Un gran artículo

¿A quién se beatifica con los llamados Mártires del siglo XX?

Lunes 4 de noviembre de 2013

Es bien sabido que tanto Juan XXIII como y Pablo VI se negaron en redondo a iniciar procesos de beatificación de estos hombres y mujeres, no porque dudaran de su santidad, sino porque temían con razón que su causa se politizara de modo exagerado. Es lo que ha ocurrido. Me explico.

De aquella horrible guerra, la Iglesia española salió muy, muy manchada. Fue auténticamente beligerante desde julio de 1936 y presentó ya desde el siglo XIX una hoja de servicios verdaderamente cruel. En DEIA he publicado varios textos de los papas y de los obispos de Vitoria de aquella época. Ahí va una síntesis: «Para que funcione la sociedad tiene que haber pobres y ricos; los pobres han de ser pacientes y resignarse a su condición y los ricos han de ser benefactores». Los trabajadores quedaron a la intemperie, rodeados de beneficencia y caridad. Aquella Iglesia no entendía de justicia.

La persecución a los miembros de la Iglesia en las zonas republicanas fue brutal. Tal persecución fue en muchos casos la réplica al terror ejercido por los llamados «nacionales», iniciadores de aquella horripilante guerra, a partir de las consignas asesinas del director del golpe, el general Mola.

Hoy leo la crónica de la ceremonia de la beatificación. El cardenal oficiante siguió el guión preparado desde la presidencia de la Conferencia Episcopal: estos hombres y mujeres murieron a causa de su fe, por el odio a Dios y a la Iglesia. De que murieron por su fe no me cabe ninguna duda. Ahora, ¿por qué los milicianos de la República tenían odio a Dios y a la Iglesia? No puedo creer que ese odio naciera de un rechazo y negación del mensaje cristiano o de los dogmas. Más bien la Iglesia, con su magisterio social y su práctica pastoral, desde los inicios de la industrialización hasta la república, concitó sobre ella el hastío, el cansancio y el odio de las clases trabajadoras.

Los asesinados, para sus victimarios, eran la proyección de una institución que no les quería ni les defendía en aquel ejercicio de liberalismo cruel insertado en la sociedad industrial. Aquellos jornaleros andaluces, extremeños y obreros industriales fueron abandonados a su suerte. Ideológica y pastoralmente la Iglesia desarrolló durante muchas décadas una opción preferencial por los más acomodados de la sociedad española, en detrimento de las clases trabajadoras, y arrastró con su pensamiento a las clases medias rurales y urbanas.

Es necesario que los dirigentes de la Iglesia intenten cambiar su óptica y reconozcan, como se intentó en la Asamblea Conjunta de 1971, que la Iglesia no fue en la guerra y en gran parte del franquismo instrumento de paz y reconciliación. Durante la guerra fue beligerante y hasta cruel, en dichos y obras, con excepciones notorias. En la dictadura fue miedosa y, lo más grave, legitimadora, al menos hasta el Vaticano II, de un régimen político y de una acción represiva de los que aún no se ha entonado un mea culpa. No se puede beatificar o canonizar a aquella Iglesia honrando a sus mártires azules. Hay otros mártires, rojos, por ejemplo, los curas vascos fusilados, a los que se sigue ignorando porque murieron, dicen, por sus ideas políticas. Es hora de que nuestros dirigentes eclesiales se ilustren e iluminen y, sobre todo, serenen con la verdad a su feligresía. Es su obligación y es también nuestro derecho.

