Sigo con curiosidad y simpatía una iniciativa de un puñado de colegas del gremio que ha cristalizado en Twitter -últimamente, todo empieza y acaba ahí- bajo la etiqueta #sinpreguntasnocobertura. Se trata de un llamamiento a dejar sin reflejo en los medios aquellas convocatorias de prensa que se reduzcan a la lectura de un comunicado o declaración sin posibilidad de que los curiosos plumillas hagan preguntas. Ese formato con corsé y bozal ha existido desde que Randolph Hearst llevaba pantalón corto, pero de un tiempo a esta parte se ha convertido en el standard de la comunicación política.
Casi todas las memeces, frases ingeniosas o palabras de aluvión que ustedes leen o escuchan diariamente han sido precocinadas de ese modo. Los que se las trasladamos nos limitamos a meterlas en el microondas y servírselas en nuestra vajilla. Como mucho, podemos hacer los filetes más gruesos o más finos, o sazonar al gusto de la línea editorial o las entendederas propias, pero la materia básica es la que han querido mercarnos los proveedores. Es bueno que lo sepan para que pongan en cuarentena los mensajes y, de paso, para que entiendan que la pequeña rebelión de esos periodistas que reclaman el derecho a levantar la mano también les incumbe a ustedes.
¿Qué pueden hacer? Basta con unas migajas de comprensión. Más no les podemos pedir porque acabar con esta vergonzosa mandanga de la información empaquetada al vacío es un asunto que compete a los propietarios de los medios que la consienten y, al final de la cuerda, a los políticos que la han inventado y la cultivan para su comodidad. Y ahí tocamos en hueso, porque aunque es cierto (seamos justos) que hay decenas de representantes públicos que comprenden que una parte fundamental de su labor es responder preguntas, siguen siendo mayoría los que salen a la tribuna sólo con viento a favor y todo atado y bien atado. No quieren comunicar, sólo vender peines. Sépanlo.