Lunes 25 de noviembre de 2019

Cecilia G. de Gilarte. Supe de ella leyendo Euzko Deya de Mexico. Ya en Euzkadi, Uzturre me dijo que le había conocido ya que había nacido en Tolosa en 1915. Escritora, periodista, ensayista, profesora universitaria, exiliada, dramaturga, una mujer de bandera y de tradición anarquista muy valiosa. Se habla poco de ella y en el Día Internacional contra la Violencia de Género conviene rescatarla ya que escribió, entre otros muchos, un interesante libro sobre su viaje en 1940 en el Cuba para llegar a su exilio en Mexico donde rehízo su vida.
Falleció en Tolosa en 1989 y me quedé con las ganas de conocerle personalmente.
Hoy trato de hacerle justicia. He encontrado este artículo que escribió para Euzko Deya, donde aparece el diputado y escritor del PNV Jon Andoni de Irazusta y cuenta como éste le ofreció ser secretaria del grupo parlamentario. Las mujeres desgraciadamente en aquellos años votaban pero eran pocas las elegidas para representar. Cecilia cuenta como rechazó la oferta porque quería ser periodista. Una pena porque hubiéramos tenido un relato de aquellos años republicanos desde dentro y escrito como nadie, aunque ella hizo lo que quiso y eso estuvo muy bien. Se ve que había cordialidad entre unos y otros.
El artículo está escrito en 1945, por lo que no se puede analizar con los ojos de hoy, pero ella da pautas sobre lo que tienen que hacer la mujer. Lástima que en Tolosa y en Euzkadi no sea más conocida y puesta como referencia.
Se titulaba “Nuestras Mujeres” y decía así:
“Al iniciar nuevamente esta sección dedicada a las mujeres vascas, no será necesario que repita lo que siempre ha sido norma de mis trabajo» en este sentido. Que nunca he tenido la intención de crear partido, estado de conciencia mejor, de mujeres contra hombres. Idea es esta que alienta con frecuencia en las organizaciones de tipo feminista, pero a mi juicio, de difícil arraigo en nuestra tierra. La mujer vasca rara vez se siente en condiciones de inferioridad respecto al hombre y de ahí que no le nazca la idea de rebeldía. Para una de nuestras mujeres, equilibrada, el hombre es siempre hijo, hermano, padre o esposo. ¿A qué pues la lucha?
Mi finalidad, al ocuparme de temas femeninos, tiende a buscar un beneficio inmediato, a la vez que otro, más importante, para el futuro de la patria. A mi juicio, educar a la mujer, madre, sementera del mañana, es levantar la base de la revolución ideal. Maravillosa aspiración, limpia de violencias y dolor. Las leyes justas y las organizaciones sociales, aún las de tipo más avanzado, son un complemento para los hombres capaces de sentir su justicia y su grandeza; pero no son una finalidad porque no dotan al hombre de virtudes que no tiene. Ella, la mujer, la madre modeladora de almas, es la que tiene que levantar al hombre hasta la nueva vida, y ella, misión espléndida, la que ha de dar al mundo los hombres forjadores de mañanas mejores. Cualquier sacrificio sería pequeño para llegar a este fin.
Y por lo que se refiere a los beneficios inmediatos que la capacitación de la mujer traería aparejados, parece claro enumerarlos.
En estos largos años del exilio he podido comprobar, con pena, que somos nosotras las mujeres vascas, mujeres de un país cuyo tipo de vida es superior al de cualquier región de España, las que estamos situadas en peor posición ante la vida. El noventa y cinco por ciento de las mujeres vascas carecen de profesión o conocimiento técnico. Todas excelentes amas de casa, buenas cocineras, eso sí; pero en tiempos en que apenas hay dinero para ir a la plaza, se echa de ver cuán inútil resulta este conocimiento, si no se acompaña de otro que nos permita ganar dinero. Cosa muy compatible por cierto. Es en esta situación cuando la mujer se siente, más que nunca, compañera del hombre y le nace el anhelo de juntar hombro con hombro en un plano de igualdad, para levantar de las ruinas del destierro el hogar, temporal. Pero ¿cómo?
Ya en épocas anteriores, llegué a darme cuenta de la situación de la mujer vasca. Fue en Madrid. El entonces diputado vasco de las Constituyentes Juan Antonio Irazusta, solía pasar algunos ratos en una cervecería de la plaza de Santa Ana. Allí lo veían vascos y vascas que residían en Madrid, unos en busca del pequeño favor que a veces apremia y otros por recordar en su siempre agradable compañía las cosas de la tierra. Viendo a las muchachas, casi siempre jóvenes, fuertes y emprendedoras, me preguntaba yo al principio: ¿Estudiantes, empleadas? Y ellas me respondieron después: ¡Criadas! ¡Buenas criadas! eso sí, pero al fin criadas!.
Y no es que yo encuentre denigrante la profesión ¡no!. Pero si recuerdo que me nacía entonces, y aún ahora una especie de pena quemada en algo de rencor inconsciente, al ver a las muchachas madrileñas, y de otras regiones, llenando escuelas e Institutos, ocupando puestos bien pagados en dinero y consideraciones, mientras nuestras chicas dejaban sus caseríos para ir a lavar los platos, y los suelos de las familias adineradas en Madrid.
Por aquel tiempo, el mismo Irazusta me propuso que fuera a la minoría del Partido Nacionalista Vasco, donde se necesitaba creo que una secretaria. Pero yo estaba en los comienzos de una carrera periodística que se me anunciaba particularmente brillante y no hubiera renunciado a ella por nada. Después de mucho buscar entre las vascas que vivían en Madrid, yo misma le mandé a Irazusta a una chica de Tolosa, Felisa Goikoetxea, que llenaba los requisitos con amplitud y que se había educado en Francia!. A todas las demás, sin duda había excepciones que no conocí, no se les podía hablar de nada parecido. Eran inmejorables chicas de servir, pero nada más.
Y estoy segura de que todas ellas, a quienes más la noble quietud que una necesidad rara vez sentida entre nuestros baserritarras, había lanzado en busca de horizontes más dilatados, hubieran aceptado con gusto y provecho ocupaciones más en armonía con su natural idiosincrasia y su capacidad.
Podrán decirme que no es este el caso de todas las vascas, pues muchas estudiaron en Londres, París o Madrid con singular provecho. Pero estos casos, en minoría, no son los que interesan. Quien dispone de medios no tiene problema. El problema está en nuestras clases medias, en nuestros aldeanos y gentes de las villas, cuya esencia, por estar más pegada a la tierra, es la que conserva más puros las particularidades raciales.
Por lo demás, si alguien piensa que este problema no exige una solución rápida, al unísono de otros que se antojan más apremiantes, tanto peor para todos. La vida, más que extenderse y prolongarse parece rodar sobre sí misma, con lo que los cabos se juntan en una idea de continuidad. Y el paso de hoy es consecuencia del de ayer y causa cierta del de mañana.”


