Recordamos hoy a san Valentín, certero flechador de enamorados y patrono mayor de casamenteros/as. En una sociedad materialista y codiciosa es encomiable acordarse del amor en versión rosa, aunque solo sea en un rinconcito «D» de febrero e impulsado por cadenas comerciales con expectativas indisimuladas de ventas y pingües beneficios. Colapsadas las primeras de los medios de comunicación por los históricos sucesos en la ribera mediterráneo africana y aquí por la batalla jurídicopolíticomediática para que Sortu no nazca vivo, pasan sin apenas registro noticiable otros cotidianos no menos trascendentes.
Como no es 28 de abril «día internacional de la seguridad y salud laboral», parece que aquí nadie sufre accidentes ni muere en el tajo, pero en 2010 fueron unos 60 los muertos laborales -Osalan y los sindicatos discrepan, pero es insignificante pues sólo uno ya sería demasiado-, y aunque digan que las bajas se han reducido un 7% en Euskadi, parece más derivado del descalabro de la actividad laboral -en la construcción especialmente- que de un proceso activo contra este terrorismo laboral de «¿baja? intensidad». No pueden ser plaga ni castigo divino ni producto de la mala suerte, y seguramente sean evitables. Pero es llamativo que entre el hilo conductor de todos los responsables labores que lo ven como un epifenómeno de la propia actividad y la de los sindicatos de endosárselo todo a la precariedad laboral, a las condiciones de trabajo y falta de prevención empresarial, nos encontremos con que año tras año los muertos se hacinan en el tajo sin que la sangría merme sustancialmente. Y si como nos preanuncian, los salarios se fijan a la productividad además de al IPC, el estajanovismo maximizará esta accidentabilidad. No diría que estos accidentes sean exclusivamente una anatomía de la codicia -de muchos, no únicamente de empresarios-, pero se le parece. Si se computaran y publicaran los fallecidos en el tajo en listas acumuladas durante los últimos veinte años, como se hace con las víctimas del terrorismo de ETA, tal vez lo entendiéramos mejor; y quizás, si se dedicara una pequeñísima porción de los medios materiales y humanos que se utilizan para combatir este terrorismo, tal vez tuviéramos menos viudas/os, huérfanos y lágrimas a pie de andamio. Mientras tanto nos acordamos del enamorado por San Valentín, y de los trabajadores muertos, aunque fallezca uno cada cinco días, solo el 28 de abril.