EL calentamiento global está haciendo que paulatinamente se desplacen hacia el norte cultivos tradicionales del sur, por ejemplo la vid a Inglaterra. Se avecina dura competencia comercial cuando las bodegas británicas se expandan y el Brexit bloquee los riojas en Dunquerque.
Leo un tanto perpleja un ensayo sobre el alcohol en la revista médica británica The BMJ. Investigadores de Oxford y College London, tras analizar las ingestas semanales de alcohol de 550 hombres y mujeres sanos durante treinta años, entre 1985 y 2015, concluyen que su “consumo moderado” también daña al cerebro, provocando un notable deterioro cognitivo. Tras ponderar la influencia de otros factores, aseguran que el consumo de alcohol desintegra la sustancia blanca y atrofia el hipocampo, deteriorando la memoria y la capacidad de ubicación espacial. Aunque se beba moderadamente; porque un consumo semanal de cinco copas de 175 mililitros multiplica por tres las probabilidades de padecer esa atrofia.
Las implicaciones para la salud personal y social saltan a la vista, más en un país donde beber es hábito sociocultural implantado. Y de paso echaría por tierra los aireados beneficios de los taninos del vino en la tonicidad intestinal o de sus antioxidantes en la eliminación de radicales libres.
Podría haber sido un estudio patrocinado por Hacienda para colar un nuevo impuesto al alcohol. Pero tras esta maquinación inicial, mi imaginación voló hacia botellas de Rioja o Ribera del Duero con la calavera y leyenda, el alcohol mata, cual desinfectante para matarratas. Y pensé, junto a nosotros, en franceses, italianos o griegos como modelos de dietas mediterráneas, que hemos consumido desde siempre vino en las comidas con igual o mejor salud cerebral y parecidas expectativas de vida que los tristes abstemios. Porque no podemos olvidar ese puntito de euforia que transmite un vasito de buen vino, coadyuvando a relacionarse con los demás. También me vino a la cabeza la posibilidad de que en el norte piensen que aquí producimos poco porque pasamos demasiadas horas consumiendo vino, como si el güisqui anglosajón fuera agua bendita.
Implementado este control de vicios, podríamos decir que la sal produce hipertensión; los mariscos, ácido úrico; correr, lesiones de articulaciones; las grasas, colesterol e isquemias… y en consecuencia, por salud pública habría que controlarlos hasta prohibirlos… para que vivamos más años hasta morir sanos. Por otra parte, al leer también el consumo moderado… más de uno maquinará que si beber poquito también es malo, “de mojados al río” y pasen del vaso a la cuba. Si el daño es similar, ¿por qué no? Hasta hace bien poco fumar, beber y comer podían ser vicio o pecado, pero no impedían ir al cielo porque quedaba lejos y además con confesarte lo arreglabas; pero ahora con la salud en juego, la duda de abandonar el pitillo, el pote y el pilpil es existencial, porque te mueres, o peor, pierdes la capacidad cerebral.
No saben bien los ingleses en qué lío de salud les mete el calentamiento global y la instalación de viñedos en sus antaño brumosos hills.
nlauzirika@deia.com @nekanelauzirika


Bajo el difuso legal pero archiconocido eslogan “Hacienda somos todos” ya he(hemos) recibido la información para realizar la declaración de la renta de este año. Es como la penumbrosa pesadilla del confesionario en versión financiera obligatoria anual pero sin Pascua de Resurrección. O sí, cuando el sistema compensatorio del equilibrio social funciona. Así que miro los impresos, luego miro el mapa de Panamá, Andorra, las islas Seychelles… otra vez los impresos y pienso en Sorias y Urdangarines, pero también en Almodóvares et al, clubes de futbol… y en el black-B que pagué en la manicura, al albañil, al abogado y en el tomaycalla del chófer … sin olvidar los 253.000 millones€ (23% del PIB) que según la Asociación de Técnicos del Ministerio de Hacienda(Gestha) circulan en España fuera del radar fiscal. Hace cuatro años me explicaba iracundo un agricultor mediano propietario su asombro por tener que pagar (decenas de miles de euros) por el IVA que no había declarado los tres años anteriores. Nunca lo había hecho y además de sorprendido estaba cabreadísimo ante la tamaña injusticia que le hacían “esos políticos chupones y derrochadores”. Lo comentaba sofocado mientras inspeccionaba un granero nuevo levantado por una cuadrilla de rumanos (sin regularizar como luego supe), sin contrato ni declaración de obra. Semanas después se torció y rajó una pared; no sé a quién y dónde reclamaría. Como esforzado trabajador (y lo es) consideraba de total justicia cobrar la subvención de la PAC, pero no comprendía que de su esfuerzo tuviera que dar dinero a nadie… para la carretera que usaban sus máquinas, para la escuela y maestros de sus hijos(as), para la luz o el agua subvencionadas que le llegaban a casa, para la guardia civil a la que acude cuando le han robado grano, o para la médica que él decía se hacía de oro cobrando sueldazo de funcionaria mientras él tiene que sudar mucho para que la cosecha sea productiva ¡Qué pague el Estado¡ era el eslogan favorito de este agricultor extraterrestre. Difícil explicar hasta convencerle de la necesidad de pagar impuestos para mantener la estructura social; más difícil razonárselo cuando ve que sus dirigentes (fue votante del sr. Aznar) empezando por la familia real hasta el frutero de la esquina, hacen cuanto pueden (legal/alegal la mayoría e incluso ilegal) para dar esquinazo al fisco. Como remate final, mientras carga el tractor con gasóleo subvencionado por el “Estado-otros”, remacha “si legalizo a los rumanos y pagos sus derechos laborales no me vienen, y si declaro la obra entera me toman por tonto porque ni el alcalde lo hace”. Pequeños émulos de Pujoles/Aznares/Sorias/Matas y Urdangarines. Si el bueno del Lazarillo de Tormes levantara la cabeza ¡cuánto aprendería! Y yo con mi declaración todavía sin hacer.