Javier Bardem en la piel de Sampedro en la película de Amenábar
AUNQUE el título pudiera indicar el inicio de un ensayo filosófico sobre la existencia humana, esa pretensión está lejos de mi intención y mucho más aún de mi capacidad.
Me causa cierta perplejidad comprobar que con frecuencia caminamos al revés, como pájaros disparando a las escopetas. Así, asistimos al espectáculo de los ciudadanos/as hablando de los problemas de los políticos, en lugar de que la actuación fuera ver a los políticos hablando de los problemas de la ciudadanía. Mociones de censura marrulleras, transfuguismo en dinero o en especie, acusaciones de frontón, sinecuras y prebendas, reparto de sillones, corrupción y trapicheos, sumados a los Gürtel, Bárcenas, tarjetas black y otros muchos que atañen a los políticos que nos dan qué hablar. No son los asuntos propios de la ciudadanía, sino problemas de ciertos políticos que acaparan el interés ciudadano, enmascarando nuestros asuntos de gobernanza y convivencia: pandemia sanitaria, necesidad de vivienda, bajísima tasa de natalidad, aumento disparado del paro juvenil, 0,7% de tasa de empleos indicando que ni se oferta trabajo ni se crea empleo nuevo.
Pero en este marasmo enfangando de reducir la actividad política al politiqueo personal de lo que hacen en Murcia o Madrid o cuánto gana quien cambia del naranja al azul quedándose con escaño, chofer y despacho oficial, también existe una digna actividad que da sentido a la política como arte de gobernar la polis. Porque esta semana se ha aprobado la ley de eutanasia. Dentro de tres meses entrará en vigor y el Estado será uno de los siete en el mundo que permita una muerte digna con garantías médicas y jurídicas. Ley controvertida, pero caminando en el sendero de la libertad personal. No me he divorciado, pero aposté por esa ley de libertad para quien lo solicitara, como por la del aborto u otras que puede que no ejerza nunca, pero sabiendo que están disponibles a mi necesidad y libre decisión.
No olvidemos que el delito más grave de un esclavo era el intento de suicidio: no era propietario de sí mismo, por tanto, suicidarse atentaba contra la propiedad del amo. O de Dios, para muchos creyentes.
Sufro viendo postrado a un amigo ferviente católico, padeciendo con dolores indecibles una enfermedad prácticamente incurable. Siempre se manifestó contrario a la eutanasia, incluso al mero hecho de plantearla y hasta reticente ante ciertos cuidados paliativos. Ahora su situación le hace replantearse su Sentido de la Vida (SV) frente a un angustioso Deseo de Adelantar la Muerte (DAM). «Quién tiene un para qué vivir, encontrará casi siempre el cómo» escribía Nietzche y a mi amigo le empieza a flaquear su SV ante su creciente DAM. Comparto la idea de la asociación Viktor Frankl de que la muerte es un referente fundamental de la vida, nunca un fracaso y alabo su labor ayudando a quien sufre por la enfermedad; pero también leo en las reflexiones de Viktor Frankl, superviviente a los campos de exterminio nazi, «a una persona se le puede quitar todo excepto una cosa, la última de sus libertades: elegir su actitud frente a cualquier circunstancia; elegir su camino». Por esto alabo la asistencia profesional psicológica, médica, jurídica y ética o religiosa a quienes necesiten apoyo por la pérdida de su SV, por enfermedad grave o incurable, o por la cercanía de la propia muerte, así como exijo disponibilidad de cuidados paliativos para todos los ciudadanos/as, pero con el mismo ahínco me congratula que la eutanasia sea una opción libre cuando ya no haya SV personal y el DAM resulta insuperable.
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