O camino hacia la victoria, según el ocular de quien lo observe y el objetivo de quien lo celebre. Acaso porque a derrota celebrada, victoria olvidada. La lógica aparente parecería aconsejarnos que celebrar las victorias tendría que ser lo más consecuente, al tiempo que ocultar o enterrar las derrotas lo más conveniente.
Consecuentemente, en los alardes de Irun y Hondarribia celebran victorias, pero el recuerdo colectivo humano no funciona al parecer de forma tan lineal, y en Villalar de los Comuneros el 23 de abril celebran la derrota por defender sus leyes civiles propias, con decapitación de sus líderes incluida. Tampoco el 11-S trae buen recuerdo a la mayoría de los chilenos, pero cuarenta años después el 11-S es efeméride nacional, recordando a un Salvador Allende cuyo gobierno probablemente cometió errores, pero nunca «horrores pinochetianos» contra sus pueblo. Películas, biografías, museo y centro cultural dedicados, estatua… manifiestan la presencia viva de Allende. Porque seguramente, como decía Borges: «Solamente una cosa no hay: es el olvido». Recordar a Allende en su derrota frente a Pinochet en su sangrienta victoria es la mejor forma de llevar la vida como Neruda, ni hacia abajo ni hacia atrás, sino hacia adelante. Algo similar diríamos del recuerdo ligado al 11-S en Nueva York. Y también entre nosotros, los ciudadanos de la CAV, con el 25 de octubre como recuerdo de la derrota legal aboliendo de facto las leyes civiles propias como castigo por la cuasi-derrota militar de la Primera Guerra Carlista.
Pero pocas veces ha podido verse conmemorar con tanto sentimiento una derrota militar como en la Diada catalana y celebrarla tan entusiásticamente con una cadena humana de 400 kilómetros por una Catalunya libre. Utilizada Barcelona como peón y moneda de cambio en el tablero político geoestratégico europeo de aquel 1714, los paganos de los acuerdos no fueron los perdedores militares directos, sino los derechos civiles de los catalanes, de «todos los catalanes», a quienes se les hizo pagar que a la cohorte cortesana de un rey advenedizo le gustaran más las leyes centralizadoras castellanas que las catalanas.
Pero la verdadera historia, la intrahistoria de una comunidad, no es tan fácil de ocultar, por lo que el sentimiento aflora en cuanto se le deja en libertad. Tal vez por eso, cuasi se haya olvidado el omnipresente festivo 18 de julio franquista y por el contario, en la Diada miles o millones conmemoren y celebren como vida hacia el futuro la derrota sufrida hace 300 años. Aprendamos celebrando la derrota.