Festejando a Aznar

Mañana se cumplirán 25 años de la victoria electoral del PP de Aznar. Como conté ayer en otras líneas, la efeméride tiene nadando en almíbar nostálgico a los amanuenses del fondo a la derecha. Es comprensible, teniendo en cuenta que el partido que ahora se muda a escape de Génova 13 se arrastra en la ramplonería aumentada, para más inri, por la pesada herencia de mangoneos que clavan sus raíces en la época que ahora se festeja. Es la versión del tramposo y vengativo Bárcenas, sí, pero también la suma de varias sentencias judiciales. Se quedaran sin dedos de las dos manos para contar los dirigentes del milagro aznariano que han dado con sus huesos en la cárcel.

Junto a la morriña y la glosa exagerada de las hazañas de aquel par de legislaturas tan distintas entre sí, el aniversario nos ha devuelto a la primera plana al propio protagonista del desalojo de Felipe Equis González tras casi tres lustros en Moncloa. Aunque nunca se ha ido del todo, volver a ver y escuchar a Aznar ha resultado una experiencia digna de comentario. No sabe uno si quedarse con lo grotesco, lo chulesco o lo directamente despreciable de un personaje que se sigue creyendo un estadista del recopón cuando su legado es un reguero de mentiras gravísimas que costaron muchísimas vidas, puentes dinamitados y, por supuesto, corrupción.

Diario del covid-19 (49)

En medio de la pesadilla se nos ha ido Julio Anguita. Esta vez no ha sido el maldito bicho sino un corazón que ya no daba más de sí, después de casi ocho decenios de uso intenso. Es una inmensa pena porque aún le quedaban muchos años de esparcir dignidad con ese verbo tan preciso y ese tono de voz que penetraba por los poros de la piel más que por los tímpanos. Ni siquiera hacía falta estar de acuerdo con él para sentir que sus palabras brotaban de lo más íntimo de su ser, aunque no eran pronunciadas sin pasar antes por su cerebro.

Discrepé mil veces con él y estuve de acuerdo muchas más. Le escuché, en todo caso, siempre con atención. O con fascinación, incluso, como en aquella primera entrevista que le hice a bordo de un coche hace ahora 31 años, siendo yo un pipiolo sin desbravar. Me dijo entonces, y quedó anotado, que ni en el paredón mismo quería ser un profesional de la política. Sus hechos lo confirmaron: cuando tocó, se hizo a un lado y volvió a dar clases, que era su gran vocación. Años después, exactamente el 26 de abril de abril de 2003, volví a hablar con él desde Gernika, en plena conmemoración del 66 aniversario del bombardeo de la villa foral y solo 15 días tras la muerte de su hijo en la guerra de Irak. El dolor del padre no ocultó la lucidez del pensador. Descanse en paz.

Los canallas de las Azores

La Historia se escribe con mucho retraso. A veces, de décadas o incluso siglos. En esta ocasión han sido 13 años y unos meses lo que han tardado en poner negro sobre blanco algo que era un secreto a voces. Tal y como supimos desde mucho antes de que cayera la primera bomba, la guerra de Irak respondió al empeño criminal de un par de barandas planetarios —George W. Bush y Tony Blair— y sus respectivos comeingles periféricos. Si tienen en mente la infame foto de las Azores, estos últimos ya saben que son el exmaoísta recién contratado por Goldman Sachs, José Manuel Durao Barroso, y el peor presidente español de todos los tiempos, José María Aznar López.

¿Qué hacemos con este cuarteto de pendejos y los otros centenares de cómplices, ahora que el informe Chilcot ha confirmado que las únicas armas de destrucción masiva eran las del engaño y la propaganda orquestadas desde el eje del bien? Se dice, se cuenta y se rumorea que hay una Corte Penal Internacional que tiene la misión de juzgar y, si procede, condenar a los autores de crímenes de genocidio, de guerra, de agresión y de lesa humanidad. No es que uno sea muy versado en materia jurídica, pero se diría que el incalculable daño que provocaron intencionadamente estas sabandijas trajeadas cabe perfectamente en los cuatro supuestos. Pero eso es para malos oficiales del tercer mundo y territorios asimilados. En el caso que nos ocupa, tendremos que conformarnos con la mierda de pseudodisculpa de Blair, que un segundo después de jurar que lo siente, asegura que volvería a hacerlo. Claro que todavía es peor es el silencio del canalla que ustedes están pensando.

Como poco, canallas

(*) Escrito antes de que se supiera que la diputada del PP Andrea Fabra gritó «¡Que se jodan!» mientras Rajoy anunciaba el brutal recorte de las prestaciones a los parados.

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Comprobada la inutilidad de los argumentos racionales, y aunque sea una claudicación para quienes vamos por ahí apelando a la cordura, sólo quedan los que salen de las vísceras. Bien quisiera uno contar hasta mil, respirar profundamente, armar una sonrisa presentable y explicar por enésima vez por qué hasta el que reparte las cocacolas sabe que la brutal tarascada a nuestros derechos que anunció Rajoy el miércoles nos acerca más a la extrema unción que a la curación. Ahí está Grecia, ¡joder!, como ejemplo de lo que pasa cuando únicamente se practican sangrías y amputaciones. Pero ya digo que es en balde hacer acopio de asertividad e inventariar lo evidente. Por eso llego aquí con la bilis más allá del punto de ebullición a acordarme de toda la parentela presente, pasada y futura de los canallas que han perpetrado esta nueva infamia.

Sí, canallas, que aun es precio con descuento, no vaya a ganarme una querella por llamarles lo que de verdad tengo en la punta de la lengua. Y no ya por el qué sino por el cómo, que hay que estar hecho de la peor mugre para saludar con una ovación y rostros sonrientes el anuncio de lo que hasta el periódico más facha llama “el mayor ajuste de la democracia”. ¿Se puede saber de qué se descojonaban —no me lo invento, hay imágenes— Soraya pansinsal, Mister Burns-Montoro, el paquete De Guindos, ese peligro público que atiende por Gallardón o todos los demás chiripitifláuticos que apoyan su culo blindado en el banco azul? Ellos, claro, y los del gallinero de la mayoría absoluta, con Alfonso Alonso y Leopoldo Barreda en vanguardia de la carcajada en nuestra puñetera cara.

No contesten. Era una pregunta retórica. Además, ya tienen bibliografía presentada: con la misma algarabía festiva le hicieron la ola en 2003 a Aznar cuando metió a España en la guerra de Irak. Como entonces, los que van a sufrir ahora son otros. Y eso, faltaría más, hay que celebrarlo.