La regresión democrática del Abuelo de Aznar

Lunes 25 de junio de 2012

 A raíz del fallecimiento del periodista José Luis Gutierrez, me vino a la memoria una cierta polémica que tuvimos con él como consecuencia de una entrevista que Gutiérrez le hizo a Aznar en la revista “Leer”  que dirigía.

Josu Erkoreka y yo analizamos aquel trabajo de la siguiente manera:

La revista «Leer», que se edita en Madrid, ha publicado en su último número una larga entrevista de su editor y director, José Luis Gutiérrez, con el todavía presidente del Gobierno español, don José María Aznar López. El enunciado de la sección en la que se inserta la interviú, titulada «La Conversación», anticipa que Aznar, “hombre que se va”, habla en ella sobre “libros, cultura y otras cosas”. Y en efecto, así es. El líder conservador español se explaya libremente a lo largo de quince interminables páginas, pronunciándose, con su torvo tono habitual, sobre múltiples asuntos y cuestiones; algunos de los cuales guardan relación con el mundo de los libros y la lectura, mientras otros -muchos otros, más bien- nada tienen que ver con lo que parece ser el principal objeto de la publicación.

Evidentemente, entre las «otras cosas» sobre las que Aznar expresa sus opiniones y puntos de vista, predominan las de carácter político. Y, como es de suponer, gran parte de ellas hacen referencia a su gestión como presidente del ejecutivo español. Este simple dato pone de manifiesto hasta qué punto se ha degradado la práctica parlamentaria en el Estado español. El responsable de una publicación periódica, goza, hoy, en el sistema político vigente en España, de una prerrogativa que, durante el mandato de Aznar, se nos ha negado terminantemente a una parte no desdeñable de los legítimos representantes del pueblo: La de obtener una respuesta del presidente del Gobierno a cada una de las preguntas que le dirigimos, cada vez que pretendemos ejercer el derecho, connatural a todo parlamentario, de controlar políticamente la acción del ejecutivo. José Luis Gutiérrez ha conseguido que el presidente del Gobierno español responda pacientemente a todas y cada una las preguntas que le ha formulado a lo largo de una entrevista que, a juzgar por el amplio espacio que ocupa en la revista, ha debido desarrollarse, sin duda alguna, durante más de una hora. Para los diputados -y, muy especialmente, para los que pertenecemos a formaciones políticas de implantación territorial inferior a la estatal- esto constituye, hoy por hoy, una quimera.

Más, la arbitraria e injustificada diferencia de trato que Aznar depara a los legítimos representantes del pueblo, por referencia a los profesionales de -cuando menos, algunos- medios de comunicación, no obedece, exclusivamente, al desprecio que el presidente profesa por los más sanos hábitos parlamentarios. Tiene, también, mucho que ver, con el diferente grado de obsequiosidad con el que los unos y los otros formulan sus interrogantes. Porque, en la entrevista que nos ocupa, José Luis Gutiérrez pregunta, sí, pero sólo interroga sobre lo que Aznar quiere y como Aznar quiere. Su actitud ante el entrevistado rezuma complacencia y sumisión por todas partes. Baste notar, como botón de muestra, que el director de la revista se permite afirmar, en el largo exordio que antecede a la entrevista, que el PNV actúa “con ETA en la retaguardia” y que el Plan Ibarretxe es “secesionista y anticonstitucional”. Es decir, justo lo que el partido político del presidente viene repitiendo a diestro y siniestro en sus intoxicadoras campañas propagandísticas. ¿Cabe una actitud más claramente rendida y servil?

Pero lo que hoy centra nuestro interés, no es el contenido político de una entrevista que, como otras muchas que los epígonos mediáticos del Gobierno publican todos los días, no pasa de constituir un bochornoso paradigma -uno más- del acriticismo y la complacencia que algunos medios se han impuesto en el tratamiento de la información sobre la cosa pública. Lo que hoy nos interesa resaltar es lo que en la entrevista aflora a propósito de un libro que, quienes esto suscribimos, hemos puesto recientemente en el mercado. Nos referimos, evidentemente, a la obra titulada «Dos familias vascas; Areilza, Aznar», publicada por la editorial Foca, cuya segunda mitad se dedica a desgranar -en un tono inevitablemente crítico, habida cuenta de la trayectoria del personaje-, los aspectos más relevantes la vida y obra del abuelo paterno del presidente, don Manuel Aznar Zubigaray.

