­bierno de Aznar hacia la guerra de Irak y su obsequiosidad con el Gobierno Bush «para sacar a España del rincón de la historia».

Con una calle incendiada, con diversos estamentos de la sociedad en pie de guerra para no ir a la guerra, Aznar, con su mayoría absoluta, se nega­ba a dar explicaciones en la Cámara. Ante ello, y en vista de que el jefe de las Fuerzas Armadas es el rey y que la Constitución le da un papel en situaciones como esas, quise que cumpliera el artículo 63.3, que dice claramente: «Al rey corresponde, previa autorización de las Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz». Más claro, agua. El rey tenía un papel y ni él ni el Gobierno querían cumplirlo. Se les llenaba la boca hablando de la Constitución, pero, a la hora de la verdad, la incumplían sistemáticamente con una sonrisa en los labios.

Esgrimiendo este artículo quise que el monarca nos recibiera a todos los portavoces en la Zarzuela. No lo hizo. Solo recibió a un sumiso Zapatero que luego me dijo que el rey estaba muy preocupado con Aznar. No se lo creí. Cuando me tocó bajar a la tribuna del Congreso denuncié toda esa absurda y antidemocrática guerra de sombras. La parte derecha del hemiciclo me abroncó a modo. Era la primera vez que esto se hacía oficialmente y el perio­dista de El País, Camilo Valdecantos, así lo consignó. Y desde entonces deci­dí ser crítico y muy desobediente con una institución que no cumplía con su deber, para sorpresa del propio rey que le preguntaba a Bono que opinaría yo de tal cosa y el porqué de mi desafección. Que me hubiera llamado. Todo esto está escrito en ese libro, original que, tras ser enviado a la Zarzuela, se recomendó que no se publicara. Lo hizo el desaparecido Javier Ortiz. Era una crítica hecha por primera vez desde dentro del sistema y con toda la infor­mación que había ido acumulando en aquellos años de opacidad absoluta.

El PP perdió las elecciones generales en 2004. Se había producido el terrible atentado del 11 de marzo. Y a raíz de aquellas elecciones pasé al Senado y fui elegido secretario primero de la Mesa de esta institución. Así las cosas, llegó el año 2007, año que considero crucial. Ahí comenzó una crítica cada vez más pública contra una monarquía que hasta entonces se había reído de sus ciudadanos. Y, sin buscarlo ni quererlo, me convertí en una referencia antimonárquica y republicana, algo que me fue pareciendo cada vez más interesante en aquel desierto cortesano o políticamente dema­siado correcto.

Preguntas parlamentarias, objeciones para aprobar el presupuesto de la Casa Real, comentarios, artículos y, poco a poco, comenzar a ver desde la acera de enfrente cierta crítica suave que rompió sus compuertas a raíz de la cacería de Botswana y de todo lo que aquello supuso. Ya el CIS no podía manipular las encuestas tan impunemente, como lo había hecho desde siempre; ya la gente joven que no había votado la Constitución en 1978 comenzaba a pedir cuentas; ya los programas del corazón comenzaron a comentar las vivencias familiares de tan desestructurada familia y ya El Mundo abrió sus ventanas e informó pormenorizadamente sobre la amante del rey, Corinna zu Sayn-Wittgenstein.

Y es que la abdicación del rey el 2 de junio de 2014 no puede entenderse sin lo ocurrido durante estos últimos años y que tuvo su pico de crisis en las elecciones europeas de mayo de 2014. La irrupción de nuevas fuerzas que cuestionan el sistema, el descenso electoral del PP y del PSOE, la dimisión de la Secretaría General socialista de Alfredo Pérez Rubalcaba, uno de los sostenedores de toda una arquitectura política que, tras casi 40 años, comenzaba a hacer agua, sin olvidar la renuncia del Papa y las abdicaciones de la reina de Holanda y del rey de Bélgica que, con la existencia de un heredero en la parrilla de salida suficientemente magnificado y preparado, per­mitían la continuidad del régimen sin someterlo a referéndum. Y alguien, sabiendo que el binomio PP-PSOE no aguantaría un pulso que cada vez se veía más difícil de ganar no solo en la calle, sino también en la opinión pública y en el propio Partido Socialista, sopló al Espíritu Santo para que el rey abdicara. Y éste lo hizo muy a su pesar y a regañadientes.

