Escribo estas líneas arrullada por valses de André Rieu. Poco más hace falta para la dosis diaria de felicidad.
No puedo olvidar un viaje a Cuba aguantando a una pareja de catalanes con su altisonante y cansino recordatorio de las excelencias de todo lo español frente a lo cubano, comenzando por la tortilla;tal vez quisieran demostrar su hiper-españolidad, pero evidentemente despreciaron la felicidad de lo bueno que ofrece el Caribe.
La vida seguramente sea como el compendio cristiano en Semana Santa, domingo de aleluyas y palmas hasta la feliz Resurrección pasando por la pasión del Calvario. Porque en este viaje permanente hacia el país de nunca jamás de la felicidad junto al ministerio de la Felicidad de Bután, Emiratos Árabes o India, nos topamos aquí mismo con total falta de libertad política en Cataluña, ataques a la libertad de expresión, paro desmedido y trabajo precario con miles de accidentes laborales, corrupción por doquier, indecencia ética de dirigentes que engañan, gastos militares sobredimensionados frente a exiguas partidas en gasto social… Y un poco más allá, con un infierno para los inmigrantes en Gibraltar o en Italia, asesinatos en escuelas americanas provocados por el lucrativo comercio de armas, continentes de plásticos en el Pacífico tres veces la península ibérica y ballenas varadas probablemente a causa de nuestra actividad-ambición humana… Y al mismo tiempo a héroes como el gendarme que ha muerto por ofrecerse como rehén, o a donantes de sangre y tejidos que salvan vidas a diario, o tantos anónimos que hacen a los demás la vida más feliz, más amable, más llevadera.
Entonces miro con envidia a los países nórdicos, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega… ricos sí, pero no los más ricos, que año tras año copan los primeros puestos en todos los rankings de felicidad, con España rezagándose año tras año a pesar del cacareado aumento de nuestro PIB y de los buenos datos macroeconómicos. ¿Acaso los nórdicos tienen las claves de la felicidad? ¿por qué ellos sí y nosotros no? Quizá porque primen lo social y el sentido de la comunidad sobre lo individual, me dicen;porque trabajen eficazmente para disminuir la desigualdad y rechacen frontalmente la corrupción pública;tampoco encarcelan a sus líderes políticos ni sociales, pero sí invierten en ayuda social;porque respetan el entorno en equilibrio y seguramente porque prefieren ser personas corrientes felices antes que más ricos y ambiciosos. Vamos, tienen fe en su propia sociedad. Casi, casi como aquí pero en plano invertido, como estamos pudiendo observar con la respuesta del poder a las demandas de igualdad de las mujeres, a las reclamaciones de justicia social de los pensionistas o a las reivindicaciones políticas de los catalanes. Quizá aquí más que buscar la solución para la comunidad se trate solo de manipular el hartazgo y la rabia. Vamos, Semana Santa de pasión pero sin vacación.
Evidentemente el placer del André Rieu que ahora escucho sería mucho más vals de felicidad coparticipativa en un concierto multitudinario, pero que esto sea aquí muy difícil explica que vayamos tan rezagados en felicidad comunitaria.