El último deseo de Companys hacia el Lehendakari Agirre

Domingo 5 de abril de 2020

Una de las facetas más interesantes del turbulento período de la guerra iniciada en 1936 la constituye, sin lugar a dudas, la estrecha amistad vasco-catalana. Y es preciso e importante que algún día sea estudiada para que sus positi­vas conclusiones redunde en la más estrecha colaboración entre ambas naciones; tanto o más como lo fuera en el pasa­do.

Un pasado que es rico en hechos demostrativos de esta recia solidaridad y que si de resumirlos en uno se tratase elegiríamos el del hermoso e histórico del acompañamiento de Agirre al Presidente de la Generalitá de Catalunya, Lluis Companys cuando por imperativos de la guerra y la derrota hubo de abandonar por monte tierra catalana. Con él y jun­to con otras personalidades vascas y catalanas iba el Presi­dente de los vascos, José Antonio de Agirre. Fue el 4 de Febrero de 1939. Agirre le había prometido a Companys que en las últimas horas de su patria le tendrían a su lado. Y cumplió su palabra. Bajó de Paris solo para ello. En ese lugar se colocó un monumento que visitó el Lehendakari Ibarretxe y se filmó un documental donde Ortuzar hizo de Aguirre.

Anteriormente, en plena guerra, Catalunya y Euzkadi mantuvieron estrecha relación oficial. La máxima expresión de esta amistad está patentizada en el sacrificio del diputado catalán  de Unió, Carrasco i Formiguera quien había sido designado por el Presidente de Catalunya como representante de su Gobierno ante el de Euzkadi. Fue apresado en el buque Galdames y más tarde fusilado en Burgos, a pesar de ser el jefe del partido católico catalanista. El apresamiento de este bu­que trajo aparejada la famosa «batalla de los bous» contra el crucero faccioso Canarias magistralmente descrita por el periodista inglés Steer en su libro «The Tree of Gernika».

Perdido el territorio nacional vasco quiso Agirre llevar los restos de su ejército, unos treinta mil hombres, al frente de Catalunya. Estas cuatro divisiones constituían una fuerza de enorme valor por su experiencia en la lucha y porque las divisiones vascas hubieran servido de encuadramiento a muchos patriotas catalanes que se veían desbordados por las organizaciones extremistas. La llegada de las divisiones vas­cas hubiera levantado el espíritu de la otra Catalunya, y cambiado el rumbo de las cosas.

A tal efecto en julio de 1937, antes del Pacto de Santoña, viajó Agirre a Valencia para conferenciar con el Presi­dente de la República, Manuel Azaña. Necesitaban los vas­cos contar con medios de transporte y dinero para fletar los barcos y permiso para que los gudaris atravesasen Francia, permiso que tendrían que obtenerse en París. Obtenida su respuesta afirmativa conferenció con el Jefe del Gobierno Juan Negrín quien después de oírle le rogó se entrevistara con el Ministro de la Guerra Indalecio Prieto con quien sos­tuvo una conversación de cuatro horas defendiendo sus puntos de vista.

Luego pasó a Barcelona, donde comunicó al Presidente Companys los mismos proyectos y razonamientos que había expuesto al presidente. Azaña. Poco después fue a París donde visi­tó a M. Delbos, entonces Ministro de Negocios Extranjeros francés. Expuso al Ministro el objeto de su viaje a Valencia, y le preguntó si en caso de conseguirse el embarque de las tropas vascas hasta un puerto francés, podrían atravesar Francia, camino de Catalunya, como si se tratase de expediciones de heridos. Mostró Delbos su simpatía personal, pero admitió que en un caso’ de tanta importancia tendría que consultar a sus compañeros de Gobierno. Mas ya no intere­saba la contestación francesa, pues el señor Prieto le comu­nicó desde Valencia, que, sometido el caso por dos veces al Consejo Superior de Guerra, la petición de Agirre había si­do desestimada por «motivos políticos y militares».

