Es muy de agradecer la sinceridad y la claridad de Maite Pagazaurtundua al sugerir que si no se cumplen sus condiciones, habrá víctimas patanegra que decidan tomarse la justicia por su mano. Algunos siempre habíamos sospechado que la sagrada ley que tanto se invocaba desde determinadas trincheras era la del Talión. Decirlo suponía exponerse al escupitajo bienpensante y a arrastrar el sambenito de proetarra con balcón a la plaza. Es verdad que lo que nos hacía callar no era esa amenaza sino la intención de no echar más leña a un fuego suficientemente alimentado. Pero ahora sobran esas prevenciones. Ha sido ella, capitana generala de los buenos de la película, la que lo ha puesto negro sobre blanco: nadie descarte una venganza en el próximo capítulo. El que avisa no es traidor.
Han pasado 24 horas desde que se profiriera la amenaza y, como dirían los clásicos, al cierre de esta edición no se tiene noticia de que el hiperactivo y lenguaraz ministro español de Interior haya echado la mano al bolsillo para sacar una tarjeta amarilla. Tampoco lo ha hecho el de Justicia, tan hábil para encontrar motivos de ilegalización debajo de una piedra o un subepígrafe del código penal. Ni siquiera el Fiscal del Estado o el Superior del País Vasco, que le entran como Miuras a la primera muleta raída que les ponen, han calculado a ojo de buen cubero el paquetón que le puede caer a alguien que va por el mundo anticipando vendettas.
Podemos esperar sentados una reacción de las altas magistraturas, que vamos dados. Una de las grandes perversiones del maldito conflicto o como se llame es haber creado varias cuadras de caballitos blancos a los que no se puede rozar dialécticamente un pelo de la crin. Si te cocean, te aguantas y punto. Los mismos que denuncian la impunidad en cada esquina se valen de su condición de intocables para encabronar el patio. ¿Hasta cuándo? Aún les queda un rato largo, me temo.