La memez del contagio

Ilustrativa coincidencia, los líderes de las tres fuerzas —en un par de casos, fuercitas— de la oposición en Navarra farfullando melonadas varias sobre no sé qué posibilidad de contagio del virus catalán en el condominio foral. Por los labios coordinados de Esparza, Beltrán y Chivite hablaban las indisimuladas ganas de mambo o, sin más, el lúbrico deseo de que se revuelvan las aguas para echar la caña. Quien dice revolver las aguas, dice agitar el asustaviejas de costumbre, único programa conocido de quienes carecen de cualquier cosa levemente similar a una propuesta concreta.

Y en la demarcación autonómica, cuarto y mitad del mismo almíbar barato, dispensado a granel por el todavía inconsolable exministro enviado a misiones a su tierra de nacimiento. Es difícil escoger entre el descojono o el cabreo ante la visión del de la triple A onomástica (Alfonso Alonso Aranegui) mentando la bicha ante su media docena de fieles en no sé qué sarao montado para salir 30 segundos en la tele. “Tenemos los mismos ingredientes que en Catalunya; solo hace falta que se unan”, fingió rasgarse las vestiduras, como si no supiera de sobra que aquí la vaina va de otra cosa. Ahí está la última encuesta de Gizaker para EITB, clavando lo que cualquiera con dos ojos, incluido el propio presidente del PP vasco, ve a su alrededor: empatía con el procés, toda; ganas de meterse en un fregado similar, ninguna.

Cuánta razón vuelve a tener la defenestrada predecesora de Alonso. Sin ETA, el partido se quedó desnudo. Desnudo de discurso, y como se ha ido comprobando de elección en elección, también de votos. Nueve escaños, y bajando.

De inepta local a mundial

Tarde, muy tarde, debe de estar pensando Ana Mato que tenía que haberse marchado cuando su ceguera voluntaria le impidió ver el Jaguar de su exmarido gurteloso o cuando se supo que una empresa de cazo le compraba el confetti por toneladas. En menos de lo que se gira una puerta, le habrían encontrado una canonjía bien remunerada donde echar a pastar su inconmensurable ineptitud. Con el tiempo y gracias a la humana capacidad de olvido, podría haber vuelto a asomar la cabeza aquí o allá. Quizá no la llamaran para el comité de los Nobel, pero sí para la inauguración de un dispensario en un pueblo del interior de Segovia, que ya sería poner al límite sus (nulos) talentos. O por qué no, para una portada en el Hola, abrazando a su prole ataviada con los uniformes de los colegios más pijos de Madrid y proclamando la serenidad de espíritu alcanzada lejos de la política.

Pero no se fue. Se lo impidió su talibanismo militante y el sado duro que impone Rajoy a sus guiñoles, que no pueden abandonar el teatrillo hasta estar completamente achicharrados o, como Gallardón, recibir la patada final de su propia bota. Fatal decisión que solo ha servido para pasar del campeonato local de la torpeza a la liga mundial de la incompetencia. Hoy el planeta entero sabe —y así lo recogerá también la Historia— que el Ébola se ha contagiado por primera vez fuera de África gracias, en muy buena medida, a la descomunal negligencia de las autoridades (es un decir) sanitarias españolas. Ni dos semanas hacía que la individua en cuestión había proclamado a los cuatro vientos que tal eventualidad era absolutamente imposible.

En sus manos

Qué tiempos aquellos en los que, por lo menos, el despotismo era ilustrado. Ahora, ni eso. Los que manejan nuestra barca son una panda de bodoques en los que es imposible distinguir si la ignorancia es más dañina que su maldad o viceversa. Seguramente ambas se complementan y se retroalimentan en una dupla mortal de necesidad. Lo tremendo es que se van superando en lo uno y en lo otro, como acaba de quedar certificado con el inmenso cagarro teórico-práctico evacuado para parchear el pufo chipriota.

Oiga, joven, un respeto, que está usted hablando de personas que le sacan dos y tres ceros en la nómina, por no mencionar los doctorados, másteres y postgrados… Precisamente por ahí va el drama. Cuando el sábado pasado nos desayunamos con el sapo del corralito que habían parido la madrugada anterior todos estos tipos con tantos títulos, hasta los que tienen el Marca como única lectura fueron capaces de imaginarse las consecuencias. Sin necesidad de recurrir a Krugman ni a Stiglitz, cualquiera con medio dedo de frente se olió el pan hecho con unas hostias. Para tapar un agujero de 10.000 cochinos millones de euros —calderilla en relación a las cantidades que se manejan habitualmente—, se corría el riesgo de palmar cincuenta veces más en el resto de la malhadada unión monetaria. Un padrastro en el dedo meñique del pie europeo amenazaba, joder con el efecto-contagio, con acelerar aun más el cáncer galopante de los órganos que acumulan años de castigo, léase España, Italia, Irlanda, Portugal, Grecia y quién sabe cuántos más.

Ni se les pasó por la cabeza a los genios de la lámpara que asistir al robo a los ciudadanos de Chipre podría provocar en el resto de estados una estampida para sacar de los bancos los últimos cuartos y ponerlos a buen recaudo bajo el colchón. 48 horas y varios destrozos irreparables después, la rectificación. Y si tampoco funciona, pues ya se verá. En estas manos estamos.