Christine Lagarde, flamante baranda del Fondo Monetario Internacional, ese oscuro club de sabios -mayormente, listillos- que no jipiaron la crisis cuando la tenían enfrente de las narices, se embolsará 380.000 euros al año. Cantidad neta, ojo, que en la élite de los galácticos de las finanzas, el fútbol, el cine o la música no parece manejarse el concepto “bruto”, que hace que el común de los mortales descubramos cada año que en realidad cobramos menos de la mitad de lo que dicen los papeles. Nótese, para mayor ensanchamiento del escándalo, que la susodicha no gastará de su bolsillo un puñetero clavel. Cada café que se tome, cada lujosa suite de hotel en la que se aloje, cada Mercedes que la traslade de sarao en sarao le saldrán gratis total.
Y el dato definitivo que invita a llorar dos océanos: la mareante cifra será revisada anualmente… ¡en función del IPC! No hay pelendengues, claro, a basar la subida en la dichosa productividad que en su propia doctrina es mano de santo para los currelas de a pie. En resumen, que se la refanfinflará si Grecia se va definitivamente al guano y, detrás, Portugal, Irlanda, España o quien sea. Su millonada y su correspondiente incremento anual están a salvo de esas pequeñeces. ¿Es ser muy mal pensado sospechar que no se va a dejar la piel en algo que, a fin de cuentas, no le va a afectar personalmente en absoluto?
Con todo, sentirá la necesidad de justificar el pastizal o, más probablemente, de trabajarse un futuro en el Eliseo para cuando lo deje Sarkozy, y cada equis la veremos ofreciendo sus recetas infalibles para salir del agujero. No hay que tener tres másters para adivinar en qué consistirán: guadaña y más guadaña. Con un par nos dirá -y los respectivos gobiernos actuarán en consecuencia- que en la situación actual los estados no se pueden permitir ciertos lujos. Ella, sin embargo, se los podrá permitir todos. 380.000 euros dan para mucho.