La relación entre país colonizador y colonizado suele estar jalonada casi siempre por un cúmulo de mutuas traiciones, abandonos y desaires, pero el caso de España y el Sáhara Occidental, la traición ha sido una constante en la relación. Fue una traición el abandono del Ejército español dejando el Sáhara al albur del tripartito Mauritania/Marruecos/Argelia. Fue una nueva traición cuando Marruecos durante años ha ocupado la mayor parte del territorio y machacado a los ciudadanos/as que querían seguir siendo saharauis, no marroquíes. En aquel tiempo, el Banco de Pesca Saharianos y los fosfatos de Burcraa era razón suficiente para que Marruecos estuviera por delante de los intereses de España, pero en los años 90, España aún mantenía las formas y, aunque los gobiernos fueran del signo que fuera preferían a Marruecos, la posición oficial en los estamentos internacionales era a favor de los saharauis, al menos sobre el papel.
Pero en la última década, a la pesca y a los fosfatos se han sumado la llegada masiva de inmigrantes subsaharianos y la amenaza islamista, que unidas a la sempiterna reclamación marroquí de Ceuta y Melilla han convertido la satrapía de Mohamed en una baza de negociación casi irrechazable. «Házle una oferta que no pueda rechazar» parece haber recibido como mensaje Pedro Sánchez y la respuesta ha sido clara. En contra de seguramente la opinión generalizada de los españoles, el stabliment del poder español ha doblado la rodilla ante el más poderoso y dejado en la estacada a los más desvalidos: a los saharauis. Acepta que el Sáhara Occidental sea una provincia más de Marruecos que, a lo sumo, aspire a una hipotética autonomía, que en una dictadura, es muy difícil de imaginar. Pero si España, como estado ha cedido al interés del banco de pesca, de los fosfatos, del control de la inmigración, del control del avance islamista, y frena momentáneamente la reivindicación sobre Ceuta y Melilla, esto solo parece el camino del chantajista y del chantajeador. Porque habrá por parte de Marruecos un chantaje nuevo dentro de algún tiempo, cuándo y cómo le convenga.
Y de postre, los saharauis como carnada de la depredación de intereses de países ajenos. Esto sumado a los inmensos beneficios económicos que las elites extractivas de Francia, Estados Unidos y, sobre todo, de España han obtenido y siguen obteniendo del Sáhara.
Lo único bueno que me puede quedar en la recámara es que las actitudes de los Gobiernos de España no responden, en absoluto, a lo que la inmensa mayoría de los españoles desean para los saharauis: que sean ciudadanos de su propio país, libre y democrático.