Por Ignacio Villota Elejalde *Sacerdote

Ganadero de Idaho, separatista vasco

Sábado 2 de noviembre de 2013

Con este título apareció en el diario ABC una nota necrológica venenosa de quien fuera embajador de España en Washington, Javier Rupérez. Probablemente Rupérez creyó que llamándole «ganadero y separatista” a Pete Cenarrusa le ridiculizaba ante la caverna mediática para la que escribe sin apreciar que Pete Zenarruzabeitia se sentiría feliz por la simplificación porque además de “ganadero y separatista” fue también un importante político norteamericano, ingeniero agrario, campeón nacional de boxeo universitario, profesor de agricultura y química, piloto naval, segundo teniente de infantería, jefe del departamento de instrucción de vuelos del escuadrón de entrenamiento para pilotos navales, nueve períodos como secretario de estado y presidente de la Cámara en Idaho, así como otras muchas cosas, como así se lo reconoció la Fundación Sabino Arana cuando lo nombró «Vasco Universal». Su amigo el historiador Xabier Irujo escribió: “Pete ha sido fundamentalmente un pastor vasco, y un distinguido miembro de la diáspora vasca en las Américas. De él dijo el gobernador demócrata de Idaho Cecil Andrus en el curso de un caluroso debate político entre mineros y ovejeros, “Cenarrusa es un pastor incurable” y rubricó, “¡hasta los calzoncillos tiene de lana!”. Tal como relatamos en el libro que escribimos juntos y que ha conocido una segunda edición en 2012, On Basque Politics, desarrolló una idea que revolucionaría la industria ovina en el oeste americano: transportar las ovejas a California durante el invierno”.

Su muerte ha sido muy sentida en su estado, en la colectividad vasca de Idaho, en Euzkadi y por cualquier persona de bien aunque no por Rupérez que tuvo la mala entraña de acabar dicho artículo con esta frase: «Como diría Mark Twain, no todos los fallecimientos son recibidos de igual manera». Y es que la inquina de Rupérez contra Pete no es de ahora, viene de su etapa de embajador. Por algo será. La blogosfera vasca en EE.UU. calificó el obituario de Rupérez sobre Pete Cenarrusa en ABC de “veneno guardado durante más de una década”.

Rupérez madrileño y diplomático de profesión es seco y altivo. Lo más negado para dedicarse a la política y a las relaciones humanas. En su día se armó una buena porque le dijimos que dormía almidonado con la orden de Carlos III encima del pijama. Poseedor de un alto concepto de sí mismo creyó que habiendo ganado las elecciones Aznar, en 1996, éste le nombraría su canciller. Ya, ya. A quien nombró Aznar fue a Matutes llevándose Rupérez el disgusto de su vida. Se quedó de presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, y viendo con el tiempo que Aznar no contaba con él para su acariciado puesto, se reintegró en la carrera nombrándole posteriormente  Aznar embajador en Washington, que no está mal, y donde anduvo a sus anchas.

Recuerdo que cuando a Gorbachov le dieron aquel extraño golpe de estado una delegación del Congreso se desplazó a Moscú a mostrarle su solidaridad. La presidía Txiki Benegas y entre otros diputados estaba Rupérez y estuve yo. Y recuerdo como en el viaje de vuelta Rupérez me contó un hecho ilustrativo de la discusión y tramitación estatutaria entre Suárez y el PNV. Me dijo que ante nuestras “inasumibles pretensiones” Suárez le había enviado junto a Álvarez Miranda a visitar a Leo Tindemans en Bruselas, a Luis Herrera Campins en Caracas y a Paul Laxalt en Washington para decir a éstas personas, consideradas amigas del nacionalismo vasco, que el gobierno español no podía aprobar un estatuto separatista pero, con tan mala suerte, que al llegar de regreso de éste periplo a Barajas se encontraron con que en la primera página de El País se informaba ese día del acuerdo entre la delegación negociadora vasca y Suárez. Al poco Rupérez fue secuestrado, y de todo esto le quedó hacia el nacionalismo vasco un cariño indescriptible.

Este Javier Rupérez escribió un libro empalagoso sobre su estancia en los Estados Unidos como embajador español. Y como no podía ser menos el libro viene prologado por Aznar a quien llevaba en la portada junto al autor del libro.

