Así describió el presentador del libro de Almudena Otaola su libro “El legado que seremos” presentado este viernes en la Carpa de la Feria del Libro en el Arenal de Bilbao. No son muchas las mujeres activas en política que han escrito y escriben en los últimos tiempos. Ojalá este libro de Almudena Otaola les anime a hacerlo.
Almudena logró se llenase la carpa de lectores, amigos y familiares, cuestión ésta no fácil ni habitual. Con su simpatía y cercanía logra que si escribe un relato sobre su saga familiar, la gente compre y lea este libro que sigue la vida de varias generaciones de una familia vasca, resaltando la importancia de la memoria y la transmisión de la identidad a lo largo del tiempo.
Solo pude estar media hora ya que me tuve que ir a Gernika en el momento en el que Almudena contestaba las preguntas de su presentador quedándome con el interés de saber más del libro que compré y leeré con atención.
En primera fila estaba el senador socialista Txema Oleaga con quien coincidió Almudena en su etapa de senadora. Vi también a Emilio Olabarria, los ex consejeros de Sanidad Jon Darpón y Gotzone Sagardui, Izaskun Bilbao, Iñaki García Uribe, Mikel Arruabarrena, Ana Reka, Iker Merodio, Elisabete Piñol, y varios más que llenaban la carpa. “Sin memoria, repites errores” fue un buen resumen de la necesidad de contar
Corrían los primeros meses del año de 1939, eran los tiempos de la gestión del presidente Eleazar López Contreras, quien había designado como presidente del Estado de Táchira a su coterráneo José Abel Montilla Betancourt. Este se proponía la creación de una institución educativa que permitiera el desarrollo de las potencialidades creadoras de los habitantes del Estado. Es así como el 4 de marzo de ese año. mediante decreto, creó la Escuela de Artes y Oficios del Estado Táchira, la cual comenzó sus actividades un mes más tarde teniendo como director fundador al señor Justo Raya Aguilar, español de Castilla la Vieja. En el marco de estos acontecimientos, José Abel Montilla tuvo la oportunidad de contratar los servicios del arquitecto vasco Isidro de Monzón, quien se encontraba en Caracas, confiándole el diseño y construcción de la edificación que sería la sede permanente en San Cristóbal de la institución que apenas comenzaba a desarrollarse. Debido a las excelentes relaciones que tenía José Abel Montilla con el Gobierno nacional, a través del Instituto Técnico de Inmigración y Colonización, fue posible incorporar a la Escuela de Artes y Oficios a tres vascos que se encontraban en condición de exiliados en el país, debido a la Guerra Civil española. Estos tres vascos, formaban parte del grupo de 82 (65 refugiados más sus familiares) que habían llegado al Puerto de La Guaira el 9 de julio de 1939, en el paquebote Cuba de la Compagnie Générale Trasantlantique, procedente del Puerto de Le Havre. Sus nombres y oficios eran: Segundo Achurra Aspiazu (constructor), Ceferino Bilbao Echederra (ebanista) e Isidoro Ibáñez Uribe (zapatero).
Los primeros días no fueron fáciles para los vascos que llegaban a Venezuela. Las cosas no se estaban dando como se habían prometido. Así se puede apreciar en la carta que le dirige Isidro de Monzón el 14 de agosto de 1939, desde el hotel Gómez-Cisneros de San Cristóbal, Estado de Táchira, al lehendakari José Antonio de Aguirre, que se encontraba en París. Sin embargo, la suerte de los vascos que habían sido ubicados en San Cristóbal parecía ser un poco mejor que la de los demás vascos en el resto del país debido al apoyo ofrecido desde un inicio por José Abel Montilla, presidente del Estado.
Parte de dicha carta dice textualmente lo siguiente: “El presidente del Estado Táchira, Dr. J. A. Montilla, con quien estoy en las mejores relaciones, es un gran propugnador de esta inmigración. Por ahora el apoyo es solamente moral y dudo que más tarde pudiera ser de orden económico como sería de desear. De todos modos, el ambiente por él creado nos favorece en este sentido. Ha contratado para la Escuela de Artes y Oficios a tres de los recién llegados: Atxurra, maestro albañil; Bilbao, tallista; e Ibañez, zapatero (…) De los que estamos aquí, todos trabajando y bien de salud. Nos hemos ganado el respeto y la estimación de cuando nos conocen siendo esta una de las razones por las cuales se ve aquí con tan buenos ojos la inmigración vasca…”.