¿Se asustaron los republicanos españoles?. ¿Temieron que los nacionalistas vascos y catalanes llegaran pronto a Nabarra?

El caso es que Agirre declinó toda su responsabilidad en telegrama dirigido a Azaña y el ejército vasco casi maniata­do fue entregado a los rebeldes españoles después de la traición de los italianos al Pacto de Santoña, por estos mis­mos italianos.

Sin embargo muchas son las facetas positivas que deberían ser estudiadas de esta álgida época. Es interesante destacar el caluroso recibimiento que se le tributó a Agirre en su visita oficial a Barcelona, la intensa y eficaz actuación llevada a cabo por la Delegación del Gobierno Vasco en Bar­celona, la repercusión que tuvo la dimisión conjunta del vas­co Irujo y del catalán Ayguadé del Gobierno de la República por actuaciones arbitrarias del gobierno central en contra de la soberanía de la Generalitá y tantos y tantos hechos que evidenciaron miras comunes y solidaridad en las horas difíciles.

Ya en el exilio ambos presidentes continuaron actuando conjuntamente en algunas materias. Jaume Miratvilles, Jefe de los Servicios de Prensa del Gobierno Catalán escribió en 1943 un interesante artículo de la revista Euzko Deya de México donde relata estos contactos y el último deseo del Pre­sidente Companys relacionado con Agirre, que es todo un testimonio de esa sólida amistad anteriormente enunciada.

Escribió así Miratvilles:

«No pretendo, evidentemente, en este artículo hablar del testamento político, propiamente dicho, que dejara el se­gundo Presidente de la Generalitat antes de su heroica y gloriosa muerte. Si algo en sus últimos momentos, pudiera con­siderarse su testamento, ahí está el glorioso grito de ¡Visca Catalunya! que pronunciara en el instante supremo de su fu­silamiento y las palabras humildes y ¡cuán grandes! en boca de un agonizante, de que lo único que lamentaba era el de no haber podido hacer más por Catalunya.

Me referiré, más bien, a su actuación y, sobre todo, a sus recomendaciones en los últimos meses y casi en las últimas semanas y su vida.

Que se me permita hablar en nombre propio, sin que na­die vea en ello el deseo, que en este caso sería terriblemente ilegítimo, de proyectar sobre mi humilde persona el gigan­tesco perfil del Mártir de Catalunya. Pero lo que voy a decir tiene un carácter tan personal que es inevitable emplear la primera persona de singular.

Al hablar del testamento político haré, únicamente, refe­rencia a la posición de Lluis Companys en lo que pudiéramos llamar política internacional, sin entrar para nada en lo que se refiere a la política interior de Catalunya. Por razón de mi cargo en la Generalitat, primero, y en París después, era yo el confidente del President en todo lo que se refería a la política exterior. Hablaré, pues, y esto sí que lo afirmo sobre mi honor, con absoluta fidelidad de lo que era el pensamien­to de Lluis Companys en lo referente a estas cuestiones.

Primera consideración:

Lluis Companys sabía que las circunstancias interiores nos habían sido particularmente desfa­vorables en Catalunya, en donde el movimiento social, pro­fundamente perturbado por las divisiones internas de los partidos y de las sectas, habían dado lugar a manifestaciones violentísimas que había repercutido desgraciadamente sobre nuestro prestigio internacional. Y no es que él no hubiera previsto y que no hubiera puesto toda su autoridad para evitarlo. Ahí están sus discursos, sus actitudes, sus actuaciones encaminadas sobre todo, a canalizar, responsabilizándolas, las legítimas aspiraciones de las clases proletarias. El intento fue, sin embargo superior, no ya a sus fuerzas humanas, si­no a las de cualquiera que hubiera ocupado su puesto.

Companys registró honradamente este fracaso y sacó de él las consecuencias políticas que se imponían.

«En todo lo que se refiera a política internacional —me decía— sigue las orientaciones de los vascos. Por razones que no es la hora de considerar, su prestigio internacional es muy grande y hay que seguir esta vía».

