SIEMPRE me ha producido cierta perplejidad el hablar quedo y el silencio en nuestros cementerios frente a los festeros mexicanos, por ejemplo, donde la charanga y la música del 1 y 2 de noviembre son signos de fiesta grande, cuando en los panteones los vivos se mezclan con los muertos. Al fin y al cabo, a sus residentes no les molesta mucho el ruido y quizá el recogimiento que mostramos aquí los vivos sea por miedo a que los allí yacentes reclamen nuestra pronta compañía. Al parecer los mexicanos no participan de ese miedo, quizá porque tengan bien interiorizado que estamos de paso y que andaremos su misma ruta. Con 36.000 muertos-extras en el Estado y 1,2 millones en el mundo por covid19, podemos hablar de catástrofe global. Así que suena a sorna mortificante leer «el panteón permanecerá cerrado hasta marzo de 2021» en el cementerio de Dolores, el más grande de Ciudad de México. Cerrado para las visitas se entiende, no para nuevos residentes, que desde el pasado 14 de marzo son tantos como si cada día se hubiera estrellado un avión con 157 pasajeros y sin superviviente alguno. Una auténtica catástrofe diaria.
En la madrugada del 8 diciembre 1983 mientras despegaba desde Barajas veía los restos calcinados de dos aviones que el día anterior habían colisionado: 93 muertos. Aún podían verse restos del accidente del 27 de noviembre: 181 muertos. El 19 de febrero de 1985 otro avión se estrellaba en el monte Oiz, 148 personas fallecieron. Aunque estos accidentes nos conmocionaron y dieron la vuelta al mundo en primera plana, eran catástrofes locales. La diferencia entre aquellas catástrofes y la que ahora sufrimos no es tanto la magnitud del desastre, que también, sino su extensión, porque ahora es global, afecta a toda la humanidad. Y sin embargo, los muertos por covid son anónimos números informativos y aunque afectan a todo el planeta y estén modificando nuestras vidas, dudo de que estemos aprendiendo a responder a estos impactos globales.
Un tsunami en Asia provoca 230.000 muertes; 200.000 un terremoto en Haiti; 4.000 muertos derivados de la explosión en Chernobil; 200.000 bajo las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima; 25.000 fallecidos en la guerra de los Balcanes€ cierto que los desastres derivados de catástrofes naturales o provocadas por los humanos han sido muy numerosos, pero eran locales. Hoy, al tiempo que se expande la inmediatez digital comunicativa se agudiza la globalización de las catástrofes. Habrá nuevas pandemias; el calentamiento global incendia a todos; la subida del nivel del mar no solo afecta a los ribereños ni es cosa de un país y la desertización no solo reseca el Sahel; la sed de 1.200 millones sin agua potable y la hambruna de 800 millones es poco entendible en el mundo que gasta en armamento 4.000 millones de euros «al día» €, si los desastres que producen cada una de estas catástrofes por separado ya son abrumadores, imagínense todas juntas.
Ignoro cómo será la respuesta humana futura a estos grandes riesgos, pero a tenor de la actual ante la pandemia global de covid, las expectativas son inquietantes. A negacionistas, visionarios apocalípticos, antivacunas, economicistas, trumpistas€, se unen dirigentes no parecen percibir que los riesgos futuros serán cada día más globales, que afectarán a todos y necesitarán del apoyo de todos para atajarlos. Por de pronto, ya padecemos las primeras protestas sociales violentas, indicadoras de por dónde pueden venir los tiros. Y no se trata de responder solo llorando en el cementerio, porque con nuestras lágrimas podríamos recrecer el mar, pero dudo de que sea mejor el tránsito bullicioso de cementerio mexicano.