¡Mecachis! ¡Tenía que venir Grande-Marlaska con el alfiler a pinchar el globo! Y miren que había empezado bien el ministro de estreno, contando que su gran proyecto es quitar las cuchillas a las vallas de Ceuta y Melilla. Pero luego añadió que no todos los pasajeros del Aquarius podrían ser considerados refugiados. De hecho, explicó que recibirían el mismo trato que los inmigrantes que llegan en patera, saltando las mentadas vallas, escondidos en los bajos de un camión o por cualquier otro medio. Tal circunstancia implica la posibilidad de internamiento en esos CIE que se pintan como tremendas mazmorras. Y no piensen que fue una ocurrencia del hasta anteayer superjuez con miopía hacia las torturas. La flamante vicepresidenta, Carmen Calvo, lo confirmó palabra por palabra. Cuando arriben a puerto los tres barcos, se cursará una solicitud por cada ocupante y ocurrirá lo que tenga que ocurrir. Como en una macabra lotería, a unos les tocará el ansiado estatuto y a otros, la orden de expulsión.
La puñetera realidad —o sea, la legalidad vigente— se impone a la música de violines. Con esa querencia tan extendida por los telefilmes de sobremesa, muchos se habían tragado a pies juntillas la bonita historia de solidaridad infinita que se había contado. Parecía casi como si con la acogida de 629 personas quedara solucionada la endiablada cuestión de la inmigración. Están muy bien la ingenuidad y las ganas de tranquilizar la conciencia, pero en este caso no era difícil ver que el gurú que le aconsejó a Sánchez pasar por el gran Quijote del Mediterráneo es el mismo que le montó a Albiol la campaña “Limpiemos Badalona”.