López no se va

¿López, número dos de Pérez Rubalcaba? Ves eso en un par de titulares y, ayudada por la beatífica estampa de unos copos de nieve flotando más que cayendo al otro lado de la ventana, la imaginación echa a volar. La idea de tenerlo a quinientos kilómetros es cautivadora, subyugante, rozando lo sublime… y por eso mismo, irreal. Despertemos de la fantasía porque, sencillamente, no va a pasar.

Siento haber sido tan brusco bajándoles de la nube —confiesen que muchos de ustedes han tenido idéntica ensoñación—, pero es mejor poner los pies en el suelo que alimentar una ilusión que tarde o temprano mutará en decepción. Para empezar, piensen que aunque los rubalcávidos llevan semanas vendiendo la piel del oso de las primarias del PSOE, podría ocurrir que en el momento de sumar los votos se quedaran con un palmo de narices. Miren lo que ha pasado con todos los equipos que han subestimado al Mirandés. Algunos que tienen datos cuentan que no es una quimera que gane Carme Chacón. Si lo hace y tiene memoria de quién la ha estado apuñalando, el plusmarquista de crear paro en la CAV permanecerá aquí, terminando de cargarse lo que reste.

Pero si finalmente la maquinaria de encabronar procesos internos funciona y sale victorioso el enredador Rubalcaba, tampoco será matemático que López haga las maletas y entregue la makila. Habría que ver si los estatutos del partido exigen que el número dos esté libre cargas institucionales. Conociendo los hechos del interesado, tan dado a sacar los córners y rematarlos, lo más probable es que se empeñara en ser todo. Eso nos deja donde estábamos o incluso peor, habida cuenta de su probada incapacidad para pensar y mascar chicle simultáneamente. Si ahora son célebres sus escaqueos, qué les voy a contar cuando tenga como excusa para la fuga arreglar una reyerta en la agrupación socialista de Vitigudino. Desengáñense: agotará la legislatura y nuestra paciencia.

Suspense recuperado

Habrá que felicitar al equipo de guionistas. En las buenas teleseries, el capítulo final de cada temporada debe cerrar algunas de las tramas que han entretenido a la audiencia en las semanas previas y, en el mismo viaje, abrir las que se desarrollarán en la próxima remesa de episodios. El anuncio del adelanto electoral en el último día hábil del mes de julio, cuando parecía que el culebrón había entrado en un bucle duermeovejas, ha sido un acierto argumental para resucitar un cierto suspense. Convocarlas para el 20-N, que no es una fecha cualquiera, sólo puede calificarse como golpe de genialidad. Casi compensa el truñazo que nos han estado sirviendo hasta ahora.

Los espectadores, sobre todo los que por oficio, por inclinación, o por una mezcla de lo uno y lo otro, estamos muy enganchados al serial, hemos recuperado el interés y tratamos de hacernos una idea de por dónde avanzarán los hilos. Salvando las distancias, viene a ser como cuando George Clooney se fue de Urgencias o cuando murió Chanquete en Verano azul. Zapatero, que era el protagonista principal, pasa a tercer plano y el peso de la acción recae en Rajoy y Pérez Rubalcaba. Ambos eran mucho más que secundarios en la anterior etapa, pero en esta son directamente los encargados de que el share no decaiga… por lo menos, hasta el momento de contar las papeletas.

Aunque haya sido accidental, la elección de ambos personajes ha sido otro hallazgo afortunado porque hace que el desenlace previsible -victoria del PP por goleada- se tiña, siquiera levemente, de incertidumbre. Con el Rasputín de Solares como ariete, ya no se descarta una derrota medianamente honrosa del PSOE. Incluso hay quien recuerda la remontada épica del 93, cuando el ya desahuciado Felipe hizo esperar otros cuatro años más a Aznar.

Hay que estar, por tanto, atentos a la pantalla. Por aquí arriba nos jugamos también muchas cosas en los próximos cuatro meses.

De Casablanca a Irun

Aunque la escena mítica de Casablanca es la de la despedida en el brumoso aeródromo, mi favorita es la de la clausura del local de Rick. No hay manual de ética parda tan instructivo como la visión del caradura Capitán Renault, parroquiano número uno del garito, ordenando el cierre mientras farfulla con mal impostada dignidad: “¡Es un escándalo, es un escándalo! ¡Aquí se juega!” Cambien el café que regentaba Humphrey Bogart por el bar El Faisán de Irun, y estarán en el escenario de otra grandiosa exhibición de cinismo e hipócrita desparpajo.

