Pues otra más

Las huelgas generales en mi país son previsibles de cabo a rabo, y la de ayer no ha resultado excepcional. Aseguran los convocantes que fue un éxito apoteósico. Al otro lado, gobierno, patronal y esta vez también las muchas organizaciones incluso de izquierdas que no se han sumado pregonan que ha sido un fiasco del quince. La cuestión es que es inútil tratar de explicarles a estos y a aquellos que ni tanto ni tan calvo. Como en tantas cosas por estos y otros lares, el asunto va de construirse la realidad al gusto y/o de acuerdo a los intereses.

Empezando por mi, no tengo empacho en confesar que probablemente mi sensación de que la movilización se quedó en gatillazo tiene que ver con mis juicios previos, o sea, con mis prejuicios, siguiendo la etimología de la palabra. Por lo demás, la cosa creo que fue literalmente por barrios. En mi pueblo, Santurtzi, sin ir más lejos, Kabiezes y el centro lucieron prácticamente como cualquier otro día, mientras que en Mamariga predominaban las persianas bajadas. Puro retrato sociológico, supongo.

En cuanto al temor que anoté aquí el otro día sobre el derecho a parar y el derecho a no parar, me temo que hay pocas dudas. No entenderé jamás que si estás convencido de que tu causa es justa, tengas que coaccionar a los demás para que se sumen en lugar de esperar que se apunten voluntariamente. Paradojas, digo yo, como lo es también la encendida proclama a favor de la huelga no ya del tipo de bolsillo desahogado que les conté en la columna anterior, sino de un millonario con todas las de la ley que aprovechó para colarnos como heroico seguimiento del planto el día de descanso de su club.

32.000

Sí, 32.000 personas en la manifestación de apoyo al Procés catalán que discurrió el sábado pasado por algunas calles de Bilbao. Ojo, que es precio de amigo. Se trata de la cifra más alta de las aportadas por los diferentes medios. En realidad, la única concreta que se podía encontrar entre las informaciones sobre la marcha, en las que, en general, se optaba por el comodín “miles”.

¿Es mucho o es poco para una movilización respaldada expresamente, además de por un sinfín de organizaciones, por los dos partidos políticos más votados y los dos sindicatos ampliamente mayoritarios? Comprendo lo incómodo de la pregunta. O lo poco procedente, como no dejan de recriminarme los que sostienen que las verdades son una jodienda que hay que ignorar o, incluso, ocultar. Supongo que, como tantas veces, lo mejor es calzarse las anteojeras hasta el ombligo y compartir esa extraña felicidad que consiste en creer que las cosas son tal y como nos las imaginamos.

Me conocen lo suficiente para saber que, a estas alturas, ya no me va a dar por el autoengaño. Me consta que a buena parte de ustedes —a los que llegan a estas líneas con el trabuco cargado de casa los doy por perdidos— tampoco. Por eso les vuelvo a preguntar si 32.000 personas, incluso en un sábado de septiembre lluvioso, son muchas o pocas, cuando se supone que la convocatoria atendía a lo que siempre vamos contando que es uno de los anhelos principales de la sociedad vasca. ¡En pleno delirio rajoyano por requisar cartelería, registrar imprentas y medios de comunicación o amenazar con desbordar las cárceles! Sinceramente, no parecen demasiadas.

Politiqueo bastardo

Los pesimistas irredentos tenemos una máxima que se basa, no tanto en nuestra condición de cenizos, como en la tozuda constatación de los hechos: ninguna buena acción queda sin castigo. La penúltima víctima de la maldición a nuestro alrededor es el recién nombrado consejero de Empleo y Políticas sociales del Gobierno vasco, Ángel Toña. Manda muchísimas pelotas que, además de ver su intachable trayectoria de muchísimos años arrastrada por el barro, haya tenido que poner su cargo sin estrenar a disposición de la Comisión del Código ético… ¡justamente por haber actuado conforme a la ética defendiendo a los más débiles frente a la infame Ley Concursal, que es el complemento y martillo pilón de la Reforma laboral!

Bonito retrato de los que han ejercido de acusicas esgrimiendo un supuesto incumplimiento de la legalidad (española de pura cepa, por cierto) como causa para destituir a Toña. Que Borja Sémper, compañero de mil y un imputados que no se bajan del cargo ni por error, nos suelte una charla sobre la ejemplaridad es un puñetero chiste malo. Pero es mucho peor que EH Bildu, una formación que reclama la insumisión a las leyes injustas y se dice aliada de los currelas, saque el zurriago contra un tipo que actuó en conciencia para evitar a los trabajadores los daños de una norma arbitraria.

Queda como consuelo que allá donde el politiqueo se ha demostrado cutre y bastardo, hayan venido los cuatro grandes sindicatos en una unidad muy poco frecuente a respaldar sin fisuras y con un lenguaje rotundo la conducta de Ángel Toña en el caso por el que se le ha querido enmerdar. Ese gesto sí es honrado.