AL hablar de contradicciones vienen a la cabeza las de los políticos que estas semanas andan de cambalache y compadreo para ver quién se queda con poltronas y sillones floridos, aunque sea en flagrante contradicción con lo que dijeron en los atriles electorales. Son irritantes, pero no más que las cotidianas propias, como comprarse zapatillas para un deporte que no hago por pura vagancia o esperar el fin de semana para descansar y luego exprimir el sábado-dominguero con lunes de ojeras de socavón, suspirando por el siguiente fin de semana reparador. La población envejece con muchos treintañeros asintiendo mientras pasean al perro en lugar de empujar un carrito de bebé. Incluso mi sensato vecino del cuarto vive en pecado de contradicción, la mayoría de sus viajes son por ciudad, pero tiene un todoterreno. Se me antojan situaciones incompatibles, al menos aparentemente, pero no transciende más allá de lo personal y su entorno.
Sin embargo, otras contradicciones quizá menos llamativas e inmediatas, sean de mayor transcendencia. Me gusta la playa y bañarme en aguas limpias, donde algas frescas y peces vivaces indiquen que hay vida;disfrutar tirando la caña en aguas no contaminadas;quiero comer buen pescado sin miedo al plástico en su interior ni metales pesados en su grasa;no quiero que el agua de la ría huela mal ni ver suciedad de diversa catadura, pero…
El sábado recordábamos –celebrar sería autosarcasmo- el Día Mundial de los Océanos. Sin océanos sanos la vida, al menos en su textura actual, sería imposible, porque la temperatura ascendería a infierno insoportable y el CO2 atmosférico se incrementaría un 50% con deletéreos efectos colaterales. Según me comentó la investigadora Cazenave, la temperatura de los mares asciende, los polos se reducen, el nivel del mar sube y la contaminación de sus aguas cabalga cual potro desbocado en manos humanas.
En Urdaibai, Arrigunaga, Ereaga y otros lugares del acantilado vasco y de muchos otros países, miles de voluntarios dedicaron su tiempo libre a recoger basura en playas, marismas, acantilados y fondos costeros. Plásticos, neumáticos, redes, metales, enseres domésticos, baterías de coche… Un muestrario caleidoscópico de basura. Esto en lo macroscópico, porque lo microscópico es aún más preocupante. El chicle, la colilla, el papel del caramelo, el pañal o la toallita, la bolsa del súper… Cualquier cosa que no depositamos en una papelera terminará en el océano, sumándose al desecho de las sentinas, los residuos industriales… La contaminación estética, con ser grave, es el menor de los problemas comparado con la destrucción de la flora y fauna marinas y con el bumerán que nos llega en el pescado contaminado con plásticos y metales pesados. Si no decimos basta a la contradicción entre los mares que queremos y la mierda que arrojamos en ellos es posible en 2050 haya más plásticos que peces en el mar. Entonces, bañarse en la playa, pescar, mariscar, comer besugo, anchoa o merluza…, puede que solo sean recuerdos en las historietas del abuelo… Vivir o morir, he ahí la contradicción de conservar o no los océanos.