Es gracioso ver cómo los que tienen la cartografía a escala 1:1 de las cañerías del Estado y podrían moverse por ellas con los ojos vendados se hacen los recién caídos del guindo y claman en falsete su sofoco por el soplo -aún presunto- que unos guripas les dieron a los malos para que pusieran tierra de por medio. En su sobreactuación de taller de teatro de bachillerato, no dudan en tachar de felonía el episodio ni en señalarlo como prueba de la colaboración del Gobierno español con una banda terrorista.

Los más montaraces hasta piden que enchironen al pérfido Pepunto Rubalcaba y a su faldero y sustituto en Interior, Antonio Camacho, que algo tuvieron que ver con todo aquello. Probablemente lo consigan, porque el asunto está en manos de ese casino de croupiers con toga llamado Audiencia Nacional. Sería, en todo caso, una especie de justicia poética, porque a lo peor ambos enfilados y otros de la parte baja del escalafón han hecho méritos en su dilatada trayectoria para acabar a la sombra, pero entre ellos no debería estar su proceder en este caso.

Podemos fingir rasgado de vestiduras como el Capitán Renault, pero somos lo suficientemente mayorcitos para saber que no vivimos en la tierra de los Teletubbies. Lo del Faisán tuvo un contexto, el intento de conseguir la paz, que si no lo justifica, sí lo explica. No fue, ni de lejos, para tanto.

Especulaciones sucesorias

En el pecado está la penitencia. El fulanismo que impera en la vida política hace de los partidos rebaños que se despeñan en bloque cuando pierde pie la oveja con el maillot amarillo. La recuperación del desastre, en caso de que sea posible -cuántas sopas de siglas se han ido al limbo detrás de su líder carismático-, suele llevar años de sangre, sudor, lágrimas y navajazos inmisericordes entre los que aspiran a ver su cara en los carteles electorales. Cualquiera que tenga un carné y pague una cuota sabe que los enemigos más feroces circulan por la propia acera. Los otros, como decía el parlamentario inglés de la célebre anécdota, son sólo adversarios. Si siempre hay que andarse con ojo y cuidarse del fuego amigo, en las trifulcas sucesorias es necesario elevar a ene las medidas de protección. A la vuelta de la esquina más inocente aguarda la cachiporra.

Lecciones no aprendidas

Los que se disponen a meterse en el berenjenal del recambio de fetiche en el PSOE tienen a su favor que no han pasado muchas lunas desde la última vez que anduvieron en esas. La memoria debería servirles para no repetir errores, aunque lo que estamos viendo en los primeros escarceos de la refriega lleva a pensar que van camino de tropezar en las mismas piedras del relevo felipista. Con entusiasmo digno de mejor causa, se pensó entonces que al gran encantador de serpientes podía heredarlo el ganador de un combate de pesos pluma asimilado a unas primarias. Al margen de que el vencedor fue el no previsto por el aparato, se necesitó poco tiempo para comprobar que ni Borrell ni Almunia (hoy dedicados a sus labores) arrastraban a las masas. Trece años después del fiasco, el partido pone en línea de salida al crepuscular Pérez Rubalcaba y a Carme Chacón, a la que aún le falta mucho colacao que tomar. Se lleve quien se lleve el cromo, la mayoría absoluta de Mariano Rajoy en 2012 puede pulverizar todos los registros.

Tal vez ahí empiece la auténtica carrera sucesoria del PSOE. Me atrevo a apostar desde ya mismo -y falta un rato- que se alzará con el triunfo alguien que, o bien no sospechamos o, directamente, cuyo nombre desconocemos. ¿Quién había oído hablar de José Luis Rodríguez Zapatero antes de junio de 2000, cuando anunció que competiría por la secretaría general con José Bono, Rosa Díez y Matilde Fernández? ¿Quién le habría concedido la mínima opción de hacer morder el polvo a tales vacas sagradas? Nadie, salvo la media docena de fontaneros que maniobraron a su favor. Por fortuna, la política no es tan previsible como parece.

Ya está aquí, ya llegó

Como ETA no nos marca la agenda, ayer a las doce del mediodía estábamos casi todos con el dedo tonto venga refrescar la portada de la edición digital de Gara. Una oportuna cantada tecnológica nos había puesto sobreaviso una hora antes, y esos universos paralelos que llamamos redes sociales bullían ante la inminente llegada del comunicado larga y cansinamente esperado. Y llegó. Llegó en trilingüe y doble soporte. En el audiovisual percibimos, además del consabido atrezzo, una iluminación más cuidada que en ocasiones precedentes y una interpretación que también destacaba por lo sobrio y contenido. La versión impresa ofrecía un aspecto pulcro y una sintaxis inusualmente llana y directa, con los jeribeques panfletarios imprescindibles para que no pareciera que habían externalizado la redacción. El acierto de la intención comunicativa quedó de manifiesto cuando todos los titulares de primera hora coincidieron en los tres calificativos que ascendieron a la condición de sustantivos: permanente, general y verificable.

