Es cierto que en nuestra historia con demasiada frecuencia la cruz ha sido enarbolada junto a la espada como garrote de infieles, dejando tras cada guerra de religión sus secuelas de hostilidad y marginación. Pero éstas son consecuencias de su manipulación interesada y perversa, no de la existencia de la propia cruz que es una invitación a la concordia, reflejo del sufrimiento íntimo del ser humano al que intenta redimir. De hecho, para los cristianos cada vez que este sentido original de la cruz se pervierte con llamadas a enarbolarla como arma, se vuelve a crucificar a Dios.
Este viernes el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha anulado su propia sentencia de 2009 donde determinaba que las escuelas estatales italianas no tenían derecho a poner el crucifijo en las aulas, sentenciando ahora por el contrario que la presencia del crucifijo no supone quebranto de derechos humanos. Argumenta que la cruz en el aula no quiebra el derecho a una educación acorde con la libertad y propias creencias. La sentencia ve en este símbolo una de las señas de identidad -para lo bueno y menos bueno- de la historia de nuestro continente, al tiempo que reconoce que antes que el Estado está el «sentimiento popular», pues en Italia de manera abrumadora (84% de la población) se muestra favorable a la presencia del crucifijo.
El tribunal lo considera un símbolo «esencialmente pasivo» y que dar mayor visibilidad al Cristianismo «no supone adoctrinamiento», pues la visibilidad de la religión mayoritaria en el ámbito escolar no implica violación de Derechos Humanos, porque la presencia del crucifijo no está asociada a una enseñanza obligatoria del cristianismo ni a la intolerancia hacia alumnos de otras religiones o no creyentes. Me congratula la sentencia porque permite usar y no obliga a poner el crucifijo. En el evangelio lo pasajes más conmovedores son aquellos en los que Jesucristo infringe los códigos de exclusión social imperantes situándose a favor de la gente: prostituta lapidada, samaritana, leproso marginado, trato con republicanos…
Es difícil imaginarse a Jesús imponiendo a alguien la veneración al crucifijo, por lo que me alegré cuando dejó de ser obligatorio su uso en las aulas, tanto como ahora por la sentencia que permite usarlo allá donde se desee. Nuestra historia europea se lo merece y nuestra libertad también. La sentencia de Estrasburgo es definitiva: el crucifijo no ofende.