Emergencia sanitaria otra vez

Como era de cajón, el Tribunal Supremo le ha enmendado la plana (o directamente le ha pintado la cara) al Superior de Justicia del País Vasco. Sostienen sus supremas señorías que la aplicación del pasaporte covid en las situaciones para las que lo solicitaba el Gobierno vasco es una medida “idónea, necesaria y proporcional”. Déjenme que sea malo, pero al leer el fallo, me he imaginado esas tres palabras en caracteres amarillos sobre el pantallón de un karaoke. Más concretamente, con la canción Rufino de Luz Casal como banda sonora.

Coñas aparte, también les digo otra cosa: no acabo de ver que sean las instancias judiciales las que tomen decisiones que deberían corresponder a las autoridades sanitarias, siempre basándose en criterios científicos. Mucho mejor si, además, son coherentes con las que se ponen en marcha en nuestro entorno y si se explican a la ciudadanía los motivos de su implantación. Pero como tal cosa es soñar, conformémonos con lo que tenemos. Ahora ya sabemos que este auto del Supremo será la punta de lanza de una nueva declaración de emergencia sanitaria en la CAV. Con 1.200 contagios diarios de media y prácticamente todo el mapa en rojo, no queda otra alternativa. Lo importante es darse prisa en impulsar las nuevas restricciones, por dolorosas que nos resulten, al tiempo que se acomete la vacunación de las franjas de edad todavía no inmunizadas y se refuerza la de la población que recibió las dos primeras dosis. Como complemento imprescindible, debe propagarse el mensaje de que las prisas son pésimas consejeras en la lucha contra el virus.

Preparados para «lo peor»

Tengo dicho mil veces que no se me dan bien las profecías. Sin embargo, en el minuto en que tecleo estas líneas albergo pocas dudas de que la declaración de emergencia sanitaria en la demarcación autonómica está al caer. Quizá nos lo anuncien hoy mismo en la comparecencia que sigue al Consejo de Gobierno. Casi seguro, al mismo tiempo se nos dará cuenta de nuevas restricciones. Ya no me atrevo a decir de qué alcance, pero será mejor que vayamos concienciándonos de que, contra lo que creíamos, estas navidades tampoco son las que soñábamos hace apenas un mes. Mucho tienen que cambiar las cosas para que podamos volver a juntar a la familia en torno a una mesa. Y, como ya escribí el otro día, será mucha suerte —o mucha temeridad— que podamos celebrar cenas de cuadrilla o de empresa en las próximas semanas. De Santo Tomás en Donostia o Bilbao, vayamos olvidándonos. Igual que de cualquier concentración masiva de aquí a no sabemos cuánto.

Pese a que Europa nos pide que nos preparemos para lo peor por la irrupción de la variante ómicron cuando todavía seguimos multiplicando los contagios de la delta, lo tremebundo es que la ciudadana y el ciudadano de pie está, estamos, en otra clave. Vivimos en una realidad paralela que se niega a aceptar la evidencia de los datos. Hemos hecho planes para las celebraciones y parecemos no estar dispuestos a aceptar esta vez que nos los cambien. Ahí las autoridades sanitarias van a tener que sudar tinta china para hacernos entrar en razón. Ya sabemos que los jueces locales no van a colaborar en absoluto. No queda sino entonar un sálvese quien pueda.

La artificial batalla del vino

Perdonen que haga oposiciones a hereje, pero empezaré señalando que las denominaciones de origen y similares (me da igual locales, cercanas o exóticas) son un engañabobos con balcones a la calle. O autoengañabobos, si quieren que sea más preciso y, me temo, más candidato a la hoguera. Y cualquiera con paladar puede certificarlo —elijo este verbo a la mala leche— simplemente comparando productos bendecidos con el mismo marchamo. Siento la crudeza, pero hay vinos de cualquiera de las tres demarcaciones contempladas bajo el paraguas de Rioja, incluida la que nos es más querida, de una ramplonería atroz. Otros, sin embargo, son ambrosía pura. Y ojo, que la diferencia no siempre está en el precio de venta al público, porque ahí también funciona el esnobismo cateto que es un primor.

Esto vale (mira que me gustan los charcos) para los caldos, los quesos, los pimientos del piquillo, las guindillas, los espárragos o lo que se tercie. Más allá de que hayan sido producidos en el mismo terruño, los hay excelentes, regulares o rematadamente malos. Quizá la calificación debería atender a lo que manda la etimología de tal palabra: a la calidad. Y a partir de ahí, solo puedo exhibir una sonrisa cínica ante lo que la prensa del ultramonte presenta estos días como un ataque del expansionismo vascón a la santa unidad de la denominación Rioja. Da igual dejarse la garganta explicando que nadie quiere romper nada. Se trata de algo tan primario y razonable como explicitar el origen de los vinos, algo que debería ser no ya recomendable sino obligatorio en todos los productos que llegan nuestra mesa. Pero mola más vestirlo de bronca identitaria.

Luces de navidad: yo estoy a favor

Creo que es sobradamente conocido que a este humilde picateclas la navidad se la trae bastante al pairo. Es verdad que ya no me provoca quemaduras de tercer grado en mi alma negra, pero solo armado de un estoicismo cultivado a fuerza de renovaciones del carné de identidad, soy capaz de soportar las melosamente llamadas fechas entrañables. Que cada vez se prolongan más, por cierto: mes y medio hace desde que colocaron las baldas de los turrones y los mantecados en los supermercados y cuatro desde que se venden décimos o participaciones de la lotería del soniquete taladrante.