Tampoco conviene olvidar un dato institucional que algún día será planteado.- Europa. ¿Qué será de la monarquía el día—espero que cercano— que los europeos elijamos un presidente/a por sufragio universal? Curiosa situa­ción la de un rey irresponsable sometido a la obediencia de un presidente electo. ¿Seguirá siendo útil tal invento o se hará lo posible para que ese momento europeo no llegue nunca?

ABDICACIÓN Y PROCLAMACIÓN

En este contexto, y de repente, un 2 de junio de 2014 el rey nos dijo que abdicaba. No era eso lo que había dicho en su entrevista con Hermida, ni en el mensaje de Navidad, ni en ese frenético intento viajero para tratar de demostrarnos que a pesar de la operación y del bastón seguía siendo útil y un gran «comercial», ni tampoco lo que le había dicho la reina a Pilar Urbano, cuando le comentó que los reyes no abdican, sino que lo dejan cuando se mueren, y cosas así. Pero sucedió. Y se notaron las prisas y las goteras de una decisión que no tenía red. El rey emérito podía ser procesado y había que aforarle de prisa y corriendo. Y sobre todo tratar de evitar que el murmullo de la calle que solicitaba un referéndum sobre el sistema, monarquía o república, no llegara al Parlamento. Y, sin embargo, llegó.

Y a pesar de que el nuevo rey Felipe VI apareció, 17 días después, en el Congreso subido en uno de los Rolls que había usado el dictador y vestido de capitán general para una ceremonia civil, el Ministerio del Interior tuvo que emplearse a fondo para que no se exhibiera ninguna bandera republicana en los balcones o enarbolada en lugares públicos, ni por el público en la calle. Además de vulnerar las libertades de expresión y de manifestación, el ministerio ponía de relieve los temores del Gobierno a que el ejercicio de los derechos constitucionales desluciera la toma de posesión de un rey que lo es precisamente gracias a esa Constitución.

Todo esto ha sido posible porque la UCD antes y ahora el PP han contado con el apoyo irrestricto del PSOE, y en concreto de González y Zapatero, y fundamentalmente con el silencio de poderosos medios de comunicación que siempre han mirado para otro lugar y no querían fijarse en un rey que cruzaba el mundo para cazar osos y elefantes en safaris carísimos, una reina humillada desde hacía años por las infidelidades de su marido, un yerno que al ver cómo funcionaba la Casa Real montó un tinglado para enriquecerse, un lujosísimo estilo de vida, hijos ocultos y disputas familiares, una actuación extraordi­nariamente frívola y ligera hacia el presidente Adolfo Suárez que desenca­denó un intento de golpe de Estado que el propio rey propició, opacidad total en sus cuentas y una campechanía que solo ha escondido mucha vulgaridad.

Se podrá preguntar, ante este cúmulo de datos, si el rey ha hecho algo bueno estos años. Y no lo niego. Pero me gustaría poder compararlo con una república y con el comportamiento público y personal de presidentes/as elegidos/as democráticamente. Pero todos sabemos que esta monarquía no resiste tamaña comparación. Fundamentalmente porque si algún electo se hubiera corrompido, el pueblo con su voto hubiera podido elegir a otra per­sona u otra alternativa. En el sistema monárquico esto es imposible. Después del padre, viene el hijo, que además ha de ser varón. Y ahí está la madre del cordero.

¿MONARQUÍA RENOVADA?

Felipe VI anunció en su proclamación que trabajaría para «una monarquía renovada en un tiempo nuevo». Bonitas palabras, sin traducción práctica. Desde luego su sola presencia ya es una renovación desde el primer día, pero solo de fachada. Y no solo de fachada vive el hombre. Hablamos de una ins­titución caduca y fuera ya del tiempo. Una capa de pintura no podrá con la polilla de los años.