Los vascos que se encontraban en San Cristóbal fueron alojados en sus inicios en el antiguo hotel Gómez Cisneros y sus primeros contactos con la ciudadanía sancristobalense fueron difíciles. Sin embargo, poco a poco, esta relación mejoró de manera significativa, lo que facilito la convivencia y la adaptación. Así nos lo hace saber Josu Ibáñez (hijo de Isidro Ibáñez) ya que en una oportunidad Isidro le comentó a su buen amigo y maestro Atanasio Olabuenaga, según documento redactado por Manolín Murias, lo siguiente: “…se establecieron en una zona llamada San Cristóbal, en los Andes, muy cerca de la frontera con Colombia, donde la mayoría de la gente eran católicos,
La gente les acogió con recelo en un principio, pues hasta allí había llegado la propaganda de la dictadura, que les acusaban de rojos, comunistas, anarquistas, etc., y autores de toda clase de vandalismos. Cuando se enteraron que en una cercana parroquia celebraban misa los domingos, acudieron a misa, como tenían costumbre, ante la extrañeza de la gente, que no se explicaba su asistencia a la iglesia, dadas las ideas que se les suponían. Cuando fueron ganándose su confianza, les explicaron que ellos eran nacionalistas vascos, y católicos y cuando comprobaron que eran trabajadores y formales, fueron muy bien aceptados por aquella sociedad”.
Entre aquellos vascos se encontraban, por ejemplo, Isidro de Monzón, cuyo nombre completo era Isidro Monzón Ortiz de Urruela, nacido el 30 de enero de 1906 en la Torre Olaso de Bergara (Gipuzkoa). Comenzó su formación en Vitoria. Continuó sus estudios en Madrid, donde estudió Matemáticas y culminó su carrera formativa en la Real Academia de Arquitectura de Bruselas. Cuando estalló la Guerra Civil, Isidro Monzón luchó bajo el mando del Gobierno vasco probablemente en el frente de Intxorta (Elgeta). Comenzó como capitán y acabó la guerra siendo comandante de zapadores el 28 de marzo de 1939.
Tuvo la suerte de ser uno de los primeros exiliados vascos que consiguió llegar a Venezuela, donde construye junto con otros arquitectos edificios inspirados en la arquitectura neo-vasca desarrollada por los Hermanos Gómez una década antes y que estaba basada en las casas de Lapurdi, además de edificios de gran envergadura. Entre las construcciones levantadas por Isidro se halla el primer gran edificio de “la expansión hacia el este” de Caracas de 1947. Fue el arquitecto contratado por el presidente del Estado de Táchira, en 1939, para el diseño y construcción de la Escuela de Artes y Oficios de San Cristóbal.
Posteriormente, a bordo del Cuba, llegaron el resto de vascos que se implicaron en la Escuela. Entre ellos, Segundo Achurra y Aspiazu, natural de Plentzia (30/05/1896). Exiliado, llegó a Venezuela en el paquebote en agosto de 1939. Casado con María Inocencia Allende, con quien tuvo tres hijos -Ernesto Julián, Josu Andoni y Kepa- también era músico, txistulari. Conjuntamente con Isidro de Monzón fue responsable de la construcción del edificio de la sede permanente de la Escuela de Artes y Oficios y en ella se desempeñó como instructor en los Cursos de Albañilería y Cantería, hasta 1941.
Con él llegó a Venezuela Ceferino Bilbao Echederra, de Bermeo. Tenía entonces 36 años. Ebanista-tallista, fue quien coordinó la hechura de las puertas y demás elementos en madera del edificio permanente de la Escuela de Artes y Oficios y realizó las tallas que se encuentran detrás del altar mayor, de la catedral de Caracas. En la Escuela de Artes y Oficios impartió los Cursos de Carpintería y de Modelado hasta 1944.
