Trabajo de florero

Incómoda cuestión, la que suscita la modelo Sandra Martín en estas mismas páginas. “Lo discriminatorio es que te quiten el trabajo de azafata”, afirmaba en referencia a la supresión en algunas pruebas deportivas de las entregas de premios a cargo de mujeres. Aquí empieza el terreno para las precisiones. Cualquiera con dos ojos, memoria y la voluntad de no hacerse trampas en el solitario sabe que no hablamos de mujeres en general. Para participar en esas ceremonias es preciso responder a unos determinados cánones físicos y, en no pocas ocasiones, acceder a llevar un atuendo que resalte tales características. En cuanto al papel en el podio, y si bien hay diferencias en función de las modalidades deportivas —en las de motor es un punto y aparte—, diría que caben pocas discusiones. Es meramente ornamental y con frecuencia roza la sumisión.

Hasta algunos de los llamados al agasajo —el que más claro ha hablado es el ciclista Mikel Landa— se sienten incómodos con en ese trato y abogan por erradicarlo. Me resulta increíble que a estas alturas haya, sin embargo, quien defienda la permanencia del patrón casposo. Y mucho más, cuando no es descabellado pensar en una solución que, salvo a los que quieren que las competiciones incluyan de propina la exhibición carnal, puede ser satisfactoria para todo el mundo. Incluyo ahí a Sandra Martín y a sus compañeras, que podrían seguir en el desempeño de su oficio compartiéndolo con otras mujeres y otros hombres a quienes no se exigiera una presencia física determinada. Solo la aptitud imprescindible para un trabajo que, efectivamente, no es ni mucho menos una filfa.

El modelo que…

Como es público, notorio y pepitorio, la culpa de todos nuestros males la tiene el-modelo-que-nos-ha-traído-hasta-aquí. No hay sindicalista, tertuliero, portavoz político, aparcacoches o comadre de portería que no te lo suelte, venga a cuento o no, y acompañado de los aspavientos de rigor. Las conversaciones de ascensor han ganado mucho desde que a las muletillas habituales sobre el tiempo se ha incorporado la nueva cantinela que, por lo demás, tiene un notable efecto balsámico. Es pronunciar las palabras mágicas y sentirse con la conciencia fresca como el culo de un bebé recién bañado. Ya podían ser tan efectivos los bífidus del yogur, oigan.

Pero sin duda, lo mejor de este exorcismo que nos hemos apañado es que no conlleva compromiso de permanencia ni nos obliga a ser consecuentes con el contenido de la queja implícita expresada. Quiero decir que uno no tiene que devolver el Audi Q7, ni el cojo-smartphone, ni anular la reserva del restaurante ese donde cobran a millón las kokotxas embadurnadas en nitrógeno. Y como sé por dónde van a intentar pillarme, añado que en el más frecuente caso de que no se disponga de nada de lo anteriormente citado, tampoco se va a renunciar a tenerlo algún día. Sea en acto, sea en potencia incluso remotísima, el-modelo-que-nos-ha-traído-hasta-aquí —tan perverso, tan malvado, tan cabrón— sigue siendo la luz que nos guía.

Ahí reside el drama de la media docena de personas que estarían dispuestas a probar una receta diferente. A la hora de la verdad, se quedarían tiradas como un calcetín detrás de la pancarta. Si afinamos el oído, pero sobre todo, si conocemos al prójimo y tal vez a nosotros mismos, seremos capaces de comprender que prácticamente nadie pide otro modelo. Lo que se demanda, en todo caso, es volver al que-nos-ha-traído-hasta-aquí, pero en su dulce y confortable versión de hace, pongamos, cinco o seis años, cuando las injusticias las sufrían otros.

Será por modelos

¿De qué hablamos cuando hablamos de modelos? Mayormente, de todo y de nada. Es un tema de conversación como otro cualquiera, una manera de echar el rato mareando una perdiz atiborrada de Biodraminas porque ya se conoce el percal, o una excusa para marcar un paquete ideológico que es puro relleno. De aire, para más señas. Diría mi difunta abuela que mientras nos enredamos con los modelos arriba y abajo, por lo menos, no estamos en la droga ni haciendo botellón. Hay que encontrarle el lado positivo a todo, aunque yo, que soy un agonías, opino humildemente que al tiempo que nos liamos entre galgos y podencos, los que no tienen ninguna duda al respecto aprovechan para comernos la merienda y para que lo oscuro camine sin remisión hacia lo totalmente negro.

Pero si hay que hablar, ea, hablemos. En primer lugar, ponga sobre la mesa cada cual el suyo. Sin trampas, sin faroles, sin subirse a la nube ni a la parra. Dígase de forma diáfana en qué consiste la maravillosa fórmula de la felicidad y la justicia universales. Poniendo plazos, detallando minuciosamente cada paso con su explicación correspondiente y, sobre todo, probando su viabilidad aquí y ahora. Sí, sí: aquí y ahora. No sirven como referencia ni los mundos de Yupi ni un día de estos. Buscamos algo que nos saque de donde estamos, puesto que lo único en que parecemos haber alcanzado un cierto consenso es en que la situación actual nos disgusta.

Tic tac, tic tac… ¿Vale decir que mi modelo es exactamente el que se opone al vigente o al que nos ha traído hasta donde estamos? Valdría, claro que sí, si fuera acompañado de una alternativa contante y sonante. Los blablablás y los eslóganes de quedar como Dios nos los sabemos todos de memoria. Lucen preciosos en los titulares y en las arengas, pero a la hora de llevarlos a la realidad se vuelven humo, los muy joíos. ¿La realidad? ¡Anda! Pero… ¿un modelo tiene que funcionar en la realidad?