«La búsqueda de la felicidad es una cuestión seria. Uno de los principales fines de las Naciones Unidas es que la familia humana sea feliz”, son los buenos deseos de Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, con motivo del Día de la Felicidad, 20 de marzo. No sé si en Bután, donde oficialmente se reconoce la felicidad nacional como progreso material, ya habrán conseguido el nirvana de esa felicidad terrenal; cito el pequeño país del Himalaya porque en él ya instauraron como indicador de riqueza nacional el Índice de Felicidad Bruta-IFB en sustitución del economicista Producto Interior Bruto-PIB. En el resto, la felicidad rueda pero por caminos maltrechos y polvorientos: hambre, guerra, codicia, fanatismo, pobreza, odio, explotación, exclusión, xenofobia, marginación… parece difícil que uno/a sea feliz mientras haya tantos que no pueden serlo, a no ser que nos hayamos vuelto insensibles. Pero cualquiera sabe, porque la ONU instauró el día de la felicidad sin decirnos en qué consiste.
Los ciudadanos de la UE auto-valoran su satisfacción con la vida en un 6 sobre 10 según un estudio de la oficina europea de estadística, Eurostat, donde los españoles ocupan el lugar 18 entre 28, más bien tirando a infelices. De la tríada salud-dinero-amor, a este último ni se le menciona, siendo la mala salud y la pobreza las determinantes del escaso bienestar. Frente a la relativa infelicidad hispana, daneses/finlandeses/suecos muestran un alto índice de felicidad como si el frío contribuyera a ella, porque a la zaga de la sensación de satisfacción-bienestar son mayoría los países del sur, casualidad (o causalidad) también los menos afortunados económicamente hablando. Aunque la encuesta constata que se valora más la salud y el dinero en la ruta de la felicidad, son los mayores de 65 años que viven solos quienes más notan su falta, tal vez porque tengan menos dinero y peor salud, o quizá porque echan a faltar compañía, algo parecido al amor.
Ciertamente los resultados de la encuesta no son halagüeños, pero quisiera pensar que el mundo es menos injusto y cruel que ayer, porque de otro modo la felicidad sería una quimera inútil por innecesaria.
Quizá para no ser tan negativos debiéramos escuchar más al oráculo de Moncloa, y entonces en lugar de pensar en nuestro trabajo, salud, amor/compañía o dinero pensaríamos más en las “cosas verdaderamente importantes de la vida” que van por buen camino, como las cifras macroeconómicas, los beneficios empresariales, la subida de la bolsa, el rescate bancario… no vaya a ser que nuestra infelicidad sea consecuencia de nuestra insensibilidad ante estos grandes logros en su PIB, que no en nuestro IFB.