«A poco de llegar a Washington -nos dice- me propuse acercarme cuanto antes a esa realidad para afirmar, por si alguna necesidad hubiere, la españolidad de lo vasco…

“Desde los primeros tiempos de mi estancia en Washington como embajador tuve noticia de movimientos y actuaciones que tenían como centro impulsor a ciertos medios de la colonia vasca en Idaho y cuya última finalidad, no por casualidad coincidente con los dogmas nacionalistas al uso, sin por ello establecer diferencias entre pacíficos y violentos, era claramente contraria a nuestros intereses nacionales y constitucionales. En el centro de tales actividades aparecía sistemáticamente el nombre de Pete Cenarrusa -versión corta y americanizada del Zenarruzabeitia original-, personaje de edad avanzada, durante décadas secretario de Estado de Idaho y que, seguramente tampoco por casualidad, había sido coronado por el PNV en el año 2000, con toda la fanfarria local que se puede imaginar, con el Premio Sabino Arana en el apartado del “vasco universal”. Mis primeros informes hacían estado de una comunidad descendiente de vascos que en Idaho no superaría las veinte mil personas, de natural pacífico, de nacionalidad estadounidense ya en la tercera generación y moviéndose en aguas en donde en general convivían la neutralidad política y la nostalgia ancestral. Tanto el PNV como sectores próximos a Batasuna, y sus terminales mediáticas, no estaban dispuestos a que ello siguiera así por mucho tiempo. Y la pieza de Cenarrusa era clave en el intento y en la tarea de “internacionalizar el conflicto”, la voz de un político estadounidense podía alcanzar una dimensión importante. Cenarrusa se lanzó con entusiasmo a la maniobra”.

Así empieza este ilustrativo capítulo.

No sé si ustedes recordarán como en el Aberri Eguna de 1978 nos llegó desde Londres nada menos que el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado estadounidense Frank Church. El hecho no gustó en Madrid, pero Church sabía que en Idaho, estado del que era senador, la presencia vasca era muy importante y el senador cultivaba su granero. Si a esto se le añadía la desbordante actividad del delegado del gobierno vasco en tiempos de Leizaola, Periko Beitia y la del hombre clave en este estado como Pete Cenarrusa, la explicación venía de por sí.  Ya bajo el franquismo, las Cámaras de Idaho habían condenado el juicio de Burgos y a todo el franquismo. Rupérez pues, se encontró con una colectividad politizada y una personalidad a batir: Pete Cenarrusa a quien llama de todo: «una impresentable antigualla», «mirada vacuna», «él y sus secuaces «,» doblez en la actuación…»

Narra Rupérez en su libro y en la necrológica el viaje de una delegación senatorial norteamericana donde iba el senador por Idaho Larry Craig y lo que tuvo que hacer para llevárselo al huerto político, logrando que dicha delegación no se entrevistara con ningún vasco. Cuenta una comida en Boise y el brindis que les hace Cenarrusa y que él replica. Expone las dificultades de su cónsul Roy Eguren, su dimisión y como logra implicar a Adelia Garro para nombrarla cónsul honoraria en Idaho por ser viuda de uno de los hijos del empresario Simplot, rey de la patata. Explica con detalle sus maniobras para que el presidente Carter no interviniera con su Fundación en nada que tuviera relación con lo vasco. Nombra obsesivamente a Deia como portavoz de los «conjurados» y finalmente explica sus presiones personales para que el Senado de Idaho no aprobara el Memorial sobre el derecho de autodeterminación del pueblo vasco. Finaliza su largo capítulo de veinte páginas reconociendo su fracaso para que los vascos españoles expliquen de «verdad» que pasa en Euzkadi.

¿Qué se puede hacer ante este cúmulo de pedradas y acciones tan hostiles de un embajador de España?.  Lo mismo que él propone: darlas a conocer. Por eso propongo que en Idaho se traduzcan al inglés y al euskera, se repartan y que personalidades como David Bieter, Roy Eguren y toda la comunidad comprueben el jaez y la actitud de un embajador español hacia ellos y hacia lo vasco en general buscando unir nacionalismo con violencia y con tragedia.

