AUNQUE tal como nos representan a los dioses todos tendrían la capacidad para verlo todo, en todo momento y en todas las direcciones, a Jano, sin embargo, nos lo esculpen bifronte con solo dos caras, una mirando al pasado y la otra auscultando el futuro, simultáneamente. No es menor su capacidad, porque puede ver cuándo y dónde empezó de verdad la pandemia actual, y sobre todo sabrá ¡oh ventura divina! cuándo terminará. Aunque su mes sea enero, como dios de entradas y salidas, hoy uno de febrero también sería su día, y si yo fuera él, me sentiría conturbada mirando hacia el futuro observando al tiempo con mi otra cara el ya finado mes de enero.
Apartada temporalmente del mundanal ajetreo laboral informativo, me quisiera situar ahora en el pellejo facial del bifronte para aspirar toda la esperanza posible del ya a estas alturas muy ajado año nuevo.
«Salvamos» con brío la Navidad, Fin de Año y Reyes para condenarnos a la altura de San Sebastián. En Europa aplaudimos hasta con las orejas que Trump se iba y el patocojo casi causa un estropicio democrático irreparable. Respiramos aliviados de que los british no se fueran dando un brexit-portazo y ahora resulta que se llevan millones de nuestras vacunas como botín de reparto, cual antiguas colonias saqueadas; mi cara janoniana de futuro no lo ve nada claro. Nos vendían la foto de la primera vacuna a una ancianita en una residencia mientras algunos gerifaltes, políticos, sindicales, militares se la inoculaban de extranjis. Puede que todavía haya algún ingenuo bien-intencionado ciudadano que piense que los prebostes con posibilidades aún no se han vacunado, pero la mayoría sospechamos, con muchos visos de certidumbre que, sin entrar en protocolo, para ellos siempre hay dosis; porque el protocolo quizá solo sea para dar buena imagen y lograr votos dentro de un tiempo. Caro que, a escala más global, de los millones de dosis contratadas solo nos llega una porción, porque otros países y/o grupos multinacionales pagan más y mejor y las empresas farmacéuticas, que no son hermanitas de la caridad, ven en el covid-19 una enfermedad y una mina de oro. Bueno, ni hermanitas de la caridad ni de los pobres, porque por muchas dosis que fabriquen, es difícil que este año haya vacunas para más de 1.500 millones y somos unos 7.700 millones los humanos; seguro que adivinan a quiénes no les tocará tampoco en esta ocasión ni la pedrea sanitaria. Igual que cuando nieva y a la alegría del blanco níveo le suceden las bajas temperaturas con una subida disparada de la electricidad porque escasea el gas que sobrecompran quienes más pasta tienen; «es el mercado» dirán quienes se lo llevan entre las uñas.
Así que, por ahora del trabajo a casa, cafecito solitario en el descansillo, mascarilla, distancia, gel hidroalcohólico y a esperar con alegría, porque como diría el pesimista Schopenhauer, cuando ésta se presente debemos abrirle de par en par todas las puertas, pues nunca llega a destiempo.
Y si no, seguir el consejo de André Maurois de que cuando las cosas no van bien, nada como cerrar los ojos y evocar intensamente una cosa bella. ¿Lo han probado? ¿Sí? Yo también y qué bien se siente una ya vacunada y leyendo un libro al tibio calorcito de septiembre. ¿Por qué septiembre? Pues porque difícil, muy difícil parece que nos llegue la vacuna antes del melancólico final veraniego, aunque yo ya cierro los ojos y la evoco con intenso candor. Mientras, la cara de Jano-futuro se sonríe socarronamente.
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