Y también hace ya unos días (o estamos en ello) de los encendidos de la iluminación navideña en nuestros pueblos y capitales. No hace falta decir que, con o sin pandemia, de un tiempo a esta parte se ha instalado una suerte de competición por tener un alumbrado más voltaico, más literalmente deslumbrante y, si se puede, más molón que el de los vecinos, con la incorporación de elementos de los de ¡oh, ah, uh! Seguro que hay mucho de ombliguismo paleto en la pelea a codazos para destacar en el número de bombillas o en lo original de los diseños, que en realidad, tiende a cero porque no pasamos de la estrellita, la velita o el arbolito. Sin embargo, no me pillarán en primera línea de diatriba en esta cuestión. Tengo asumido que hay una docena de buenos motivos para poner las luces y tratar, valga el juego de palabras, de que luzcan. Está la bendita y necesaria parte económica, porque va bien para los pequeños comercios, pero sobre todo, está lo más primario. A miles de mis congéneres las luces les suben el ánimo. No hay más que hablar.

Solo cabía el recurso

Claro que sí. Había que recurrir. Se entendía que el Gobierno Vasco no quisiera contribuir a embarrar más el campo ni dar la impresión de que sostiene una batalla sin cuartel contra las instancias judiciales locales. Pero esta vez no cabía volver a poner la otra mejilla. Simple y llanamente porque la doctrina del karaoke para tumbar la implantación del pasaporte covid es una burla impresa con membrete oficial. Un auto, el de la magistrada Irene Rodríguez del Nozal y el magistrado José Antonio González Sáez, casi literalmente de los de “Sujétame el cubata”. Y de un papismo cuatro traineras más allá que el del papa. La prueba es que los sectores más afectados por la restricción —ocio nocturno y restauración— no le encuentran grandes pegas a solicitar el certificado de vacunación. Solo piden, creo también que razonablemente, que la medida se extienda a otras actividades homologables.

Así que la pelota está ahora en el tejado del Tribunal Supremo español. Con la bibliografía que tiene presentada, nunca hay que fiarse, pero mandaría muchos bemoles que decidiera en sentido contrario al que lo ha venido haciendo. Hasta la fecha, siempre ha fallado a favor de las comunidades que han instaurado el salvoconducto. Y en los razonamientos no se ha andado con filigranas judiciosas. Sin más y sin menos, lo ha considerado una medida proporcional para preservar la salud, es decir, la vida, que se supone que es el bien fundamental que hay que proteger contra viento y marea. De hecho, y aunque a sus obtusas señorías del TSJPV no les quepa bajo el birrete, sin vida todos los portantoencuantos dizque jurídicos importan una higa.

Unos presupuestos muy audiovisuales

Una nueva muesca en la culata de Pedro Sánchez. Como este servidor predijo (sin gran mérito) hace ya unas semanas, el gran funambulista de Moncloa tiene a esta hora los apoyos necesarios para sacar adelante los presupuestos del próximo año. A falta del sí bastante maduro del PNV, han caído a la buchaca los trece votos de ERC, que sumados a los de otras siete formaciones y los propios del Gobierno de coalición aseguran las cuentas o, dicho más llanamente, un año más legislatura. El último, dicen los que pinchan alfileres de vudú en el muñeco del presidente español. Largo lo fían. Como es de sabido de sobra, el aludido es de plazos cortos. Le importa llegar vivo a mañana o pasado mañana. Y esa prueba ha vuelto a superarla.

Lo ha hecho, además, de una forma que merece una tesina de politología: a base de aceptar las más variopintas enmiendas de su amplio abanico de socios. Yo no dejo de darle vueltas a lo que supone que lo que ha inclinado la balanza del respaldo de Esquerra haya sido el compromiso de imponer a Netflix una cuota de producción en catalán, euskera y gallego. Que no digo que no sea una demanda  justísima y muy necesaria, pero se me queda pequeña como reivindicación impepinable de una fuerza que hasta no hace tanto reclamaba cuestiones de bastante más fuste. Claro que, mirando más cerca, me encuentro con un fenómeno similar. Si hemos de creer lo que aseguran los titulares a diestra (pero también a siniestra), la contrapartida a los seis votos favorables de EH Bildu es la promesa de que ETB 3, que concentra la programación infantil en euskera, se capte en todo el territorio navarro. No me digan que no es curioso.

¿De dónde ha vuelto el PSE?

Me entero por Santiago González de que Eneko Andueza proclamó el otro día que el PSE ha vuelto. Comprendo que se trata de una frase resultona, aunque no, desde luego, original. Se la hemos oído en diferentes circunstancias a no pocos portavoces políticos. Y había ocasiones en las que tenía sentido. Por ejemplo, cuando después de una travesía por el desierto, se obtenía un buen resultado electoral o, como poco, las encuestas empezaban a ser propicias. No es el caso que nos ocupa. Sin tener unos números espectaculares, los socialistas vascos han capeado el temporal más que dignamente en los últimos años. Además de revertir lo que parecía un descenso a los infiernos al final de la era López, gracias al pragmatismo y a la cintura, han optimizado sus votos traduciéndolos a una notable presencia institucional. Tan notable como que comparten con el PNV el Gobierno Vasco, las tres Diputaciones y los ayuntamiento de las tres capitales de la CAV.

¿De dónde ha vuelto el PSE, entonces? No se me ocurre una respuesta mínimamente razonable. Al revés, me surgen más preguntas. Por ejemplo, qué le parecerá a Idoia Mendia que, después de haber mantenido a flote el barco con gran esfuerzo, en su sucesión se dé la impresión de que su mandato ha sido una temporada en las catacumbas. Ya no solo por la frase de Andueza, sino por el propio lema del congreso del pasado fin de semana: “Un nuevo comienzo”. Suena a enmienda a la totalidad del pasado reciente. Aunque quizá sea un sutil aviso sobre la intención de cambio inminente de alianzas políticas. Si fuera eso, sería más honesto decirlo claramente.