En la primavera de 2012 y escrito por Xabier Irujo se aprobó el Memorial solicitando la paz, la democracia y la independencia de Euzkadi. Terminaba su lectura el vicegobernador Brad Little, rompiendo el protocolo, y pidiendo que la proposición fuera aprobada por aclamación. Todos los senadores se pusieron en pie y dedicaron una ovación al León de Idaho que les saludaba desde la galería. GB, Pete, y una patada en el trasero a Rupérez.

 

La gran diferencia entre Roca y Arzalluz

Viernes 1 de noviembre de 2013

Siempre he dicho que Miquel Roca es un magnífico parlamentario, pero un pésimo político. Hijo de un dirigente e Unió, no nos echó ninguna mano cuando hubo que negociar la Constitución ni a la hora de tener grupo parlamentario propio en 1977. Se nos excluyó de la ponencia constitucional y él desechó la figura del Concierto porque «no hay nada más odioso que la recaudación”. Arzalluz y su equipo dieron la batalla y se logró la devolución del Concierto para Gipuzkoa y Bizkaia en 1980. Catalunya está como está por culpa de una mala negociación en 1978. Los socialistas de Raventós no hicieron nada y Roca menos.

Y la diferencia está en que Roca, tras una llamada del rey, aceptó ser el abogado defensor de una señora corrupta como Cristina de Borbón. Por algo le llamó su padre a Roca. Sabe que es un tipo con pocos principios y que siempre juega a dos barajas. Arzalluz jamás hubiera aceptado ser abogado defensor de una señora tan corrompida y de una familia tan poco real.

Pero todo tiene su precio y ese doble juego roquista en la derecha cavernaria no gusta y por eso le han salido respondones. Nada menos que el ABC le ha dedicado la portada con este llamativo titular: «Roca, un padre de la Constitución contra España». Al parecer ha defendido en el Parlamento catalán la celebración de una consulta. ¡Honor!

ABC dedicó este jueves portada, editorial y dos páginas de interior a acusar a Miquel Roca, ponente de la Constitución, de “ir contra España” por unas afirmaciones que hizo el exdirigente de Convergència Democrática de Catalunya (CDC), hace una semana, a favor del derecho a decidir de los catalanes. El diario monárquico carga toda su artillería contra el abogado de la infanta Cristina en el caso Nóos, y le atribuye una “temeraria embestida contra el orden constitucional”.

Lo que ABC recrimina a Roca

El diario recrimina a Roca, una de las voces más melifluas del nacionalismo catalán, que dijera claramente que “no hay ningún valor en la Constitución que impida escuchar lo que quiere la voz del pueblo” y que le “irrita” que le discutan que “Cataluña sea nación. ¿Pero qué se han creído? Digo que soy nación”, reafirmó el exnúmero dos de Jordi Pujol, que defendió que “el modelo constitucional está agotado” y que “es legítimo sustituirlo por otro que libremente elijan los catalanes”. Para una vez que dice algo sensato le crucifican los que se sienten traicionados.

Roca ha manifestado su opinión como experto sobre la ley de consultas populares que tramita la Cámara catalana, el verano pasado, y por segunda vez, el 15 de octubre, ante la Comisión de Estudio del Derecho a Decidir. Sorprende que ABC recuperara el jueves sus palabras para su ofensiva antiRoca, una semana después.

De padre de la Constitución a padrino de los nuevos convergentes

ABC, que usa para su portada el retrato de Roca que cuelga en la Sala Constitucional del Congreso como ponente de la Constitución, recuerda que “hubo un tiempo en que los convergentes moderados eran llamados “roquistas” en alusión al perfil pragmático del exsecretario general de CDC”, pero esto es algo que ha cambiado según el periódico monárquico y cada vez más de extrema derecha y ahora Roca se dedica a “ejercer de padrino jurídico del proceso de transición nacional de las nuevas generaciones convergentes” desde “su exclusivo despacho Roca Junyent Abogados Asociados”.