Larrion y el factor humano

No puedo negar que me apena enormemente la situación por la que está pasando la ya ex portavoz de EH Bildu en el ayuntamiento de Gasteiz, Miren Larrion. Por demás, me resulta imposible imaginar qué circunstancia privada tan apremiante le pudo llevar a suplantar la identidad de una compañera de partido para abrir una cuenta bancaria. Sí alcanzo a hacerme cargo de la angustia que le impulsó a dar semejante paso en falso que ha resultado irreversible para su carrera política y me temo que también a la profesional y, desde luego, a la personal. Una vez más se ha impuesto el factor humano, —tan básico, tan primario, tan pedestre— a cualquier otra consideración. Aquí se van al guano los argumentarios partidistas y las defensas dialécticas de lo indefendible.

Me consta que habrá lectores que ahora mismo piensen que soy comprensivo con una actitud intolerable. Nada más lejos. Solo anoto que, independientemente de lo que determine la investigación judicial en curso —que puede ser algo muy grave—, Larrion lleva literalmente la penitencia en el pecado. O definitivamente desconozco su personalidad, o nadie será más dura que ella misma al juzgarse y al comprobar todo lo que ha echado por la borda con su comportamiento a la desesperada. Quizá ahora piense en otros casos en los que pudo haber sido menos hiriente.

Diario del covid-19 (39)

Por primera vez en no recuerdo cuánto tiempo, el reloj que mide mi actividad física me dice que he alcanzado el objetivo diario. Me ha sentado bien el permiso para estirar las piernas y ensanchar los pulmones, esto último, con bastante prevención, no vayamos a joderla. Además, por lo menos en mi zona y en la franja matinal, el tiempo ha acompañado y de tanto en tanto, salvo por las mascarillas y los guantes de látex, las imágenes se correspondían con las de cualquier sábado de primavera anterior a la llegada del maldito bicho a nuestras vidas.

¿Y qué tal nos hemos portado? Confieso que a la hora en que tecleo, me he cuidado mucho de mirar lo que se contaba por ahí. Empieza uno a estar harto del extremismo pendular que divide el mundo entre incumplidores contumaces y seres angelicales que ejercen legítimamente su derecho a contagiar a los prójimos. Qué decir de los denunciadores compulsivos de los primeros y de los defensores a machamartillo de los segundos. Todo, como si esto no fuera bastante más simple: va de actitudes individuales mondas y lirondas, censurables unas, loables otras, pero siempre de una en una. Por eso me limito a dar testimonio de lo que vi con mis propios ojos, que fue un comportamiento modélico de casi todas las personas con las que compartí el pequeño bocado de libertad.