Al poco de la proclamación del nuevo rey, en Francia, Nicolás Sarkozy, ex jefe de Estado, fue detenido y trasladado a una comisaría para ser interrogado por sus presuntos intentos de obstruir la acción de la Justicia. Ya estaba siendo investigado por varios casos de corrupción y financiación ilegal (el affaire Bettencourt entre ellos). Lo llamativo fue que paralelamente en España, el Gobierno de Mariano Rajoy imponía la aprobación a toda veloci­dad, cual si fuera el problema público más urgente, de un estatuto de aforado para Juan Carlos de Borbón aprovechando un proyecto de ley que pasaba por ahí y le cuelga este sambenito. Entre las acciones judiciales que podría tener que afrontar Juan Carlos figuran, al parecer, asuntos de paternidad poco ejemplar. Su sucesor, Felipe, acepta sin rechistar la condición de inviolable y su consabida irresponsabilidad judicial. Mal comienzo

Poco después, Jordi Pujol reconoce a través de un escrito haber mantenido durante 34 años una cuenta en Andorra sin declarar y pide perdón. El debate que se origina por la conmoción que produce es de los de no olvidar. La crítica, empezando por su propio partido, es agudísima. El mito se cae y el símbolo de la catalanidad moderna desaparece. Pierde la presidencia honoraria de CiU, la de Convergencia, la de la Generalitat, el tratamiento de Molt Honorable y se queda sin sueldo, sin oficina, sin secretarias y sin coche. Y lo peor para cualquier político: se convierte en un apestado. Esos días el rey Felipe VI anuncia una serie de medidas para remozar la fachada real, entre ellas la que tanto los padres como las hijas solamente podrán desarrollar actividades de naturaleza institucional, es decir, tanto el rey como su esposa, sus dos hijas y los antiguos monarcas no podrán tener ningún tipo de cargo en el sector privado. Otra de las iniciativas propuestas es que sus hermanas no desarrollarán actividades institucionales salvo excepciones. De esta manera, será decisión suya que acudan a actos oficiales o no, mediante un encargo expresamente decidido para ello. A su vez tampoco recibirían una retribución econó­mica por ello. El nuevo código podría prohibir aceptar regalos que no entren dentro de lo considerado «cortesía» y someter las cuentas a una auditoría externa.

Las loas a la iniciativa fueron sonrojantes. En el fondo y en la forma eran una enmienda a la totalidad a lo hecho por su padre durante 40 años. Pero ¿y qué va a pasar con el viejo y culpable rey? Pues nada. A diferencia del caso Pujol, Juan Carlos se niega a hacer público su patrimonio perso­nal e impedirá cualquier auditoría sobre su considerable fortuna. Si en el caso de Jordi Pujol, uno de los iconos de la transición, su mundo se vino abajo porque así se funciona en una democracia con criterios republica­nos, esto nada tiene que ver con la blindada impunidad del rey en esta falsa monarquía parlamentaria que permite que un señor que se ha enri­quecido corruptamente estos años, sea, en cuanto su hijo le designe, el representante de España en las tomas de posesión de los presidentes americanos. Para Pujol todo el estiércol del desprecio por su doble vida y doble moral. Para Juan Carlos, impunidad, loas, reconocimientos, una jus­ticia silente y amañada y alfombra roja. ¿Una monarquía renovada para un tiempo nuevo?

