Primer balance tras la constitución de las nuevas cortes españolas: el PP ha recuperado la presidencia del Congreso. O quizá más llana y explícitamente, el PSOE la ha perdido. Ahí hay materia para una docena de conclusiones, y ninguna buena para las autoproclamadas fuerzas progresistas, de lo que ha cambiado desde las elecciones del 20 de diciembre a su repetición el 26 de junio.
Todavía no se puede decir que lo de ayer vaya a ser el menú degustación de lo que acabará ocurriendo con la investidura. Las sumas necesarias para uno y otro asunto son distintas y, por lo demás, la tozudez suicida de las posturas exhibidas hasta ahora empieza a oler a callejón sin salida, o sea, a tercera convocatoria. En todo caso, aplicando la lupa allá donde, por suerte para los partidos, no mira el común de los votantes, sí tenemos el trailer del culebrón que nos van a largar hasta que haya presidente o se disuelvan las cortes.
¿Más de lo mismo? Les diría que aun peor. Los cada vez menos novísimos han empezado a cumplir el mandato de Pablo Iglesias de “convertirse en un partido normal” —cita literal, no me escupan a mi, believers de la cosa— a marchas forzadas. Como prueba primera, el birlibirloque de presentar un candidato y anunciar dos minutos antes del pleno que en segunda votación estarían dispuestos a retirarlo y a apoyar a Patxi López. Juego de triles que se suma a su grandiosa acusación a Convergencia, ERC, PNV (y supongo que a EH Bildu) de haber propiciado con su abstención la elección de Ana Pastor. Miren por dónde, estarían reconociendo que al rechazar a Pedro Sánchez en su día votaron a favor de Rajoy.