¿Solo un chiste sin gracia?

Duró, como canta Sabina, lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks. Aun así, los que hacemos guardia en Twitter llegamos a cazarlo al vuelo y a compartir la brutal melonada del PP sin salir de nuestro asombro. Miren que las hemos visto de todos los colores y que cada segundo se bate un nuevo récord de pasada de frenada, pero ni por el forro sospechábamos que el (todavía) partido con mayor representación en el Congreso de los Diputados llegaría a semejante extremo de desparpajo. Por si fuera poco utilizar a un niño a cara descubierta para su hedionda propaganda, el mensaje final del vídeo de marras era que había que mandar a criar malvas a Pedro Sánchez. Tirando, por cierto, y aunque sea un dato menor, de un chiste que ya llevaba unas semanas en esos grupos de guasap con aroma a Farias y Sol y Sombra.

¿Da la cosa para llevarlo a la Fiscalía? Me dirán, con toda la razón, que gracietas más leves han tenido su recorrido judicioso, hasta con cárcel y/o exilio. Sin embargo, me toca recordar que si nos hemos rasgado las vestiduras ante esos atropellos, quizá convendría tirar de una única vara de medir. Francamente, yo no dejaría el asunto en manos de las togas. Basta, creo humildemente, con la descarga de cagüentales que ya hemos evacuado contra los emisores de la bochornosa pieza que, por lo demás, no es más que una reproducción a escala de la deriva del actual Partido Popular y de sus jóvenes turcos, que se han soltado sin pudor los correajes y van de autorretrato en autorretrato, a ver si ganan por la mano en ranciedad a la creciente tribu del vividor Abascal. Claro que esto es solo una opinión.

Pilatos en su yacuzzi

Qué gran verdad aventaron los apóstoles del cine de arte y ensayo Bud Spencer y Terence Hill: quien tiene un amigo tiene un tesoro. Y la cosa se pone en Potosí si son varios y están dispuestos a ir al señor fiscal —que tampoco es que sea un enemigo— a decirle que esté tranquilo, que fueron ellos los que prestaron la choja (billete a billete, al parecer) y que ya si eso, harán cuentas cuando toque, que no hay prisa. ¿Qué son, al fin y al cabo, cuatrocientos mil leureles para tipos de las cercanías de Bilbao que, como es sabido, incluyen la Bética y la Penibética? Digo yo, que soy bienpensado de cuna, que el probo titular del Ministerio Público pediría los papeles correspondientes y se aseguraría de que los generosos prestamistas han cotizado a sus respectivas haciendas (o lo harán) por los intereses devengados al tipo medio vigente, que la normativa fiscal no entiende de amistades en materia de créditos. ¿Me ha parecido oír una estentórea carcajada?

Para qué preguntaré. Todo en este novelón ha sido una risotada tras otra para que terminemos de comprender que, cuando tienes dónde agarrarte o a quién, lo legal se fuma un puro con lo moral y se atreve incluso a darle cuatro collejas. Y de propina, a montar el numerito victimista del linchamiento y el vía crucis. Como Camps, como Fabra el de las gafas oscuras que le permiten adivinar los números de la lotería, como tantos Houdinis que pasan del marrón al blanco impoluto en un santiamén judicioso… aunque no dejan de oler.

Allá cada cual con su cuajo. Ellos saben que sabemos y nosotros sabemos que saben que sabemos. Es triste que un galimatías como el que acabo de escribir sea lo único que nos quede como consuelo después de haber visto otra vez a Pilatos sumergirse en el yacuzzi. Pero hace ya mucho que la pocilga no da más de sí. Los que retozan en ella les recordarán mañana que hay que acabar con el fraude fiscal. De algunos, claro.

¿Fiscal o abogado?

Hola amiguitas y amiguitos con toga. Soy Coco, y en esta edición especial de Barrio Sésamo para fiscales superiores os voy a explicar lo que debéis decir ante un micrófono cuando los malvados periodistas os pregunten por cosas sobre las que tenéis el deber de guardar silencio. Es muy pero que muy fácil, repetid conmigo: “Mire, esa es una cuestión que ahora mismo está siendo investigada por el Ministerio Público que yo represento y, en consecuencia, tengo la obligación ética y legal de no pronunciarme hasta que no se emita el fallo oportuno”. Y si insisten, que los plumillas son muy cansos, os encogéis de hombros, ponéis una sonrisa de circunstancias y zanjáis la cuestión con un “No, de verdad que lo siento, pero no puedo añadir nada más, discúlpenme”. ¿Lo habéis pillado? Hala, pues a ponerlo en práctica.

Lástima que este episodio se lo perdiera en su día el locuaz titular de la fiscalía superior del País Vasco, Juan Calparsoro. Bueno, este y uno anterior en el que se detallaban las diferencias entre fiscal y abogado. No se entiende de otro modo que por segunda vez en quince días el responsable último de las diligencias para esclarecer las presuntas irregularidades cometidas por un dirigente socialista —y hermano político del que saben— haya salido con estrépito al rescate del investigado.

En la primera ocasión, recordemos, largó ante las alcachofas que “dado quién es él, quién es el cuñado y quién es el que denuncia, existe el temor de que tras la filtración haya podido haber una motivación electoral o política detrás”. Vamos, ni quito ni pongo, pero ayudo a mi señor. Lo de anteayer fue tres partidos judiciales más allá cuando sostuvo que el marrón Gil “no es grave porque el Código Penal establece como delitos graves los que tienen tipificadas penas superiores a cinco años de prisión y no es el caso”. Luego les extraña que no creamos en la Justicia. O que se infrinja la ley.