En el mismo tono adulador y pelotillero que preside el conjunto de la entrevista, el periodista aborda este tema interrogando al presidente si le ha intrigado o ha tenido acceso a la obra en cuestión. La respuesta del Aznar no se hace esperar: “No -asevera con su falsa gravedad habitual, no me ha interesado. Mi abuelo tuvo una vida muy larga y en su juventud tuvo sus querencias nacionalistas, que luego felizmente superó. Lo que ocurre es que la intención de ese libro hace que no sienta especial curiosidad por él. No me interesa absolutamente nada”.

Son muchos los aspectos de la opinión que el presidente expresa sobre nuestro libro que merecen ser resaltados. Uno de ellos es, sin duda, su pretenciosa actitud de juzgar la intención que nos ha animado a escribirlo. Aznar asegura que es “la intención de ese libro” lo que hace que “no sienta especial curiosidad por él”. Lo que permite colegir, no sólo que conoce cuál es la intención con la que ha sido redactado, sino que, además, estima que tal intención no ofrece la altura suficiente como para despertar su interés. Desgraciadamente, Aznar no precisa cuál es esa tan baja y abyecta intención que -según él asegura conocer- impulsó a los autores del libro a elaborarlo. Y decimos «desgraciadamente», porque hubiese sido sumamente divertido verle pontificar sobre algo francamente difícil de conocer, porque pertenece al reducto más profundo de nuestras psicologías. Por otra parte, tampoco desvela cuál es el método del que se ha servido para conocer esa intención. Es otra gran pena. Suponemos que será un método secreto, similar al que le permitió descubrir, contra todas las evidencias, que en Irak había armas de destrucción masiva. Es, francamente, de lamentar, que Aznar no quiera compartir con el común de los mortales el sofisticado know how con el que se aproxima a la realidad. Si nos hiciera partícipes de sus grandes secretos, el presidente español podría pasar a la historia como uno de los grandes estadistas del siglo. Con todo, no ponemos en duda que Aznar barrunte los motivos que nos han animado a escribir sobre su abuelo paterno, ni cuestionamos el hecho de que tales motivos no sean de su agrado. Con la publicación del libro que a Aznar no le interesa “absolutamente nada”, sólo hemos pretendido echar luz sobre una parte del pasado que hoy, por influjo, en parte, de las estatocéntricas campañas propagandísticas impulsadas por el Gobierno del Partido Popular, son tan poco conocidas en Euzkadi como en España. Nuestro único propósito ha consistido, pues, en poner un contrapunto clarificador en el dibujo que, sobre nuestro pasado político inmediato, se ha venido trazando desdela Moncloadurante los últimos ocho años. Pero a Aznar, como se sabe, no le interesa clarificar el pasado. Sólo le interesa la historia que es capaz de superar el rígido tamiz selectivo que imponen sus posiciones políticas actuales. De ahí que, en la entrevista sorprenda a los lectores asegurando que votó “a favor” dela Constitución, sin que de inmediato se sienta en la necesidad de aclarar -ni el entrevistador le requiera para ello, por supuesto- cómo se explican entonces los artículos que por aquellos años publicó en «La nueva Rioja», apostando por una «abstención activa» en el referéndum constitucional. Está claro. A Aznar no le interesa nuestro libro, porque dice verdades que a él no le gustan; porque aporta datos que no se ajustan a su concepción actual de la ortodoxia política.

