Estos ciento y piquísimo primeros días de Rajoy se están pareciendo mucho a un capítulo de House. De la trepanación a la amputación pasando por la liposucción y la sangría con sanguijuelas, cada tratamiento decidido al tuntún empeora al paciente por segundos. Quien conozca la serie sabrá que sólo hay dos desenlaces posibles: o bien después del sádico encarnizamiento terapéutico se descubre de chamba que el mal consiste en un simple catarro curable con jarabe y gárgaras de miel con limón o se llega a esa misma conclusión… pero en la autopsia. Tiene bemoles que haya que rezar para que la opción que nos depara el destino sea la primera, aunque al ritmo de fiascos en el diagnóstico del doctor pontevedrés y su pinturero equipo, me temo que tenemos bastantes más boletos para el requiescat in pace.
De hecho, ya nos han dado por muertos. ¿Qué otra cosa sino eso es la advertencia de que el paro seguirá creciendo en toda la legislatura? Hay que tenerlos blindados. Hace cinco meses pedían el voto asegurando poco menos que para su recua de sabios esto era una ñapa de dos tardes. Ahora que ya están atornillados al machito, avisan que se van a tirar otros cuatro años demoliendo por aquí y por allá para dejar las cosas peor de lo que estaban. Con una mayoría pluscuamabsoluta como salvoconducto. Su sensación de seguridad y suficiencia es tal, que se permiten anunciar medidas —de esas a las que se oponían con uñas, dientes y cara de asco— a doce meses vista. Y al que no le gusten, que proteste.
Esa es la otra, que también tienen amortizadas las protestas. A ver qué pasa hoy, primero de mayo y cierre de puente, en las calles. Mucho me temo que nada que vaya a evitar que el viernes en la hora maldita de la sobremesa suelten la enésima patada en la boca del estómago de lo que todavía llamamos, qué ilusos, estado de bienestar. Dirán que es una terapia vanguardista contra el lupus, como en House.