Y un tercer ejemplo ocurrido solo en el primer mes de reinado. El juez Castro comentó lo desagradable que para él ha sido el desigual trato hirien­te con la esposa de Diego Torres, socio de Urdangarin y su esposa, en comparación con el trato recibido por la hermana del rey, Cristina. Todo un escándalo, empezando por la reunión en la Zarzuela en la que Rajoy, Gallardón y el fiscal general Torres Dulce acuerdan con el rey Juan Carlos, y la aquiescencia de Felipe, la Operación Cortafuegos, es decir, que el fuego achicharre solo a Urdangarin, pero que el extintor judicial amañado salve a la hija y hermana; siguiendo con la subsiguiente oposición de la Fiscalía a la primera imputación de la infanta por algo tan patente e indiciario como el Tráfico de influencias; siguiendo con la Audiencia de Palma y la prestidigitación de los magistrados Gómez Reino y De La Serna al levantar —caso inau­dito— esa primera imputación y abrir el camino salomónico del delito fiscal v el blanqueo; continuando con la manipulación de la Agencia Tributaria hasta desembocar en un informe exculpatorio, basado en considerar deducibles unas facturas acreditadas como falsas, y terminando con las asquero­sas campañas desatadas desde las cloacas del Estado contra el juez Castro. Y casi exhaustos por las intolerables manifestaciones de Rajoy no solo decla­rándose «convencido de la inocencia de la infanta», sino convirtiendo a España entera en cómplice de su profecía autoincumplida al augurar que «le irá bien» con un ponente constitucional como Miquel Roca de abogado defensor y terminando por el nuevo recurso de la Fiscalía, plagado de des­calificaciones contra el juez instructor, que permitirá de nuevo a Gómez Reino y De la Serna desimputar a «la Intocable».

¿De qué monarquía renovada habla Felipe VI? ¿De la nueva imagen de cercanía a su llegada al Congreso para su proclamación en un Rolls-Royce de la época del dictador Franco y encima vestido de capitán general del Ejercito para asistir a una ceremonia civil?

QUIEREN DEJARSE ENGAÑAR

Y,  para finalizar, una reflexión.

Hay gentes a las que les gusta que las engañen. Y de un gramo de anís hacen una montaña. Tienen las manos despellejadas de aplaudir ante los primeros gestos hechos por Felipe VI y su esposa. ¡Qué majos! Y no quieren ver lo que hay detrás del humo que nos han arrojado. Se lo creen todo.

Por eso no nos deslumbremos con la transparencia y el rigor ofrecidos por la Casa Real. Va con regalo dentro, como los roscones de reyes (y tam­bién como llegó la Constitución, con rey incorporado). Un amigo de Bermeo, Julián, llamaba acertadamente la atención en mi blog sobre algo evidente. Con la excusa de la transparencia van a dar carta legal a sus actuaciones en el exterior (actividad ampliamente desarrollada por su padre con gran éxito para él), con la firma de un convenio con la Secretaría de Estado de Comercio del Ministerio de Economía para disponer de una asesoría permanente en los asuntos en los que el rey figure como representante de los intereses eco­nómicos de España en el exterior. Y yo me pregunto: las decisiones que tome (por ejemplo, favorecer a la McDonell-Douglas para contratar con el Ministerio de Defensa frente a otros competidores, vender lo producido por CASA u obtener contratos de empresas privadas con los «amigos» árabes, con todos los compromisos que puede acarrear para el Estado ¿serán objeto de algún control? ¿Quién valora lo que es bueno para el Estado o lo que solo es bueno para el bolsillo de su Majestad, eso sí, con el asesoramiento pagado por todos?

¿No está el Gobierno precisamente para hacerse cargo de estas cosas? ¿No excede esta labor la misión que le asigna el artículo 56.1 de la Constitución? Con este convenio se alegará siempre que el Gobierno conoce y que el rey actúa de acuerdo con las instrucciones del Ejecutivo.

Y también, de paso, firmará un convenio de colaboración con la Abogacía General del Estado que permitirá a la institución contar con un asesoramiento jurídico «ordinario y permanente». ¿Por qué tiene que disponer de abogado pagado por todos? ¿No tiene su propia Casa civil?

Y, ya que presenta tanta ansiedad por la transparencia, ¿por qué no presenta una declaración patrimonial actual con el origen de sus bienes y los de sus padres, debidamente auditada por el Tribunal de Cuentas del Es­tado? Pasar página y empezar de cero engañará a los que se dejen engañar. Pero los puntos finales ya sabemos para qué sirven. Desde luego no para una «monarquía renovada”.

Si a Jordi Pujol le ha caído todo el peso de la opinión pública, de la ley y del Parlamento, ¿por qué a Juan Carlos no? ¿Por qué el hijo tiene que seguir la senda del padre solo con una pátina de aparente transparencia?