De la respuesta de Aznar a su complaciente entrevistador se deduce que, según la idea que hoy tiene de lo que fue la trayectoria vital de su abuelo paterno, éste tuvo en su juventud unas “querencias nacionalistas”, que después abandonó. Lo cual, en el contexto de una “vida muy larga”, como fue la suya, no pasaría -según la percepción del presidente- de constituir una leve anécdota. Nada, sin embargo más lejos de la realidad. Manuel Aznar, en efecto, dejó de ser nacionalista vasco a los 24 años. Pero siguió siendo nacionalista hasta los 82 que contaba cuando murió. Ya no, nacionalista vasco, evidentemente, pero sí, un nacionalista español vivísimo y muy apasionado. Es lógico que José María Aznar pase por alto el acendrado nacionalismo español que profesó su abuelo paterno durante más de quince lustros porque, como se sabe, uno de los principales rasgos del nacionalismo español es que no se reconoce. Pero en la obra que Manuel Aznar dejó escrita en forma de libros y artículos de prensa existen millares de testimonios de ese nacionalismo español rancio, esencialista, autoritario, antidemocrático y violento que el periodista de Etxalar -como tantos y tantos otros contemporáneos suyos-, profesó, primero, durante la dictadura de Primo de Rivera y, después, a lo largo de la oscura noche franquista. No es cierto, pues, que -como pretende su nieto-presidente- las “querencias nacionalistas” del joven Manuel Aznar desapareciesen con el paso de los años. Sólo cambiaron de sujeto. Pusieron a España donde antes estuvo Euzkadi. Las razones por las que llevó a cabo tan radical mutación, tienen que ver con la necesidad de dar respuesta a una ambición sórdida e insaciable. Pero esta es ya otra cuestión que no podemos tratar aquí, por falta de espacio, aunque se desarrolla en el libro con bastante extensión.

En fin, hay otro aspecto de la respuesta de Aznar que no podemos dejar pasar por alto. Cuando el presidente asegura que su abuelo “felizmente superó” las querencias nacionalistas de su juventud, sugiere, subliminalmente, la idea de que sus posiciones políticas posteriores ofrecieron un bagaje moral «superior» al de su nacionalismo juvenil. Pero tampoco esto es cierto más que en la deliberadamente autoengañada mente de su nieto. Cuando fue nacionalista vasco, Manuel Aznar profesó fervientemente valores democráticos, rehusó activamente el uso de la violencia como instrumento de actuación política y, en el contexto dela Iguerra mundial, apoyó a las fuerzas aliadas frente a los abusos expansionistas de los imperios centrales. Después, cuando abrazó el delirio nacional franquista, despreció la democracia, alabó sin límites los regímenes totalitarios más execrables que ha conocido la tierra -los elogios a Hitler y Mussolini son una constante en sus escritos políticos, entre 1935 y 1943-, hizo más de una expresión pública de antisemitismo y, aunque parezca mentira, apoyó a Franco hasta el final de sus días. El mismo año en que murió -1975- entregó a la imprenta una hagiografía del Caudillo que concluía expresando su confianza en que, como anticipó el Generalísimo, todo hubiese quedado “atado y bien atado”. También de todo esto se pueden aducir múltiples testimonios escritos que, evidentemente, estamos en condiciones de aportar.

Así pues, su gesto de abandonar el nacionalismo vasco para abrazar el nacionalismo español, ni puede considerarse un acto de “superación”, sino, en todo caso, de regresión, ni puede ser calificado de “feliz” por ningún demócrata. Aznar se empeña en dulcificar los perfiles más rasposos de la vida de su abuelo paterno, aprovechando el viaje para satanizar, una vez más, la idea nacional vasca. Pero los hechos son los que son aunque, desde su dogmatismo actual, el presidente se empeñe en ignorarlos. En consecuencia, no podemos sino concluir recomendando vivamente al señor Aznar la lectura de nuestro libro. Sin duda, le enseñará mucho sobre su abuelo y sobre Euzkadi.

 

2 comentarios en «La regresión democrática del Abuelo de Aznar»

  1. El aranista nacionalismo vasco de la época del abuelo de Aznar era igual o peor que el de Franco y primo de Rivera. No olvidemos al señor lehendakari Aguirre paseando por Alemania del brazo de media SS hablandoles a los nazis de las virtudes de la superior raza euskerika. En mi opinion, la única diferencia entre Franco y Arana fue que uno tuvo poder y el otro fue un pobre pelagatos, por lo demás «0» patatero. Dios os cría y vosotros os juntáis.

  2. Otro » antecesor » de Rivera. Un tipo oportunista, de esos que cambian de chaqueta sin despeinarse, con tal de MEDRAR donde sea oportuno. Nacionalista vasco convertido en nazi …..Así le ha salido el nieto..Lo único que me da pena es que naciera en NAvarra, mi tierra….Fascistas…

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