Una decisión con freno y marcha atrás. La Mesa del Congreso de los Diputados había acordado conceder permiso para que una sala del supuesto domicilio social de la voluntad popular acogiera un encuentro de víctimas de ETA y de los GAL. Tremendo que en su día fuera noticia algo que debería ser de carril a estas alturas de la liga, pero mucho peor que vuelva a serlo porque se revoca la autorización. Queda fuera de concurso que en la bochornosa rectificación, motivada por la bronca del ultramonte mediático y las asociaciones monopolistas del dolor, el PP haya tenido la compañía del PSOE. En lo demás, vaya usted a saber; en esto, la gran coalición es de hierro forjado.
Si no revelara algo tan trágico como que lo de menos son los principios, resultaría cómica la patética tozudez con que se sigue agitando el espantajo de una banda a la que apenas le quedan el nombre y cuatro chatarras inútiles en otros tantos agujeros. Cuánto rendimiento le siguen sacando a la raspa de la serpiente. Aparte del digo-diego de los de la rosa y la gaviota para impedir el encuentro de víctimas, ayer mismo coincidieron en tiempo y prácticamente espacio una folclórica redada contra supuestos enaltecedores de la cosa a través de las redes sociales y un chafardeo según el cual los presos de ETA —en realidad, uno— apuestan por Podemos para Moncloa. Ante tal despliegue de cutrerío e inmoralidad, es inevitable preguntarse si allende Pancorbo quedan panchitos en número suficiente como para justificar la inversión en pirotecnia. Quizá esté equivocado, pero estaría por jurar que hace tiempo estos excesos no venden ni media escoba.