QUE SE PRESENTE A LAS ELECCIONES

El analista Javier Vizcaíno ponía el dedo en la llaga con una aguda reflexión que es fundamental en este debate. Terminaba su columna en Deia diciendo: «No albergo ninguna inquina especial por el ciudadano Felipe de Borbón y Grecia. Pasando por alto que, como dice Luis María Anson, lo más parecido a un Borbón es otro Borbón, no dudo de que este en concreto tenga la pre­paración del copón y medio que le cantan los juglares. Y seguro que es un tipo sensato, moderno, cabal, menos dado a la jarana y a los caprichos bra­gueteros que su antecesor, con un círculo de amistades que no desprende tanta caspa, amén de esposo ejemplar y cariñosísimo padre, como hemos podido ver. Y todo eso estaría muy bien si se tratara de tomarse unas cervezas o unos cafés con él o, por qué no, de votarle en unas elecciones en las que se enfrentara de igual a igual a otros candidatos. Pero ya sabemos que ese no es el caso».

Esa es la clave. Este Felipe VI quizás podría ser el mejor de los presidentes de la Tercera República española, y podrá ser todo lo buena persona que parece ser y todo lo buen chico que dicen que es, y además ser el mejor intencionado de los mortales, pero la cuestión no es esa. La cuestión en una democracia es que todas esas virtudes tienen que pasar por las urnas, y efec­tivamente este no es el caso. Su reinado se basa en una imposición que enci­na lleva en la mochila una pesada carga que trato de recordar en este libro. Sin más.

Como ya he comentado, cuando escribí en 2007 Una Monarquía protegida por la censura, que fue una obra de encargo, no dejaron que la editorial que me lo había pedido lo publicara. Lo hizo otra. Eran otros tiempos de silencio y genuflexión. En 2014, Los Libros de la Catarata me ha pedido este libro. Será publicado porque en siete años han pasado muchas cosas. Y lo peor es que, abdicado el viejo rey, el pueblo no ha sido consultado sobre lo que quiere como sistema. Y nos siguen argumentando que no hay mejor organización institucional que la monarquía parlamentaria. Y la explicación de oro que nos esgrimen es que es útil y va a ser ejemplar. Con este libro solo quiero poner mi granito de arena para aproximarnos a quitar la máscara a una institución que no es útil, no ha sido ejemplar, no es democrática, no es la más barata y encima ni ha arbitrado ni ha moderado nada, ni va a poder arbitrar ni moderar nada.

Y solo esperar que la ciudadanía termine de abrir los ojos y, sobre todo, que le dejen abrirlos. Porque el rey, más que nunca, está desnudo.

IÑAKI ANASAGASTI

La denuncia de Aguirre ante los asesinatos (4)

Martes 17 de marzo de 2020

Cierro este relato de la visita a la Casona El  Bohío (Santander) teniendo como cicerone al presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla y de fotógrafo a mi hermano Koldo, con la visita en Cabo Mayor en honor de las víctimas de aquella barbarie de la guerra.

El año pasado coincidí en Radio Euzkadi con la Consejera de Sanidad Nekane Murga. Esta me relató como su ama había sido cuidada por mi tía Libe cuando, tras caer Bilbao un grupo de familias se refugiaron en Guriezo. Luego las familias en barco llegaron al puerto de La Pallice.

Mi tía Libe, hermana de mi aita y con tan bonito nombre sabiniano, era novia del periodista Andima Orueta, jefe de política del diario Euzkadi y superviviente del bombardeo de Durango. Estando con ellas en Guriezo, y ante el avance de los sublevados, les dejó para ir a Santander a buscar alojamiento pues Guriezo no reunía condiciones. No le volvieron a ver nunca más. Fue asesinado.