El Presidente Agirre me hará el honor de no desmentir­me si afirmo que iba, yo, muy a menudo a verle, en Barcelo­na y en París. En estas visitas iba yo a beber en la fuente de su inspiración y esto lo hacía, por simpatía inmensa que siempre me ha producido su persona, pero, además, porque así me lo indicaba, reiteradamente, el President de la Gene­ralitat.

El deseo de Companys de sincronizar su política exterior a la que llevara a cabo Agirre se afirma en una serie de mani­festaciones de las que ahora voy a explicar alguna.

Había yo creado por indicación de Lluis Companys, una delegación del Comisariado de Propaganda de la Generali­tat en París, que, con toda la modestia que se quiera, repre­sentaba una manifestación oficiosa de nuestro pensamiento en el Exterior. Al frente de esta oficina se encontraba el escritor Nicolau Rubio, hermano del diputado Rubio y Tudurí, entonces director de «la Humanitat», órgano de Companys.

Estábamos en las semanas inmediatamente anteriores al Pacto de Munich. Rubio que se mantenía disciplinado a las indicaciones que recibiera desde Barcelona, tenía, sin em­bargo, sus ideas propias sobre política internacional y creía sinceramente que se podía llegar a un acuerdo europeo que repercutiera favorablemente en el curso de la guerra españo­la, propiciando una solución que respetara el espíritu de la Constitución Republicana y del Estatuto de Catalunya. Esta opinión puramente personal no la había manifestado en nin­guna declaración pública.

Los acontecimientos se precipitaron y asistimos a la premovilización francesa. El Presidente Aguirre, que tenía de la política internacional una visión distinta a la de Rubio, vi­sión que los acontecimientos han justificado después, dio a la publicidad un manifiesto en el que se ponía incondicionalmente del lado de Francia y en el que llegaba hasta a ofrecer la colaboración armada de las fuerzas vascas.

Rubio se encontraba, entonces, en Ginebra y por prime­ra vez consideró lícito actuar individualmente. A este efecto, envió un telegrama en clave al Presidente Agirre, con la in­tención concreta de que fuera interceptado por la censura francesa y por lo tanto, leído por las autoridades guberna­mentales, en el que dejaba suponer que en Catalunya se es­peraba un acuerdo de paz. El telegrama llegó, sin embargo, al Presidente Agirre, después de haber sido leído, tal como lo suponía Rubio, por ciertas autoridades francesas. Agirre, cortésmente, enteró a Companys de lo acontecido. Com­panys me llamó inmediatamente a su despacho ordenándo­me la destitución inmediata de Rubio. En su argumento, ni tan sólo se refería al contenido del telegrama, sino al hecho que discrepara la posición sustentada por el Presidente de Euzkadi.

«Nunca —me dijo con énfasis— toleraré una política, por oficiosa que sea, que pueda discrepar de la sustentada por los vascos».

Era en París. Había, ya, estallado la guerra. El Presiden­te Agirre tomó la iniciativa de ofrecer, nuevamente, la cola­boración vasca a Francia y a Inglaterra. Inmediatamente el Presidente Companys apoyó la iniciativa. Irujo y Pi-Sunyer presentaron unos documentos de solidaridad a los ministros Británicos. En Francia, y por iniciativa de Agirre, se envió un documento a Daladier y una copia del mismo por con­ducto vasco a de Chaporlaine, Ministro Católico y por con­ducto catalán (fuimos Sbert y yo, quienes lo entregamos) a de Monzie. En esta ocasión trascendental Companys siguió en todo las iniciativas vascas.

Estábamos en plena guerra en aquella fase pasiva que habrá pasado a la historia con el nombre de la «guerre pourrie». Muchos creyeron que la inactividad alemana obedecía a su debilidad militar. Alemania había perdido la guerra antes de hacerla.

Como en todos los momentos en que se ha producido una situación semejante, apareció posible la restauración de la Monarquía. Habían llegado a París un representante de Alfonso XIII con la misión, según afirmaba, de sondear la actitud de los sectores republicanos y sobre todo la de Cata­lunya y Euzkadi en la persona de sus respectivos Presiden­tes.

