UNA tal Cayetana ha solicitado al Tribunal Constitucional que no se le censure poder llamar «hijo de terrorista» a un tal Pablo, compañero de pupitre parlamentario que no precisamente de ideología. Mentar al padre/madre es muy habitual en el insultódromo typical spanish. Es la herencia entendida como inexorable baldón: si tus mayores fueron sastres, tu darás puntadas, así que, si tus ancestros pecaron, tu serás pecador; todo muy inquisitorial y bastante presente aún, aunque la Inquisición como institución fuera abolida definitivamente (por ahora) en 1834.
Repasando el apellido del tal Pablo, su ascendencia está cuajada de opositores a los poderes económico-sociales establecidos, monarco-oligárquicos y casi siempre dictatoriales; en consecuencia, eran tratados como enemigos y frecuentemente como terroristas, no sé si legalmente (legalidad cooptada), pero sí conceptualmente. Así que Pablo no puede ser menos, aunque sus manos estén inmaculadas, se apellide Iglesias y padezca escraches ideológicos organizados contra él y los de su familia.
Entre nosotros, para asustar a los niños y niñas se nos decía ¡que viene el coco!; en los Países Bajos les dicen ¡que viene el de Alba! Se refieren al ominoso III Duque de Alba, que masacró con brutalidad inusitada a la población protestante (y también católica) de esos países, al estilo de lo que hoy tildaríamos de genocidio ideológico planificado. Un gran héroe de imperio aquí, un Hitler renacentista allí. Su nombre Fernando, casualmente de apellido Álvarez de Toledo, como la Cayetana insultatriz. ¿Podríamos llamarla «descendiente de tirano»?
Dice un proverbio árabe que hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de caza siempre glorificarán al cazador humano. Aquí, hasta ahora, la historia la han escrito los ganadores, los que más y mejor mataban, es decir, entre ellos los antepasados de Álvarez. Han escrito (y escriben) la historia colocándose ellos y a los suyos como héroes y al resto como villanos.
Lo seguimos viendo todos los días en lo que se dice y el trato que reciben los familiares de presos de ETA, como si fueran los asesinos y terroristas por ser familia. O el reciente «despido vengativo» que el Granada Club de Fútbol ha ejecutado sobre el portero Unai Etxebarria por llevar una camiseta a favor de los chicos de Altsasu, que seguramente serán absueltos en Estrasburgo € ¡cuando ya hayan cumplido la condena! A Unai le han tratado como si fuera terrorista, solo por pedir justicia.
Esos mismos fijosdalgo cayetanos, aznaristas, gonzalistas y zapateristas son los que escriben cartas de recomendación y alabanzas para Martín Villa, para ellos héroe de una aherrojada «modélica borbónica transición», pero de infausta memoria en Euskadi (y en la España que no es de los suyos) como fascista. ¿Qué opinarían de un ministro del Interior que al saber de la detención de Santiago Carrillo llama a la comisaría para que no le torturen? ¿Acaso porque sí torturaban a todos los demás?
Aunque no todo lo que sucede al día siguiente sea progreso, leo con cierta esperanza (en realidad es sólo expectativa) que una comisión abre la puerta a la modificación genética de los hijos para evitar enfermedades letales. Entonces puede que llamar a alguien «hija de tirano genocida» ya no sea insulto, bastará con pagar para que te hagan una edición génica ad hoc. Y los cayetanos no solo encanallan, también tienen la pasta para hacerse esa modificación genética.
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