Aquí estamos, otra vez con cara de pasmo viendo cómo la curva se da la vuelta de nuevo y emprende la subida que no esperábamos. O que no queríamos esperar. ¿Cómo ha sido posible? Vistos los peledengues al bicho con cuernos, toro. Vamos, que no hace falta tener un máster en epidemiología para intuir que todo viene, una vez más, de haber querido correr más de la cuenta, del exceso de confianza y, en fin, de la condición humana, que tiende al autoengaño. Creo que nadie lo ha explicado mejor que el exconsejero de Salud de Navarra Fernando Domínguez. Decía el doctor en un tuit memorable que se han cancelado las fiestas patronales, pero que el gobierno foral permite comidas populares de hasta 150 personas, prolonga el horario de cierre de las discotecas hasta la cuatro de la madrugada y deja que se celebren encierros y suelta de vaquillas. ¿Quién se va a creer que no son fiestas? Ah, no claro, que dicen los doctores Tragacanto citando estudios de conveniencia que el peligro no está en las farras, sino en el laburo. Supongo que por eso se ha dado el brutal reventón de positivos de Hernani, cuyo alcalde reclama ahora un cribado masivo.
Por lo demás, poniendo la lupa a los datos (y esto también desmiente a los listillos), resulta que mientras los del babyboom a los que el ministro Escrivá nos va a crucificar ofrecemos cifras razonables, los menores de cuarenta y no digamos los de veinte muestran incidencias de escándalo. Esto nos confirma la importancia de las vacunas y nos revela el colectivo sobre el que hay que centrar los esfuerzos de contención. Ahora, si el ejemplo es Mallorca, apaga y vámonos.