Conforme al libreto, vino después -y en ella seguimos aún- la torrentera de reacciones, interpretaciones, valoraciones, exégesis, profecías y comentarios de texto varios. Como ha habido tanto tiempo para preparar el parcial, nadie se ha salido del molde. El censo de videntes de botellas medio llenas, medio vacías, rebosantes o con telarañas fue exactamente el previsto. De sobra sabemos hace mucho quiénes quieren que se pite el final del partido y quiénes pedirán insistentemente rentables prórrogas.

Algo tié que haber

El único interés medianamente noticioso de la ceremonia replicante estaba en Moncloa. Se cuidó mucho de dejarse ver esta vez Rodríguez Zapatero. Mandó (es un decir) a su ministro plenipotenciario, Pérez Rubalcaba, que compareció con un jarro de agua calculadamente helada. “No es una mala noticia, pero no es la noticia”, soltó de entrada, antes de dejar llover todo el manido repertorio sobre la fortaleza del Estado de Derecho y su inquebrantable voluntad de no dejarse doblegar.

Nadie se desanime por esa puesta en escena. Los procesos se escriben con renglones torcidos y, en este caso, sobre los escarmentados jirones del anterior. Aquel encalló, entre otras cosas, porque el Gobierno español echó a volar las palomas de la paz demasiado pronto y, claro, fueron presa facilísima para las gaviotas que estaban al acecho. Por detrás del Pérez Rubalcaba negacionista yo percibí ayer la sombra de José Mota repitiendo con vehemencia que en esta ocasión “algo tié que haber”. Ojalá.

Proletarios de altos vuelos

Estas líneas comienzan donde terminaron las de mi última columna, excesivamente descarnada e inusualmente biliosa, según me han hecho ver muchos amables lectores. Agradezco las cariñosas reconvenciones y, por supuesto, estimo las opiniones discrepantes, pero un puente y decenas de lecturas después, mantengo de la cruz a la raya lo que escribí sobre los controladores aéreos. Ni una sola palabra de las toneladas que han vertido en su torrencial campaña autojustificativa me ha convencido. Y conste que no les tengo en cuenta expresiones pérez-revertianas como “no somos vuestros putos esclavos” o “nos exigís currar todos los putos días para tener vuestras putas vacaciones”, ni la burda patraña de que a algunos les habían puesto una pistola en la cabeza, luego desmentida entre balbuceos por sus portavoces oficiales y oficiosos.

Algo de propaganda sé, y no trago con esos potitos simplones. Tampoco, por supuesto, con los que nos ha ido suministrando el Gobierno español, disfrutando cual cochino en fangal de su papel de salvador de la ciudadanía. ¿Que me debía haber revuelto puño en alto contra la declaración de Estado de Alarma y el espolvoreo de tipos con uniforme en las torres de control aeroportuarias? ¡Venga ya! Vivo en un país en permanente y no promulgada excepcionalidad. Concejales de pueblos minúsculos con doble escolta, periódicos cerrados por autos judiciales de fantasía, golpes de madrugada en la puerta que no son del lechero, y hasta una ley que señala a quién se puede votar y a quién no. ¿Se me va a inflamar la vena democrática por un do de pecho autoritario para la galería? Nones.

De huelgas y razones

Ya estoy acostumbrado a no tener bando, y en esta chanfaina opté también por quedarme fuera de la marmita. No calculaba que acordarme de la calavera de un puñado de hidalgos agrupados en una cofradía corporativista que montan un pifostio monumental para mantener sus privilegios me alineaba con el Brigadier Blanco o el Mariscal Pérez Rubalcaba. Menos aún había previsto que en cierto imaginario neo-rojizo de postal unos señoritos que no distinguirían una reivindicación laboral de una onza de chocolate fueran designados como la moderna vanguardia del proletariado que pone en jaque al capital y, de propina, al Estado opresor.

Con ojos como platos tuve que leer panfletadas de parvulario como la que sostiene que “en toda huelga la razón la llevan siempre los huelguistas”. Ya, como en la de camioneros que acabó con el gobierno de Allende en Chile. En ese punto decidí dejar de discutir.