Amor y sensatez

Nuestras queridas autoridades —da igual cuáles— siempre se van a equivocar. Si flexibilizan las restricciones, mal. Si las refuerzan, mal. Si las dejan como están, mal. En cada uno de los supuestos se escucharán las agrias quejas de los descontentos por esto, por aquello o por lo otro. Y lo divertido a la par que revelador es que no pocas veces las protestas vendrán de los mismos eternos disconformes.

Anoto, para que no me digan que me escapo, que de tener voz y voto en los órganos decisorios, en este momento yo optaría por la máxima prudencia. Comprendo la necesidad de hacer malabarismos con mil bolas políticas, económicas y sanitarias, pero se me ponen las rodillas temblonas al pensar que podemos estar comprando a plazos la tercera ola. Claro que también es verdad, y es lo que venía a contarles, que a estas alturas de la pandemia yo no necesito que venga ningún gobierno a decirme lo que tengo que hacer. Vamos, que independientemente de lo que esté permitido o no esté expresamente prohibido, sé qué tipo de actitudes y comportamientos debo evitar. Y me conforta no ser el único. Me consta, sin ir más lejos, que en más de una familia se ha decidido sin esperar al boletín oficial que este año tocan cenas y comidas en casa y solo con los convivientes. No se me ocurre mejor prueba de amor y sensatez.

Diario del Covid-19 (1)

Empiezo estas anotaciones a vuela pluma con la intención de dejar constancia para el futuro de los días excepcionales que nos ha tocado vivir. Termine como termine esta pesadilla, que ojalá sea bien, merecerá la pena no perder la memoria de los datos, los sentimientos, las sensaciones, la respiración contenida, las escasas certidumbres y las toneladas de dudas entre las que tratamos de llevar una existencia normal.

Qué nostalgia de aquellos tiempos, apenas anteayer, en que nos hacíamos lenguas del pin parental, el episodio nocturno de Ábalos en Barajas o el fulminante Alonsicidio. Aunque ya por entonces el bicho hacía estragos en China y se presentaba en sociedad en otros lugares de globo, poco sospechábamos —o quizá no queríamos hacerlo— que lo tendríamos no en la puerta de casa, sino dentro, muy dentro: en el instante de teclear estas líneas, 197 contagios en la demarcación autonómica y 22 en la foral, sumando seis muertos.

Más allá de las cifras, todavía infinitamente menores que las de la gripe común, las medidas que no hubiéramos sido capaces de soñar. Clases suspendidas en Gasteiz y Labastida, las fuerzas del orden tratando de garantizar el confinamiento de algunos infectados especialmente hostiles, partidos de fútbol a puerta cerrada, eventos cancelados en cascada, toma casi al asalto de supermercados, o unas autoridades sudando la gota gorda para evitar el reventón social. Y cómo no, con brotes de otro virus paralelo e igualmente letal, el del politiqueo chichipocero a cargo de estadistas de regional que dicen saber lo que hay que hacer porque no es a ellos a quienes les toca tomar las decisiones.