Si rara vez lo que ocurre en el club de mis amores me hace mover un músculo, imaginen lo que me han podido resbalar los dos presuntos requetenoticiones futbolísticos del verano. Otra cosa es que no los haya seguido de refilón y con una sonrisa medio malvada de oreja a oreja ante el exceso informativo (y no digamos opinativo) que han provocado ambas. Por empezar por la primera, parecía que se acababa el mundo por la marcha de Messi del Barça al PSG, que los chulitos de aluvión con acceso a micrófono han empezado a pronunciar peseyé. En menos de 24 horas las lágrimas del pibe a la fuga se convirtieron en carcajadas despiporrantes al posar por primera vez con la nueva camiseta. Ya escribió el poeta que es corto el amor y largo el olvido.
Claro que si hay que comparar, ha resultado aun más divertido el folletón de cuarta a cuenta del traspaso de Mbappé al Realísimo de Madrid. Propongo como tesina de grado de Periodismo (o quizá de Veterinaria) el papelón de buena parte de mis colegas Con honrosas excepciones, los voceros del florentinomerenguismo se han ido pegando piscinazos a cada cual más bochornoso. Mientras añadían kilos a los intocables 160 millones iniciales, ni por un segundo dejaron de dar por hecho el fichaje del astro francés. Cuando llegaron a los 220 que tanto el jeque propietario del citado peseyé como el ansiado jugador se pasaron por el arco del triunfo, los propagandistas del rey Midas blanco seguían insistiendo en que el trato estaba amarrado. Al final fue que nones, pero ni por esas. Una de las cabeceras succionadoras titulaba ayer: “Mbappé 2022”. Se lo juro.