Por una serie de circunstancias, estas entrevistas no lle­garon a efectuarse, pero en esta ocasión, también el Presi­dente Companys me encargó entrevistara al Presidente Agirre para conocer su opinión.

Hasta ahora hemos visto como, en circunstancias distin­tas, la preocupación de Lluis Companys fue siempre la de sincronizar la política catalana a la vasca. No que creyera en la inferioridad del instinto político catalán ni en la del suyo propio, pero este mismo instinto, que Companys poseía en sentido extremadamente acusado, le aconsejaba, debido a las circunstancias ya mencionadas dejar la dirección de esta política internacional en manos de los vascos y apoyarse in-condicionalmente. (Es indiscutible además, que esta sincro­nización, que en interior debe ser el resultado de una conver­gencia constituye el fundamento básico de la política catalano-vasca ante Castilla).

Las circunstancias tenían que hacer que Companys defi­niera en términos explícitos esta política. Se constituía en efecto, el Consejo Nacional de Catalunya, al que Companys delegaba parte de sus funciones. Este Consejo estaba forma­do por Pompeu Fabra, que lo presidía, por Pons y Pagés, al que el Presidente de la Generalitat delegaba parte de sus atri­buciones, Rovira y Virgili, Serra Hunter y Santiago Pi Sunyer, el cual ocupaba el cargo de Secretario General. Yo quedaba como funcionario adscrito al secretariado. Antes de marchar para la Baule, y ya no habría de verle jamás, Companys me hizo esta suprema recomendación: «Ve a me­nudo a ver al Presidente Agirre, toma consejo de él en todo lo que se refiera a la actitud internacional a adoptar y procu­ra que este pensamiento sea el que inspire las decisiones del Consejo Nacional. Tengo absoluta confianza en el criterio de Agirre, sea lo que sea lo que él decida».

Juro por mi honor, que estas palabras me fueron pro­nunciadas en el despacho Presidencial de la calle de la Pepiniére el día antes que Companys, al marcharse a la Baule, marchara inconsciente y heroicamente hacia el camino de su inmortalidad.

6 comentarios en «El último deseo de Companys hacia el Lehendakari Agirre»

  1. Estimado Monotema: No. Este es el Companys que fue asesinado, fusilado, por tus amigos los franquistas. Un saludo. Iñaki

  2. Hola Iñaki. Ojo, porque parece documentado que Companys firmó muchos miles de sentencias de muerte, favoreció el extremismo, Dencás , los escamots, fue antirreligioso…. no creo que sea buen compañero de viaje. Se podría decir que Companys es el evento feo de toda biografía, de cualquier relación, que ni merece la pena mencionar porque mancha lo que toca. Cuando menos, siendo benevolentes, se puede decir que fue muy controvertido, dentro del propio catalanismo y dentro de la república. Hay un intento continuado de blanqueamiento para disponer de una figura de referencia, pero creo que no es la correcta. Hubo muchas otras menos polémicas. Y poner juntos a Aguirre y a Companys no es propio, ya que es hablar de figuras de muy diferente estatura política y humana.

  3. Estimado Angesan: Eso es mentira, fueron militares españoles y hoy es el día en el que la causa de acusación no ha sido borrada. Un saludo. Iñaki

  4. A los que afirman que «está documentado» que Companys firmó miles de penas de muerte rogaría las dieran a conocer, pues nunca nadie ha podido hacerlas públicas. Cosa extraña para «un extremista izquierdista» que sí firmó miles de salvoconducto, estos sí documentados, para religiosos y personas conservadoras para facilitarles su marcha de la Catalunya revolucionaria, causada por el golpe de estado fascista. La historia, amigos, es algo serio, no una opinión de barra de bar. Hacer el juego al españolismo es legítimo, pero para hablar de historia se precisa profesionalismo. A Companys, en España, le perdonan todo, menos ser catalán, aunque, por cierto, de independentista no tuviera nada de nada.

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