Los huesos del manco

Y llegaron los días —el martes y ayer, de momento— en que se habló más de Miguel de Cervantes Saavedra que de Albert Rivera Díaz y casi tanto como de Pablo Iglesias Turrión. El plumilla veterano, papel que podría interpretar yo mismo, se rasca la cocorota con perplejidad ante el tremebundo espectáculo de necrofilia que se despliega por tierra, mar y aire. No hay portada digital o de celulosa ni programa de televisión serio, de varietés o cuarto y mitad (que ahora son la mayoría) que no se haya engolfado en la exhibición de los residuos, más que restos, del autor de Don Quijote. ¿Los reales? Miren, esa es otra: depende del entusiasmo y/o la afección con el régimen gaviotil, cada medio ha titulado que son las genuinas sobras del genial manco, que podrían serlo, que vaya usted a saber o que huele a que no.

Arriesgándome a pasar por el inmenso patán que seguramente soy, y desde el respeto más absoluto e incluso enorme admiración por Paco Etxeberria y el equipo científico que participa en la investigación, me pregunto por lo que supondría certificar que entre ese puñado de escurribañas se cuenten algunas que pertenezcan al escritor alcalaíno. Se me escapa lo que hay detrás de este fetichismo morboso o directamente macabro. Sí, me consta que se puede justificar como filigrana intelectual o, de modo más pedestre, acudiendo al dicho que sostiene que el saber no ocupa lugar. Pero, dado que en este caso, para saber hay que gastarse un pico público, me parecería más útil y justo destinar esos recursos a localizar, desenterrar e identificar los miles de huesos más recientes que esconden cunetas y barrancas.

Ébola y bananas

A lo peor, el bananerismo de las (supuestas) autoridades sanitarias españolas al abrir de par en par las puertas de Europa al ébola tiene su correlato a pie de calle. No sé, es una hipótesis. Miren a su alrededor a ver si la corroboran. Fíjense, por ejemplo, en las 300.000 firmas que a la hora de escribir estas líneas llevaba cosechadas la ya inútil petición para salvar al perro de la auxiliar de enfermería contagiada. A riesgo de parecer insensible, les puedo asegurar que hay causas con implicación de vidas humanas que no recaban ni una cuarta parte de tal apoyo. Ni eso, ni provocan semejante reyerta dialéctica, con la formación instantánea de dos banderías que lanzan espumarajos bajo el sustento de la ignorancia más supina por ambas partes. Claro que el panorama resulta aun más desolador cuando ves que también entran en la refriega, a favor de unos u otros, individuos con el carné de científico en regla. Y como remate del sainete, el marido de la mujer infectada, desde su propio aislamiento, dando la impresión —seguramente, sin pretenderlo— de que le preocupaba más la suerte que pudiera correr su mascota que lo que el destino le depare a su pareja.

Huelgo hablarles del cuñadismo instalado en las tertulias y columnas, incluyendo, quizá, esta misma. Los expertos en sistemas de frenado del AVE de cuando el accidente del Alvia son hoy avezados virólogos. Entre medio se cuelan otras voces autorizadas, como primos segundos de vecinos de la enferma que claman estar en un sinvivir o, claro, los que han descubierto que esto no es un accidente sino, toma ya, una operación de exterminio premeditada.

I más D igual a…

Tremendísimo drama, mazazo a la línea de flotación del progreso, brutal acometida al bienestar de las generaciones futuras y me llevo una: según el Eustat, la inversión de la CAV en I+D (sin pecado concebida) descendió un 0,3% el año pasado. ¿Cómo? ¡Pero eso es imposible! ¡Si hace dos semanas sacaron bajo palio a Patxi López en el programa más chachi y más piruli de la tele como apóstol único e indivisible de la financiación de cerebros! Como ya chamullé en esta misma columna, miles y miles de especta-tuiteros lanzaban jubilosos “¡vivas!” de 140 caracteres al enterarse de que al norte de la tierra del “¡Que inventen ellos!” había una Arcadia donde los hombres y mujeres consagrados al saber reciben trato de estrellas del balompié y no tienen más que pedir por esa boquita para que les pongan un laboratorio complemente equipado con vistas al inspirador Cantábrico. Qué menos, por otra parte, en un paraíso gobernado por el cráneo privilegiado que descubrió que el principio de Arquímedes no era uno sino varios.

La faena es que hayan llegado los datos a pinchar el globo. Pero no me contaré entre los que la cojan llorona ante la disminución de la pasta destinada a lo que para mi no es más que una suma de letras que luce más de lo que alumbra. Me resulta muy llamativo que gente que se dice de ciencia y de razón pronuncie la ecuación (a veces añadiendo otra i al final) como si fuera un conjuro o un mantra que acarree la buena fortuna. Del mismo modo que no comparto la letanía que sostiene que un país que lee mucho es un país avanzado porque la tal lectura masiva puede ser el Marca o el Hola, tampoco comulgo con la idea de que cada euro asignado a la investigación nos será devuelto multiplicado en prosperidad. Dependerá, digo yo, de qué y cómo se investigue.

Pero no me hagan caso. Ya sé que en esto soy minoría absoluta y herética. De hecho, tras el punto final, me aguarda una merecida hoguera.