Todas estas historias me vinieron a la cabeza cuando visitamos el monumento que allí está en forma de cruz y con una figura tratando de agarrarse a la roca. Revilla nos dijo que por allí despeñaron a monjes trapenses  y a muchos más entre ellos a muchos vascos y republicanos y personas de derecha de Santander por gantes asesinas comandadas por un socialista de nombre Manuel Neila que, curiosamente se fue al exilio en el avión El Negus y murió sin pagar sus más de cien crímenes en México.

Los principales motivos de queja del Lehendakari Aguirre desde la Casa de Cabo Mayor obedecieron a la detención y hasta el asesinato de varios ciudadanos vascos a manos de agentes de policía santanderinos. El propio Aguirre lo expresó de esta manera en un informe que remitiría al presidente de la República meses después para explicar las razones por las que había sido derrotado el Frente Norte durante la Guerra Civil:

«Al mismo tiempo comenzaron a llegar noticias bien desagradables. Habían sido asesinados varios vascos. Yo mismo soy testigo del espectáculo macabro que ofrecían cerca de las peñas cinco cadáveres desnudos recientemente asesinados. Esto cerca de la casa donde el Gobierno Vasco vivía en Santander, en el Cabo Mayor. Llamé al General Gamir. Le hice presenciar el espectáculo. El General se indignó con este motivo. Aquello no podía tolerarse.

La americana de uno de los asesinados estaba en el jardín de nuestra casa con el agujero de la bala que lo había cruzado. Era el médico de San Sebastián, señor Zabalo. Así desapareció el redactor del periódico «Euzkadi», señor Andima Orueta, y los empleados del Departamento de Comercio y Abastecimiento, señores Gorostiaga y Lasa. Fue también asesinado el Jefe de Impuestos de la Diputación de Bizkaya, don Juan Luis de Biziola. Todos ellos hombres lealísimos al servicio del Gobierno Vasco y huidos del terror fascista. Así también fueron asesinados dos jóvenes socialistas vascos, en Torrelavega, y el afiliado a Izquierda Republicana, señor Quilez, en Santander. Todos ellos lo fueron por los llamados policías, talmente asesinos a sueldo. Más tarde un grupo de jóvenes socialistas mataban a su vez en Torrelavega a dos policías. No recuerdo en este momento si eran los mismos o eran otros de los que habían asesinado a sus compañeros. No hablamos de detenciones porque sería hacernos interminables. Consignemos sólo la arbitraria detención de don José de Rezola, Secretario General del Departamento de Defensa de Euzkadi, conducido a los calabozos a pesar de haber mostrado los documentos acreditativos de su personalidad. Le dijeron que aquello de nada servía”.

Es más, esta oleada de actos violentos iba a afectar, según el Lehendakari, incluso a la sede del Gobierno Vasco en Santander:

«[…] era voz pública la fama de quienes cometían estos crímenes y eran señalados como autores de múltiples de ellos. Había algunos de éstos que merodeaban en las cercanías de nuestra casa, a la cual se atrevieron un día a lanzar tres disparos, algunos de cuyos impactos estaban a la vista de todos».

Como se ve la Casa que visitamos con Revilla tiene esta y otras muchas historias.

Revilla, tras visitar el Bohío, nos llevó  al Faro, construído en un acantilado a cuarenta metros de altura del mar abajo y que además de Cabo Mayor es conocido como el Faro de Buena Vista, construido en 1833. En 1941se construyó el monumento que como consecuencia de la ley de Memoria Histórica se han borrado sus inscripciones. Es verdaderamente impresionante.

Y tras estas visitas cargadas de vivencias y de historias comimos en el restaurant La Prensa. Allí vimos como desde una cuadrilla de chavales hasta la gente de la calle paraba al presidente de Cantabria para sacarse una foto con él. En la comida hablar de todo pero eso será para otras entregas. El hombre estaba tan enfrascado en contarnos sus vivencias de todo tipo que en vez de llegar a las cinco a una reunión llegó a las seis. ”Tengo buenos colaboradores y delego lo más posible” nos dijo.

Solo agradecer a Revilla que nos posibilitara encontrarnos con esta parte trágica de la historia de Euzkadi y de nuestra propia familia. Ojalá la casona El Bohío pueda recuperarse.