Tris, tras, tres

Primer encuentro a tres desde el 20 de diciembre, que ya ha llovido un rato. Dos horas y media de reloj, con 18 individuos alrededor de una mesa ovalada. ¿Media docena por cada una de las formaciones? Parece lo lógico, pero por alguna razón que les dejo interpretar, había 7 de Podemos —incluyendo al mandarín principal—, 6 del PSOE y 5 de Ciudadanos, con un gachó que causó baja de último minuto. Sánchez y Rivera se reservaron para mejor ocasión.

Muy cuquis en las fotos, pero, ¿el resultado? Nada entre dos platos. Y eso es precio de amigo, porque la cosa anda más cerca de la tomadura de tupé a la ciudadanía que de otra cosa. El trato a los periodistas que cubrieron el evento sirve como prueba, bien es cierto que allá cada uno, si se deja. Después de tener a la canalla tirada a esas horas —vendrán luego con la milonga de la conciliación y la racionalización—, Iglesias, el de la transparencia, el de la luz y taquígrafos, el que quería transmitir las negociaciones enteras, dijo que no le petaba soltar prenda. Mañana, por hoy, sería otro día.

Sí salió un mengano de Ciudadanos, de nombre José Manuel Villegas, a contar que se había quedado buena tarde, que qué bonitos los apliques de la sala donde se habían juntado y que, ya si eso, otro día hablamos. Salvo por la afectación y la solemnidad de chicha y nabo que gasta el teórico número ¿dos? de Ferraz, el discurso de Antonio Hernando derrotó por parecidas bagatelas. Cantaba a leguas que lo que nos están contando estos manifiestamente mejorables actores es que todos están en campaña para las elecciones de restreno que nos aguardan a la vuelta de la esquina.

Suspense recuperado

Habrá que felicitar al equipo de guionistas. En las buenas teleseries, el capítulo final de cada temporada debe cerrar algunas de las tramas que han entretenido a la audiencia en las semanas previas y, en el mismo viaje, abrir las que se desarrollarán en la próxima remesa de episodios. El anuncio del adelanto electoral en el último día hábil del mes de julio, cuando parecía que el culebrón había entrado en un bucle duermeovejas, ha sido un acierto argumental para resucitar un cierto suspense. Convocarlas para el 20-N, que no es una fecha cualquiera, sólo puede calificarse como golpe de genialidad. Casi compensa el truñazo que nos han estado sirviendo hasta ahora.

Los espectadores, sobre todo los que por oficio, por inclinación, o por una mezcla de lo uno y lo otro, estamos muy enganchados al serial, hemos recuperado el interés y tratamos de hacernos una idea de por dónde avanzarán los hilos. Salvando las distancias, viene a ser como cuando George Clooney se fue de Urgencias o cuando murió Chanquete en Verano azul. Zapatero, que era el protagonista principal, pasa a tercer plano y el peso de la acción recae en Rajoy y Pérez Rubalcaba. Ambos eran mucho más que secundarios en la anterior etapa, pero en esta son directamente los encargados de que el share no decaiga… por lo menos, hasta el momento de contar las papeletas.

Aunque haya sido accidental, la elección de ambos personajes ha sido otro hallazgo afortunado porque hace que el desenlace previsible -victoria del PP por goleada- se tiña, siquiera levemente, de incertidumbre. Con el Rasputín de Solares como ariete, ya no se descarta una derrota medianamente honrosa del PSOE. Incluso hay quien recuerda la remontada épica del 93, cuando el ya desahuciado Felipe hizo esperar otros cuatro años más a Aznar.

Hay que estar, por tanto, atentos a la pantalla. Por aquí arriba nos jugamos también muchas cosas en los próximos cuatro meses.

Tocata y fuga de ZP

Humanamente comprensible: Zapatero entrega la cuchara con un año de adelanto porque a nadie le apetece ir por su propio pie a recibir una tunda de escándalo. La que le esperaba al leonés en las elecciones de 2012 habría hecho época. Ya es humillante que te coma la merienda un tipo como Rajoy, avalado por dos derrotas escasamente honrosas -la primera, directamente de dimisión al amanecer- y sin otros méritos presentables que saber hacer la estatua y capear temporales con el gesto inmutable. Que lo haga por goleada y sin bajarse del autobús, como está telegrafiado, es para pasar el resto de la vida en una cabaña en la punta del Kilimanjaro.

Mejor que ese marrón le empape a otro. A él, que le quiten lo bailado. Ni en sus sueños más tórridos de parlamentario de medio pelo pudo imaginar que iba a estar once años sobre el machito del PSOE y nada menos que ocho (si es cierto que agota la legislatura) como presidente del Gobierno español; no necesariamente el peor, por cierto. Para haber llegado de chamba, no es mal balance. Si el tembleque de piernas no le hubiera hecho cambiar dos carriles a la derecha y acariciar el catecismo rancio de la secta que ve rojos y separatistas por todas partes, tal vez hasta habría tenido un lugar destacado en la Historia. Claro que de haber sido así, ahora no estaría arrojando la toalla con un proceso de paz en el microondas y los brotes verdes de la economía esperando nacer.

No cambia nada

Eso se va a quedar así. Ojalá saberse amortizado y libre de mendigarse la reelección le sirviera para entonar el “de perdidos, al río” y dedicara los doce meses que le quedan a hacer butifarras a los supertacañones europeos que le marcan las líneas de puntos por las que recortar derechos. Ojalá también que la conciencia de no tener que rendir cuentas ante las urnas le hiciera mandar a hacer gárgaras a todo el búnker que se opone a la normalización de la vida política vasca. Hubo un tiempo no muy lejano en que parecía que eso era lo que le pedía el cuerpo, pero parece que la oportunidad pasó.

Aunque haya alegrado el fin de semana mediático, el anuncio de su tocata y fuga no cambiará nada sustancial. Como interino, seguirá siendo la misma veleta que ha sido en su última época como titular. Lo único novedoso es que al PP se le redoblará el ansia por cobrar la herencia y reclamará el adelanto electoral cada cinco minutos. Mientras, los socialistas entretendrán al respetable con una batalla en el barro para decidir quién se pegará la gran bofetada que no ha querido recibir Zapatero.