El conflicto

EL conflicto es lo habitual en la naturaleza, sea por el espacio, la comida, el sexo…, todos los seres vivos vivimos el permanente conflicto de vivir. Es bien conocido que al norte del río Congo los chimpancés enfrentan sus conflictos, especialmente de sexo, haciéndose la guerra, con inestabilidad grupal permanente, mientras al sur del río, en la otra orilla, sus primos-hermanos los matriarcales bonobos dirimen sus conflictos bélicos haciéndose el amor, practicando la empatía, acariciándose, despiojándose mutuamente y manteniendo atrevidas, abiertas y frecuentes relaciones sexuales. Pero ni unos ni otros saben nadar.

No sabría decir si la vida actual no invita a pensar como sostiene el filósofo alemán Peter Sloterdijk, pero indudablemente nos lo pone muy cuesta arriba en especial con el ruido del bombardeo wachapeo y tuitero chismoso del politiqueo informativo, ruido en todo caso provocado a propósito, añado. Pasada ya la avalancha del ruido electoral, antes de poder oír otra vez el silencio invitando a pensar llega el nuevo estruendo electoral sin haberse ido del todo el anterior. Si al menos resuelve algo daría por bien maltratados mis tímpanos. Pero como la ultraderecha ha vuelto para acanallar la política, los demás no querrán ir a la zaga.

En estas últimas elecciones el ultavoxerismo ha desbancado en votos al PP en la mayoría de los cuarteles militares y de la Guardia Civil. Lo sospechábamos, porque ellos se creen los auténticos españoles de bien y votan lógicamente a quienes les jalean en la oreja. De modo que siguiendo a George Orwell podríamos decir que entre nosotros el conflicto radica no tanto entre la izquierda y la derecha, sino entre la libertad y la autoridad, sea para inmigrantes o no, feministas o no, cazadores o no, taurinos o no, libertad para abortar o no… Y ante estos conflictos la propuesta de los nostálgicos del ordenoymandocon pistolón al cinto se decanta siempre por el autoritarismo belicoso, nada amoroso, por supuesto

La mirada se entristece más aún al levantar la vista para otear horizontes más lejanos, porque Venezuela vive entre cuchillos afilados, como Gaza bombardeada, Yemen masacrada y Corea del Norte lanzando misiles… y más preocupante todavía analizando el gasto militar. En 2018, entre EE.UU. y China gastaron casi 900.000 millones de dólares en aviones, misiles… esas cosas tan útiles para dirimir los conflictos como chimpacés. Los nueve países que declararon públicamente más gastos militares sumaron 1,3 billones de dólares, sin contar Corea del Norte, Irán ni Israel que utiliza casi un 14% de su PIB en menesteres bélicos. España destinó (¡a saber cuál es la verdad!) 18.200 millones (1% del PIB) a gasto militar. Me gusta el casco de guerra como maceta para madreselvas o petunias, o el fusil de los soldados portugueses en el abril revolucionario con claveles en sus bocachas, pero no soy ingenua y como el alcalde de Cádiz reconozco que hacer barcos para un país que masacra a Yemen produce dinero y da trabajo. Pero si una partecita de estas grandes masas de dinero se destinara a otros menesteres, por ejemplo, a evitar los desastres medioambientales anunciados… Pero viendo la senda voxera-trump-bolsonaria que nos proponen es posible que la “solución bonobos” a los conflictos sea pura entelequia.

Comparte lo que importa


ES el lema de Manos Unidas para este año. Pocas cosas pueden importar más que tener agua potable, alimento y vivir en paz. Pero…

Quiero pensar que en el paraíso imaginado se comparte alimento, agua potable y la compañía en paz. A veces, entre las ensoñaciones humanas se encuentra el regusto por volver a ese idílico paraíso terrenal en donde podía cogerse de aquí y de allá lo necesario para vivir sin que nadie pasara ni hambre ni sed ni soledad. Pero en este paraíso terrenal solo creen quienes se durmieron en las clases de geografía, porque aquí y ahora, millones viven bajo la guerra que engorda la bolsa de otros, y más millones -prácticamente los mismos- pasan hambre y sed mientras otros son atendidos por obesidad debido a sobrealimentación.

Anteayer derribaron un F16 al poderosísimo ejército israelí arrasador de vida y pueblos. Un avión de estos costaba en el 2000 unos 19 millones$;hoy sus descendientes tecnológicos F22/F35, sin mejoras, rondan los 196 millones$, con un costo de vuelo de 25.000$/hora. Sumen tripulación, mecánicos, hangares, armamento, mantenimiento… Dividan el precio final de uno de estos monstruos bélicos por 365 días y si en Camboya una persona con un dólar puede comer arroz al menos una vez al día, calculen cuantos miles de camboyanos que hoy viven en la hambruna podrían levantarse cada día en la seguridad de tener alimento y agua potable. Podrían incluso permitirse el lujo de un trozo de carne a la semana. Sepan que se han fabricado/vendido y cobrado más de 4.500 aviones F16.

La guerra que generamos los países ricos, pero también el despilfarro de lo que importa. Porque un 20% de los alimentos que se ponen en el mercado mundial se pierden o desperdician;la población mundial con recursos consume un 10% más alimentos de los que necesita, con la obesidad como “epidemia del desarrollo”, y otro 10% se estropea o se tira a la basura. Según HISPACOOP, en 2013 cada hogar español de media tiró a la basura al año 76,5kgs de alimentos, y los restaurantes desperdiciaron 63.000 toneladas/año de comida. Ni en Camboya ni Somalia, según el Parlamento Europeo en nuestro propio corralito de opulentos 80 millones de europeos viven por debajo del umbral de pobreza mientras se tira casi la mitad de los alimentos que se mercadean. Junto a la guerra, el sistema actual de producción de alimentos es otra arma cargada contra el hambriento, porque según la Universidad Aalto (Finlandia), en Europa produce pérdidas equivalentes a 27 metros cúbicos de agua potable, 0,031Ha de tierra fértil y 4,3kg de abono por habitante y año. Todo un derroche que redunda en hambre para 1.200 millones de personas, sed a 800 millones y daños al medio ambiente, quizá irreparables. Pero claro, también genera pingües beneficios a unos pocos. En medio quienes ni somos de estos pocos ni pasamos hambre podríamos hacer mucho más para compartir, pero con frecuencia vemos estas desigualdades vitales como una insignificancia ajena y lejana. Lo peor es que en Europa nos está brotando coraza de abundancia en partidos y grupos ultraderechistas/fascistoides que el compartir lo conjugan exclusivamente en primera persona nacional. Mal camino para acceder al paraíso terrenal.