Doy mi más efusiva bienvenida al circo del politiqueo a esa panda de chusqueros resentidos y ególatras que atiende por Vox. Y ya que lo acabo de escribir, señalo la decepción que me provoca tan melifluo nombre. Cuánto más juego nos daría una denominación rimbombante que incluyera al natural o en forma de derivados las palabras España, Nación y/o, por qué no, Patria. Por no hablar, claro, de ese color verde moñas que han elegido como distintivo, cuando lo suyo era el rojo y el gualda o, en plan finura y sutileza, oro combinado con grana. No sé yo cómo va a acoger tal claudicación de saque la parroquia a la que pretende vender la moto el grupúsculo neonato.
Sí, de momento, grupúsculo y hasta excrecencia menor, como se evidenció clamorosamente en el debut con picadores ante la prensa. En la mesa, una individua con tres mil seguidores en Twitter, un ser humano convertido en mascota, un simpático caradura locuaz que ha picado en todas las flores de la derecha, un exjoven cachorro verborreico que no ha pegado sello en su vida y una momia (muy bien conservada) del liberalismo tardofranquista. Haciendo de claque, señoronas empeletadas de Serrano y dos o tres antiguos portavoces de hipersubvenciadas asociaciones de víctimas del terrorismo. Ni siquiera el deseado Vidal Quadras hizo acto de presencia.
¿Y los otros? ¿Dónde estaban los extremocentristas vociferantes del PP, esos que llevan años amagando su salida ante no sé qué supuesta traición? Pues dónde iban a estar: cada cual, en su bien remunerada canonjía. No están los tiempos para renunciar a pastizales y embarcarse en aventurillas de vaya usted a saber qué recorrido. Que una cosa es ir de boquilla con la dignidad y los principios, y otra, arriesgarse a aligerar el bolsillo. Si la cosa saliera medio bien, como el invento de Rosa de Sodupe, ya se vería. De momento, Génova paga mejor, incluso a los molestos pero en el fondo inocuos michelines.