ME gustaría volver a ese idílico paraíso terrenal dónde se podía andar en pelota picada cogiendo de aquí y de allá lo necesario para vivir y sobre todo gozar sin miedo a que una “manada” de abyectos energúmenos te acosara y violentara haciendo, además, creer al resto que la culpa dolosa es de la propia víctima por ser mujer. Pero alguien decidió escribir culposamente que la mujer comió la fruta que el buen dios prohibía y la felicidad se hizo añicos con el gozo paradisíaco yéndose al carajo. Como la historia (y sus fábulas) siempre la escriben los vencedores, está claro quién versionó este génesis de nuestras desdichas femeninas, un varón bastante calenturiento de cintura para abajo, que de paso inventó también la literatura de ficción convenciendo a hombres y a muchas mujeres de que la fruta del árbol de la vida era peligrosa para la propia vida. Hasta hoy, porque el machismo adanista sigue vigente.
Amo mis recuerdos que sujeto con alfileres de colores en los pliegues de mi memoria para poder volver a ellos, por ejemplo cuando alguien saca los pies del tiesto y me restriega mi ser Eva para mostrarme su pretendida superioridad machista. “Si las mujeres se quedaran en casa criando a sus hijos y atendiendo a su marido habría trabajo para todos”, hombres, supongo. Esta visión de superioridad sobre mi alfiler malva me la escupió hace unos años un hombre ya mayor con aquiescencia del auditorio; era un pueblo y gente de edad, pensé, una anécdota de insignificancia social frente a la mayoría respetuosa. Pero que el 63% de los españoles crea que las mujeres no valen para ser científicas de alto nivel, ¿también es anecdótico? Tampoco resulta insignificante que a igual trabajo las europeas ganemos un 18,8% menos que los europeos. No es baladí que desde el 8 de noviembre las mujeres trabajemos gratis comparadas con los varones; recuerdan las expectativas del pueblerino de mi alfiler. A este paso, la desarrollada Inglaterra conseguiría la igualdad salarial en 2069, aquí mejor no calcularlo.
No es insignificancia social esta desigualdad cuando esta semana el machismo ha tenido su refulgir en pleno Parlamento Europeo de la mano del eurodiputado polaco J. Korwin-Mikke, racista/xenófobo/filonazi y anti-femenino confeso. “Las mujeres deben ganar menos porque son más débiles, más pequeñas y menos inteligentes” dijo sin sonrojo de vergüenza, pues me imagino que tuvo madre. A él le sancionarán por machista/racista/xenófobo/ antisemita/supremacista blanco… pero lo inquietante es que este eurodiputado de discurso conocido obtuvo el 7,2% de los votos, y lo más preocupante/alarmante, le votaron un 28,5% de los polacos entre 18-25 años, más que a ningún otro parlamentario.
Este año sufriremos 80 asesinatos de género, miles de malos tratos, abusos, violaciones, sevicias que la ley de igualdad perseguirá, pero a una víctima violada como en Iruñea se la puede espiar su vida privada intentando demostrar que seguramente ella, como la osada Eva, se lo había buscado evadiéndose al paraíso de los sanfermines en lugar de quedarse en su cocina.