También Isidoro Ibáñez Uribe, procedente de Orduña, el más joven de los cuatro con 27 años. Casado con Begoña Lagarreta Isasi, tuvieron dos hijos: Jon Mikel y Josu. Conocido cariñosamente como Txapel, había aprendido el oficio de zapatero con su familia, la cual tradicionalmente se había dedicado a la labor del cuero en Orduña. En la Escuela de Artes y Oficios de desempeñó como maestro de zapatería y tuvo un papel estelar en la campaña de salud pública de sustitución de la alpargata por la bota o abarca navarra, llevada a cabo por José Abel Montilla durante su gestión. Sus actividades en la institución se prolongaron hasta 1943 y posteriormente se dedicó a la construcción, levantando, entre otros edificios, el del Colegio de abogados, en El Paraíso, Caracas. Calderón.
Hoy día mundal del Medio Ambiente he escuchado un comentario estremecedor, creo de un capuchino, sobre lo que está ocurriendo en la Amazonia, ante nuestras narices y sin que una autoridad mundial pare la destrucción del equilibrio mundial y de aquellas reservas. Pronto nos daremos cuenta. Lo ha explicado y contado fenomenalmente. Todavía hay gente en el mundo que se preocupa de los demás.
He estado varios días visitando la Feria del Libro en el Arenal. En la carpa de la Feria estuve en la presentación del libro de Fátima Díez sobre las “Memorias de un Silencio” centradas en la familia Aperribai, superviviente del bombardeo de Gernika y terminaré el viernes asistiendo bajo la Carpa de las presentaciones a la del libro de Almudena Otaola “El Legado que Seremos”, a las seis. Me parece muy bien que una política del EAJ-PNV escriba. No es lo usual.
Y ayer miércoles tuve ración doble. Buena ración. La del veterano historiador Ángel Viñas, a quien conocí en Bruselas, hablando de sus investigaciones en archivos varios y de como le encargaron trabajar sobre “El Oro de Moscú” y el rastreo que tuvo que hacer. Su libro de llama “La Forja de un Historiador”. A su lado, Xabier Irujo que tiene un pie en los Estados Unidos pero siempre que puede está por aquí, presenta un libro o anima una actividad. Fue impresionante lo que nos contó de como llegaban ya muertos los prisioneros a los campos nazis de exterminio, frente a lo que creemos. Allí los hacían desaparecer en los crematorios. No tenía ni idea y fue muy impresionante lo que contó llegando a emocionarse. No es para menos. Su libro “La Mecánica del exterminio” es un escalofriante y meticuloso análisis de los procedimientos para destruir vidas humanas en los campos de concentración nazis llegando incluso a abrirles en canal por si guardaban joyas en su estómago.
Salía del recinto cuando me invitaron a seguir escuchando la presentación del libro de Alberto Bargos Cucó, de Muskiz, sobre su libro en euskera que trata de los conocidos como “Niños de la Guerra”. Eligió tres biografías para narrar todas las vicisitudes que vivieron. Lógicamente el tema me interesó. Todavía vive la hermana de mi aita, Loli, quien con su hermana Paci estuvo en Bélgica. Asimismo en Bélgica fue acogida la hermana de mi ama Begoña Olabeaga y mi suegro Joseba Solabarrieta. En Inglaterra mi suegra Esther Aznar con su hermano Santi. He tenido pues muy cerca a nada menos que seis “niños de la guerra” narrando aquellas peripecias que vivieron. ¡Cómo tuvo que ser aquello tras el bombardeo de Gernika para que de un pueblo tan pequeño como el vasco, más de 4.500 niños tuvieron que huir pues sus padres veían que iban a desaparecer bajo las bombas!. Fue el terror.
A estos datos se le añadía una capacidad asombrosa de comunicación y empatía sobre las tres historias del escritor del libro Alberto Bargos Cucó que me hicieron asistir a un rato muy agradable. Él lo resumió en la necesidad de transmitir a las nuevas generaciones todo lo sucedido. Desde luego con la capacidad de comunicación de Alberto, eso sería fácil y negaría esa especie de que a la gente joven no le interesa lo ocurrido. Comprobé ayer que depende de quien se lo cuente. Su sencillez, gesticulación, y humor nos hicieron pasar un rato muy agradable a pesar de lo crudo e interesante de las historias que contaba.
Una buena tarde. Hoy, el columnista de El País Juan Cruz habla en la Biblioteca de Bidebarrieta de su libro “Secreto y Pasión de la literatura”. Es una buena cabeza. Tuve relación con él en los tiempos madrileños. Sabe mucho. Lo recomiendo. Y mañana, Almudena Otaola.
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